Durante decenios, la sección que llaman “pronóstico del tiempo” en la televisión ha consistido en una mujer sugerente eróticamente que habla sin mayor apasionamiento de vientos, nubosidades, frentes fríos, ondas cálidas y anuncia las temperaturas posibles que pueden sucederse en algunas ciudades. En los periódicos parece una curiosidad en la que puede indagarse si llueve en Atenas, si nieva en Samarcanda o si hace calor en Praga. Sin embargo, desde hace algunos años, el clima se ha vuelto también noticia de primera plana: un huracán, un ciclón, un maremoto, la canícula han vuelto a advertirse como una amenaza para el ser humano, aunque se les considera con frecuencia como “desastres naturales”.

Hacia 1936, en la primera de las pláticas radiofónicas que mantuvo en la BBC y que se convirtieron en el libro A través de la casa del tiempo, R. A. Watson Watt sostenía que acertadamente el clima importaba nuestro principal tema de conversación y afirmaba que la civilización consiste en sobreponerse al clima; “la civilización es una victoria sobre el tiempo y la tempestad –le temps et le temps- y la mayor victoria es la obtenida contra la tempestad”. Creía asimismo que “el sastre y el albañil son los agentes manifiestos que la civilización posee contra el tiempo. El inventor del paraguas debería tener una estatua en cada población, si no fuera por la dificultad, sin duda permanente, de hallar la expresión escultórica del alma de un paraguas”.

El paraguas no es el único objeto precioso que se ha derivado de la defensa contra el clima; también nos ha deparado objetos admirables como la veleta, el termómetro, el barómetro, el pararrayos, que pueden convertirse en un augurio y un personaje como ocurre con el barómetro en Tifón, el libro de Joseph Conrad en el que el capitán MacWhirr del vapor Nam-Shan, construido en Dumbarton por una empresa mercantil de Siam, Sigg e Hijo, se encuentra “frente a frente con un descenso del barómetro del que no tenía por qué desconfiar. El descenso, teniendo en cuenta la calidad del instrumento, la época del año y la posición del vapor en el globo terrestre, era de carácter ominosamente profético”.

No sólo los objetos que se han concebido para conocer el clima resultan fascinantes; también los nombres y las representaciones que se han hallado para identificar las diversas formas de la lluvia, los vientos, las manifestaciones del sol contienen mitologías inconclusas y sugieren historias que parecen infinitas como un círculo. “Y es que también me seducen los nombres de los vientos”, confesaba Juan José Arreola: “boreas, noto, palabras que me habitan desde niño: ‘Pero de nuevo se desprende el noto / y los lleva su aliento de gigante / con impiedad contra el helado soto...’ Un poema sobre las hojas secas, precioso, cuyo autor se me escapa. Y tenemos también el cierzo, el aquilón y desde luego el mistral como el apellido de Federico y después claro de Gabriela, que como decíamos lo tomó de él, y que se llama también maestral. Sopla en las llanuras provenzales, quién sabe en qué cañones apenínicos. Yo lo experimenté en Tolouse, es un viento fuerte, que todo se lleva”.

Quizá en la tempestad puede hallarse el origen de la pintura de Turner, ciertos cuadros de Caspar David Friedrich parecen proceder de la niebla y Vicente Rojo transformó la lluvia mexicana en una obra íntima. Johannes Brahms imaginó un Regenlied, un Lied de la lluvia; la lluvia que Hans Eisler describió de catorce maneras musicales y a la cual José Gabilondo Soler, Cri Cri, le dedicó una canción memorable. Sin embargo, al escribir sobre “El diluvio y su representación en la pintura”, Leonardo da Vinci conjeturaba: “Se verá el obscuro y nebuloso aire, mezclado con la continua lluvia y azotado por furiosos vientos, los cuales arrastran, ora aquí, ora allá, ramas desgajadas y hojarasca del otoño. Se verán viejos árboles desarraigados y arrastrados por el furor de los vientos. Se verán ruinas de montes deslavados por el curso de sus torrentes, cayendo éstos e invadiendo los valles. Los ríos inundarán las tierras y ahogarán a sus pobladores. Aún podrían verse, en las cimas de los montes, varias especies de animales, asustados y al fin domesticadamente reunidos, en compañía de hombres y mujeres con sus hijos. Campos inundados de agua, y, entre las olas, una enorme cantidad de barcas, tablas, camas y tantos otros instrumentos hechos por la necesidad o aconsejados por el miedo a la muerte, sobre los cuales irán mujeres, hombres y niños, llorando y lamentándose, asustados por el furor de los vientos y del oleaje, que sacaron a flote los cadáveres de los ahogados”.

No pocos consideran a Leonardo un visionario por los artefactos que maquinó, entre ellos “el gran pájaro”, pero también legó profecias que auguraban: “ Las obras del hombre serán la causa de su perdición”.

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