La bacteria Yersinia pestis se convirtió en una de las más mortales en la historia de la humanidad. Este bacilo fue el agente etiológico de la llamada “muerte negra” que azotó Europa, África y Asia en el siglo XIV, causando alrededor de 100 millones de decesos. La pequeñísima y voraz Yersinia es la causante de una enfermedad zoonótica que circula principalmente entre roedores y otros animales pequeños y se transmite a los seres humanos mediante la picadura de una pulga que sirve como vector, aunque también puede transmitirse a través del contacto con líquidos o tejidos de un animal infectado.

La peste bubónica se ha mantenido a través de los siglos en áreas rurales en varias partes del mundo, pero ahora su impacto no es tan mortífero gracias a los antibióticos. Hace poco circuló la noticia de varios casos detectados en Mongolia, algo que en realidad es común en esta región del mundo donde se ha vuelto endémica, es decir, prevalece en forma continua o cíclica. Las noticias sobre los nuevos casos de peste bubónica o sobre una nueva gripe porcina nos recuerdan el impacto que las enfermedades zoonóticas pueden llegar a tener en todo el mundo, ya que representan más del 60% de las enfermedades infecciosas humanas. De hecho, se cree que muchas enfermedades que ahora se transmiten de persona a persona, incluidas viruela y sarampión, se originaron con animales en el pasado distante.

Los científicos se cuestionan con más fuerza en qué momento un virus que ha saltado de un animal a un humano puede tener más posibilidades de volverse pandémico, pues si bien las interacciones entre salud humana y animal no son una novedad; el alcance, la magnitud y las repercusiones en un mundo tan globalizado suponen nuevos retos, tal como el que se enfrenta actualmente por Covid-19, enfermedad originada por el tercer coronavirus que causa un brote de enfermedad grave en los últimos 20 años. Existen varios proyectos científicos a nivel mundial que precisamente se encargan de identificar este tipo de virus para entender su potencial, como el caso de PREDICT, que surgió unos años después de la gripe aviar H5N1 (2003-2006). Durante una década, este proyecto del programa de Amenazas Pandémicas Emergentes en EU, realizó diversas investigaciones para encontrar virus entre animales que podrían desencadenar nuevas enfermedades. Capacitó a más de cinco mil personas y ayudó a desarrollar 60 laboratorios de investigación. El programa detectó alrededor de mil virus, incluyendo coronavirus similares a los que causaron el SARS. Justo cuando iba a concluir, llegó el SARS-CoV-2 y hasta ahora se mantiene vigente.

Los críticos de este tipo de proyectos dicen que buscar el próximo virus pandémico en la naturaleza es muy complejo, algo así como buscar una aguja en un pajar, ya que existen miles de virus zoonóticos con inesperadas respuestas que podrían cambiar su potencial para infectar y prosperar en los humanos, sin embargo los esfuerzos continúan y el sucesor de este proyecto es la iniciativa Global Virome Project, que poniéndose el plazo de una década, busca descubrir y catalogar más de medio millón de virus zoonóticos para fomentar nuevas estrategias para el desarrollo de vacunas, productos farmacéuticos y otras medidas para adelantarse con bases tecnológicas a futuros eventos epidémicos y pandémicos.

La otra “sana distancia”

Es así, que además de estos ambiciosos proyectos que integran las más sofisticadas herramientas de la genómica; los expertos consideran que para tratar de ganarle terreno a la próxima pandemia no se pueden dejar de lado las políticas ambientales que garanticen “la otra sana distancia”, la que logre revertir la invasión depredadora a los ecosistemas que ha fomentado el encuentro con microorganismos que nunca habían tenido contacto con los humanos y que ahora parecen emprender nuevas y destructivas odiseas en su contra.

Para María José Villanueva, de WWF México, cada vez es más clara la evidencia de que la relación que el humano ha llevado con la naturaleza tiene que replantearse, pues el abuso y el uso indiscriminado de recursos tienen un alto precio. “Más interacciones entre los humanos y la vida silvestre se convierten en caldos de cultivo potenciales para pandemias que nos demuestra la resistencia a hacer cambios sistémicos”. De acuerdo con el nuevo informe de esta organización ambientalista, conocido como “Covid-19: llamado urgente para proteger a las personas y la naturaleza”, los factores ambientales que propician la aparición de enfermedades zoonóticas son el comercio y consumo de vida silvestre de alto riesgo, el cambio en el uso de la tierra debido a la deforestación, la producción animal y la expansión de la agricultura e intensificación insostenible. Según cifras de esta asociación, desde 1990 se han talado 178 millones de hectáreas de bosque en el mundo. Esto equivale al tamaño de Libia, país que ocupa el número 18 entre los más grandes del mundo. Además, anualmente se pierden alrededor de 10 millones de hectáreas de bosque que se destinan a la ganadería y la agricultura, según la FAO.

La enunciación parece sencilla, pero en todo el mundo cada uno de los problemas mencionados por las asociaciones ambientalistas tiene que resolverse entendiendo la compleja cadena de circunstancias sociales y económicas que se entretejen detrás. Por ejemplo, en abril, el gobierno chino emitió una lista de animales que podrían venderse para carne y donde dejaba fuera pangolines, civetas y ratas de bambú, entre otros, pero la prohibición tuvo que ser acompañada de programas en zonas rurales, donde la gente pudiera encontrar una alternativa económica de supervivencia; pero si los países cercanos continúan el comercio de animales exóticos, la tarea no augura un buen final, tal como sucedió con el incremento de animales en los mercados negros después de las prohibiciones realizadas en África tras el surgimiento del ébola.

Los países donde la atención e inversión en políticas ambientales, energías renovables y economía circular se ha mostrado más débil, son los lugares que también se han vuelto más débiles al impacto de una pandemia como la que actualmente se vive. Para el doctor Gerardo Ceballos, del Instituto de Ecología de la UNAM, se está acelerando la sexta extinción masiva por lo que estamos en una situación muy sensible donde los temas ambientales requieren un esfuerzo sin precedentes para reducir el impacto de nuestras actividades y tratar de mantener sanos los ecosistemas naturales que quedan en México y el mundo.

“Una política de precaución en nuestro país sería destinar todos los recursos posibles para salvar el mayor número de especies, parar las invasiones de áreas protegidas propiciadas por el narco, ganaderos y sistemas políticos. Teníamos 22 millones de selva alta, de las cual nos queda un millón y la seguimos destruyendo. En el país no se ha logrado articular una respuesta del tamaño que se requiere porque no nos involucramos. La única manera de mantener la calidad de vida es manteniendo los ecosistemas y en un estudio que publicamos recientemente calculamos que no quedan más de 15 años para frenar la crisis de la extinción”.

El investigador señala que la reducción en algunos rubros en el presupuesto para la protección de áreas naturales en México no tiene sentido, ya que de por sí es bajísimo y ha ido cayendo sistemáticamente desde 2017. “Hay problemas graves de tala en Calakmul e invasiones en la selva lacandona, entre otras… la falta de vigilancia deja la puerta abierta para que se incrementen este tipo de problemas”. Según Ceballos, se requiere una reflexión seria sobre la necesidad de políticas ambientales integrales bien definidas que respondan a la pérdida de especies y el cambio climático. “Esta epidemia que ha puesto de rodillas al mundo y tiene la capacidad de colapsar a la civilización, también nos da la oportunidad de replantear las cosas”.

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