Al inicio de Llévate mis Amores (México, 2014) -ópera prima de Armando González Villaseñor- vemos como un grupo de mujeres preparan, en un enorme cazo (puesto al fuego en el patio de su paupérrimo hogar), kilos y kilos de arroz. Al tiempo, en voz en off, estas mujeres hacen rápido resumen de sus vidas: puestas a trabajar desde muy pequeñas porque el dinero no alcanzaba, embarazadas del primer novio, abandonadas luego de que el susodicho se fuera en búsqueda de mejores oportunidades al otro lado del río Bravo, o simplemente dejadas con todo y chamacos luego de ser vejadas y golpeadas por el marido alcohólico.

El común denominador de estas mujeres es la frustración por los sueños truncos, la pobreza extrema les fue arrebatando una a una sus aspiraciones, pero siguen adelante con la esperanza de que sus hijos se eduquen y tengan mejor futuro. Tras estos tristes relatos  de vida, existe algo que las convierte en unas de las mujeres más extraordinarias y admirables que podría dar este país.

Se trata de “Las Patronas”, un grupo de mujeres de la comunidad del mismo nombre en el estado de Veracruz que desde 1995 ayuda a los cientos de migrantes que pasan todos los días trepados en la famosa “Bestia”, el tren que va rumbo al norte y que pasa a escasos metros de donde ellas viven.

Todos los días, estas extraordinarias mujeres preparan arroz, soya, frijoles, totopos, recolectan agua en botellas recicladas de refresco, agrupan todo en bolsas de plástico y salen a las vías del tren para que, al paso del mismo, le regalen estos “lonches” a los migrantes (en su mayoría centroamericanos) que les gritan “tengo hambre”. La escena es conmovedora hasta las lágrimas, una de las mejores secuencias que verán en el cine mexicano de este año.

¿Por qué lo hacen?, ¿qué les mueve a estas mujeres, abandonadas en su mayoría, a preparar todos los días comida para regalarla a unos extraños que ni conocen? La líder del grupo cuenta la primera vez que ayudó a un muchacho que iba malherido en el tren. Lo llevaron a varios hospitales y en ninguno le dieron atención por ser “ilegal”. Desesperada, la mujer lo atendió en su propia casa. Lo curó. Lo alimentó. Le salvó la vida.

Cuentan ellas de una especie de llamado divino que las hace ayudar a estos jóvenes cuya única intención es mejorar sus vidas, hacerse de un trabajo bien remunerado, enviar dinero a sus familiares pero que, por cosas de la política, son marcados como “ilegales”.

Lo cierto es que, más allá de las explicaciones místicas, estas mujeres hacen lo que hacen por un sentido de solidaridad abrumador, generoso y conmovedor. Todas ellas se convierten en madres de los migrantes, sus acciones las definen, le dan un sentido ulterior a sus vidas. La pobreza material se esfuma, convirtiéndose en seres de una riqueza infinita.

Con una estructura convencional, que sin embargo no deja de ser emocionante por la humanidad del retrato, Armando González cuenta tres historias en una. Por un lado, es la crónica del vía crucis migrante, de la odisea de estos muchachos de no más de 25 años que desde centroamérica se trepan al tren, sin comer en días, y que en su intentona de llegar a Estados Unidos librarán todo tipo de obstáculos: desde policías corruptos, hasta narcotraficantes, polleros y demás peligros.

Por otro lado, Llévate mis Amores es también la crónica de la condición de la mujer en las comunidades más pobres. Excluidas de la educación básica puesto que “a las mujeres no se les da eso de estudiar, al fin solo sirven para tener hijos”, sin educación sexual y por lo tanto condenadas a tener hijos siendo solteras (o abandonadas), el documental expone la vergonzosa condición de la mujer en este país, en pleno siglo XXI.

Y por último, la cinta de Armando González no hace sino exponer el fracaso de las instituciones, al abandono del gobierno, la displicencia de todo tipo de autoridad.

En medio de ese marasmo, son estas mujeres, vueltas madres universales, que dan la mejor cara de un país abatido por la pobreza y la desesperación. Ellas son el mejor rostro de nuestra patria.

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