Eloisa bromea con la cajera que le cobra una nueva prueba para detectar . “Deberían hacer descuento por docena”, dice sobre una cifra no muy alejada a su realidad y la de su hijo de 12 años. Desde que su hijo regresó a clases presenciales, hace un par de meses, tiene la sensación de que tarde o temprano se enfermarán. El miedo de enfrentarse nuevamente a las calles y la gente que las habita, la ha llenado de ansiedad, una sensación que no había vivido ni en los momentos más complejos de la pandemia. A pesar de las cifras en descenso, ella piensa que lo peor está por venir. Los oscuros temores de Eloisa se podrían estar gestando en diferentes partes de su cerebro que muestran el impacto a nivel anatómico y neuroquímico de aislarse durante dos años.

Jaime Eduardo Calixto González, especialista en neurociencias y autor de libros como El perfecto cerebro imperfecto, explica que vivimos un proceso inédito en los últimos 100 años, un proceso de temor objetivo. “Sabemos que hay un riesgo y las emociones que mueven más neuronas son precisamente el temor y la tristeza”, dice y precisa que dependiendo del nivel de temor, nos puede conducir a la ansiedad, con el riesgo de convertirse en un temor patológico detonado por la falta de certidumbre. Añade que lo que viene después de la pandemia biológica es una pandemia en salud mental, donde los individuos deberán adaptarse a los cambios que estamos sufriendo como sociedad y especie.

Estos cambios también se explican al interior de nuestro cerebro después de largos periodos de aislamiento. Calixto señala que aunque hay grupos especialmente afectados, la soledad puede detonar cambios complejos, independientemente de la edad. “El cerebro humano no mantiene la misma fisiología que cuando está acompañado. Por ejemplo, una de las cosas que más activa a nuestro cerebro es la voz humana, elemento primordial para conectar neuronas”.

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El investigador del Programa de maestría y doctorado en Psicología, y jefe del Departamento de Neurobiología del Instituto Nacional de Psiquiatría Ramón de la Fuente asegura que en el hipocampo, una parte del cerebro donde se realizan los procesos de memoria y aprendizaje, el aislamiento prolongado provoca que disminuya el factor de crecimiento neuronal derivado del cerebro (BDNF), proteína que estimula el surgimiento de nuevas neuronas.

Numerosos estudios en todo el mundo han reportado precisamente estos cambios bajo diversas situaciones de reclusión, con nula o limitada compañía humana, y que incluso pueden tener secuelas mucho tiempo después de la experiencia en soledad forzada. Cuando la tripulación de nueve personas de la estación de investigación antártica Neumayer III salió de su estadía de 14 meses, hace años, la prolongada falta de contacto con el mundo exterior mostró en los cerebros del grupo cambios sustanciales.

Una resonancia magnética estructural realizada por neurocientíficos del Instituto Max

Planck para el Desarrollo Humano mostró que una región del cerebro que alimenta información al hipocampo y está asociada con el aprendizaje y la memoria, el llamado giro dentado, había reducido en un promedio de alrededor del 7%. Los miembros de la tripulación también habían reducido los niveles en sangre de la proteína BDNF y obtuvieron bajos resultados en las pruebas de conciencia espacial y atención que antes de partir. Las diferencias en la estructura del cerebro ayudan a revelar los mecanismos biológicos en juego frente a la falta de estímulo humano, aunque hoy aún se investiga en otros estudios el impacto de la falta de contacto social tradicional frente al virtual.

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El mundo que nos rodea

“En el individuo en soledad, se coadyuva la memoria y la atención selectiva”. Calixto puntualiza que el temor excesivo a protegernos del virus pudo (o puede) ocasionar otro tipo de daño, que el sustento neuronal se vaya desconectando ante la soledad no pedida. “En la nueva realidad, nos vamos a encontrar con personas con problemas de memoria y aprendizaje porque fueron aisladas”. Comenta que a nivel neuroquímico hay cambios, pero a nivel anatómico el cambio puede seguir allí, por lo que habrá que estudiarlo en los siguientes años en poblaciones vulnerables, como niños entre 7 y 14 años y adultos después de los 50.

