El cuerpo de María se retuerce entre las sábanas viejas con olor a naftalina. Su mente da mil vueltas sin encontrar gramo alguno de cordura, y entre tanto desbarajuste, el cuerpo envuelto en arrugas se levanta de la cama.

Postrada sobre su trasero y con las sandalias en el suelo, la mujer abre los ojos sin alcanzar a mirar más allá de la oscuridad en la que se encuentra su cuarto. Entre el ruido de su mente, escucha a la derecha el sonido de su nieta fornicando con su marido, y con el otro oído se percata de que alguien ha usado el baño donde solía ducharse todas las mañanas de su juventud.

Alguien enciende la luz.

Una cara desconocida la saluda con una mueca de disgusto. María recuerda a la señora que la cuidaba en su niñez y en dos segundos su memoria la lleva al primer viaje en motocicleta que hizo cuando cumplió 17.

En la mesita de cama se encuentran en desorden un montón de fotografías. Caras y cuerpos extraños le sonríen desde el papel sin que ella pueda sostener el recuerdo.

En la cocina, un hombre prepara licuado de fresa con el mismo aparato en el que María solía preparar el licuado de plátano para sus hijos. Usa la misma jarra en la que María dejaba reposar los búlgaros para el yogurt de mango y pone los huevos cocidos en los mismos platos en los que ella ponía los chilaquiles para su marido. Pero María no lo sabe.

María no sabe nada. Porque ella no recuerda nada.

En la sala están sentadas un montón de personas. Parlotean, gritan, se ríen. María no logra entenderlas. Son sólo voces desarticuladas que se mezclan con las voces que producen los recuerdos que le regresan a la cabeza.


¿Y el tiempo? Frente a María hay un enorme reloj de madera. Tic Tac. El reloj que su primer hijo le regaló cuelga de la pared. Y aunque María lo observa con firmeza, los minutos se escurren sin que ella sepa qué hora es.

¿Por qué la vida a veces se vuelve tan efímera y confusa?

Palabras, sonidos, sombras. Olores, personas, objetos. Para María son solo figuras abstractas. Los cojines de la sala que nunca usó por miedo a ensuciarlos, están ahora manchados con tinta y restos de comida; de los cubiertos de plata que tenía acomodados en un cajón de la trinchera, ya sólo quedan tres juegos. En los cajones ya sólo hay pastillas. Nada que le pertenezca a ella además de sus pastillas.

¿Dónde está el orden?

Hace varios años que María pasó de ser dueña a ser espectadora. La señora no es dueña ni de lo material ni de lo inmaterial. Ni de sus objetos ni de sus recuerdos.

María ya no es dueña de su vida. Pero a ella no le dio tiempo de saberlo.



En agosto de este año la PGJ informó que por semana, se llevan a cabo –en promedio-, siete desalojos de vivienda en contra de personas de la tercera edad. La preocupación radica en que en la Ciudad de México los adultos mayores representan al 14% de la población de la entidad, y se estima que para 2030 más de un millón 200 personas alcancen la vejez.

El despojo de bienes (así como la agresión física, psicológica o emocional), se considera violencia contra el adulto mayor. Las denuncias pueden hacerse a la Agencia para la Atención de Personas Adultas Mayores en los siguientes números telefónicos: 5345511 o 53455112


Frida Sánchez, Comunicación y Periodismo FES Aragón, UNAM

@frida_san24


Ilustrador: Mauricio Delgado

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