26/06/2019 |23:43
Redacción El Universal
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Un año desde que Andrés Manuel López Obrador ganó las elecciones, 365 días desde que barrió a sus adversarios y le dio la vuelta al panorama político como un calcetín. Hace un año los mexicanos festejaban. Hacía mucho tiempo que no se advertía tanta alegría, que no se palpaba tanta esperanza. La victoria de López Obrador reconfiguró el escenario político de los últimos treinta años.

La esperanza y la alegría de ese triunfo se ha invertido en estos meses, comenzando su declive casi desde el momento en que el presidente tomó posesión del cargo. Despidos masivos, recortes en todos los ámbitos sin que se sepa con certeza adónde va ese dinero, decisiones arbitrarias y caprichosas como la cancelación del NAIM , la cacicada del Tren Maya , ríos de dinero a los bolsillos de los ninis, rechiflas a los gobernadores en eventos en que acompañan al presidente, la reescritura de la Constitución, la intervención del INE, el desmantelamiento de las organizaciones civiles, la violencia desbocada frente a la inacción e incompetencia del gobierno federal, un combate al huachicol que sólo buscaba encubrir la mala decisión de cancelar las reservas de gasolina, un combate a la corrupción que sólo lo es de nombre, la intervención de medios de comunicación para que promocionen la 4T, abandono de la educación y la salud de los mexicanos, la inoperancia y parálisis de todas las secretarías de gobierno, una inútil refinería en Dos Bocas, una crisis migratoria sin precedentes, clientelismo desatado, exhibición premeditada y alevosa de supuestos adversarios, violación sistemática de la presunción de inocencia, creación de enemigos imaginarios en nombre del pueblo, división de la sociedad, siembra del odio y, sobre todo, palabras, palabras, palabras que no dicen nada, que carecen de todo significado, que crean su propia realidad al margen de la realidad, una enorme ficción, perversa y desquiciada, cuando tenemos que enfrentar cada jornada. Una realidad que tozudamente se impone a la novela que diariamente escribe López Obrador en las mañaneras. Un día a día que nos devuelve a la verdad de nuestra existencia y desmiente puntualmente cada uno de los párrafos del relato de nuestro presidente. Una ficción cada vez más separada de la cotidianidad que exhibe dramáticamente el divorcio entre el presidente y los ciudadanos que supuestamente gobierna. Una novela de amor que en contraste enfatiza más si cabe la experiencia del miedo y de la inseguridad con que nos enfrentamos a diario.

La 4T es ya una gran mentira, pero un extraordinario relato. Andrés Manuel ha demostrado que, si bien es un mal presidente, en cambio resulta un excelente narrador. Con todo, lo más nocivo no es el incumplimiento de facto de sus promesas, en particular la de acabar con la corrupción y la impunidad, sino las esperanzas y las ilusiones desbaratadas. Primero Fox, ahora López Obrador, todo indica que los mexicanos tenemos que renunciar a toda posibilidad de que haya un cambio verdadero, un gobierno al servicio de los ciudadanos y no al de los intereses políticos de los gobernantes. Una vez el engaño irrumpe como instrumento para acceder al poder, una vez más las palabras se quedan en el aire para disiparse, una vez la mentira se instala en Palacio Nacional. La buena noticia es que todavía tenemos el Palacio Nacional.

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