Pone otro ejemplo de los cambios ocurridos en el cerebro, como la unión entre el lóbulo parietal y el lóbulo temporal, una zona de interpretación de las imágenes. “Si alguien va manejando y se encienden las calaveras del auto de adelante, se observa una cara, el cerebro automáticamente hace esta interpretación, lo mismo sucede cuando buscamos formas en las nubes. Es algo que hace esta área del cerebro que empieza a cambiar su actividad cuando estamos más aislados. La soledad hace que veamos otras cosas, que hagamos sesgos”, dice el investigador sobre interpretaciones negativas de la gente que nos rodea, en quienes se pueden ver actitudes de burla, reto o desconfianza.

“Lo que sigue es ver las posibilidades de reversión, o de menos, que los problemas no empeoren a nivel anatómico. Se deberán atender diferentes áreas neuronales y se requerirá mucha terapia de apoyo. En estas condiciones, el proceso de recuperación será reconocer la tristeza, el enojo. Decirle a alguien decir ‘no te sientas solo’, no es mostrarle que se entiende la magnitud del problema”.

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A partir del 2020 aparece un vocablo que integró muchos de estos cambios y se le llamó coronafobia, estudiado en muchas partes del mundo bajo la lupa de las neurociencias. “La coronafobia va absolutamente relacionada con nuestro particular nivel de experiencia frente a la enfermedad. No es lo mismo para todos: le puedo tener miedo a una complicación o a quedarme sin trabajo, pero todo implica miedo y estamos haciendo más fobias por una sobre activación frente a un estrés sostenido. El sistema nervioso autónomo reacciona cuando tenemos miedos excesivos. Paradójicamente, generamos miedos selectivos y nos volvemos obsesivos en cierto tipo de pensamientos”.

Calixto describe que la coronafobia se puede detectar con ciertos criterios, como volverse monotemáticos respecto al virus, buscar un culpable y mostrar incredulidad ante las alternativas que nos puedan aislar de ese pensamiento recurrente. Esto ocasiona que generemos gran vulnerabilidad desde el punto de vista psicológico y biológico, pues cuando estamos muy estresados se afecta el sistema inmunológico, y quedamos más expuestosa enfermedades y otros factores.

Encuentra nuestro gráfico interactivo sobre el impacto del confinamiento en nuestro cerebro. 

Herramientas de adaptación

El especialista señala que, sin embargo, el estrés generalizado que se vive en una catástrofe, como la pandemia, también provoca otro tipo de compensaciones biológicas, como una proclividad a enamorarse, a buscar la vida en pareja. Explica que el cerebro busca alternativas de supervivencia, lo que finalmente nos ha llevado a evolucionar como especie.

“El cerebro tiene 86 mil millones de neuronas en la corteza cerebral en la etapa adulta, pero después de los 35 años todos los días perdemos entre 5 y 7 mil neuronas; después de los 40, cada 10 años perdemos 5% del grosor de nuestra corteza cerebral”. Dice que ante situaciones críticas como la que aún estamos viviendo, la muerte cerebral se intensifica, entonces tenemos que ser conscientes de que debemos dormir y comer mejor, pero también de que no podremos regresar a la etapa previa de la pandemia.

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Subraya que justo, frente a escenarios diferentes, el reto es buscar y brindar herramientas de adaptación: dar respuestas a los que dependen de nosotros, como los más pequeños. “Si no lo hacemos, nunca nos adaptaremos y seguiremos generando estrés y miedo, con un sistema inmunitario que colapsará más rápido. Tenemos que darle certidumbre al cerebro y regresar a lo básico: darnos cuenta de que es muy importante tener respuestas”.

Calixto asegura que desde el campo de las neurociencias es evidente que el virus nos deja muy vulnerables, pero en la historia de los seres humanos ya nos hemos enfrentado a estos microorganismos, a estos retos. “Tenemos un cerebro que se formó entre la semana tres y cinco, que al primer año de vida nos llevó a hacernos consientes de nuestro cuerpo. A los 15 nos hizo encontrar un amor platónico y a los 30, muy posiblemente, a encontrar a una pareja. En cada década se han sumado revelaciones y decepciones, pero finalmente tenemos que cuidar a quien siempre nos acompaña, a nuestro aliado más cercano: el cerebro, que ha logrado evolucionar a pesar de las condiciones más adversas”.

86 mil MILLONES DE NEURONAS tiene el cerebro en la corteza cerebral en la etapa adulta; después de los 35 años cada día perdemos entre 5 y 7 mil neuronas.

Frase

"Se deberán atender diferentes áreas neuronales y se requerirá mucha terapia de apoyo. En estas condiciones, el proceso de recuperación será reconocer la tristeza, el enojo”. Jaime Eduardo Calixto González. Especialista en neurociencias.