“Los muertos están vivos”, la frase con la que SPECTRE recibe al público de este, el filme número 24 de la saga Bond -cuarto de la era Craig y segundo dirigido por Sam Mendes- podría interpretarse de varias maneras: una referencia a México y la celebración del Día de Muertos, un resumen (casi spoiler) sobre lo que por espacio de más de dos horas y media estamos por ver, o el reconocimiento explícito a una de las irrefutables habilidades de James Bond, su probada habilidad para resistir a la muerte en más de una veintena de películas y en la historia del cine como una de las franquicias cinematográficas más duraderas y al parecer imposibles de matar.
No obstante, todo por servir se acaba, y si la era Craig del personaje había demostrado que era posible desnudar a Bond de varios de sus atavismos para inyectarle nueva vida (Casino Royale, 2006), en esta entrega no parece haber otra ruta sino el regreso a las fórmulas clásicas y probadas, incluyendo un villano plagado de clichés, las múltiples referencias a personajes y situaciones ya vistos en la saga (en un afán que parece más una ruta de escape que un simple capricho de nostalgia), y la adopción de todos aquellos lugar comunes que parecía definían al personaje pero que justo la era Craig habría demostrado que no formaban parte esencial del mito (desde el famoso martini hasta los imposibles gadgets). Los muertos, en efecto, están de regreso.
La mezcla resulta en todo caso extraña, por momentos pareciera que estamos en la reedición del Bond más indulgente, con un villano que explica su plan antes de ejecutarlo (que prefiere sermonear al héroe antes que simplemente matarlo), con más de una situación que desafía la lógica de la película, con un Bond que escapa de un edificio que se colapsa cual si estuviera deslizándose por una resbaladilla o que se lanza al vacío sólo para caer a salvo en una red de protección que sale -convenientemente- de la nada.
Esta es probablemente la película más solemne, oscura y desesperanzadora en la historia de Bond, donde si bien el humor está presente, rápidamente es opacado por este mundo lleno de sombras, de tomas en su mayoría nocturnas, de sótanos ocultos, de salas de juntas mal iluminadas (secuencia por demás ridícula), de edificios en ruinas, de una ausencia casi total de música de fondo y donde la parte más colorida es justamente la secuencia filmada en México.
La tan sonada secuencia de inicio es un resumen perfecto de la película: un prometedor inicio con un estupendo plano secuencia desde la plaza frontal del Palacio de Minería hasta el techo de algún edificio; una persecución que lleva a nuestro héroe a un Zócalo pletórico y plagado de extras (que no manifestantes, como es costumbre) para luego decantarse por un simple stunt creado para impresionar al respetable (toda una serie de acrobacias imposibles arriba de un helicóptero), filmado con cierta torpeza en los efectos especiales (se nota demasiado la famosa pantalla verde), y una resolución predecible y anticlimática.
De la fuerte expectativa al cliché más gastado. Una y otra vez. Así es SPECTRE.
“Del horror nace la belleza” dice el villano en uno de sus somníferos discursos propios de villano “bondsenesco”, pero le asiste la razón: de entre todo este entuerto de fórmulas nuevas pero desgastadas y viejas pero eficaces, hay un elemento de belleza innegable: la fotografía de Hoyte Van Hoytema quien se maneja casi en los mismos niveles de Roger Deakins (Skyfall, 2012). Es Hoytema quien provee de mayor emoción en esta cinta mediante un lance estético muy particular, que se muestra eficaz incluso entre las sombras y que encuentra oportunidades para inyectar virtuosismo en toda la obra: desde el ya mencionado plano secuencia, hasta ciertas tomas en el desierto, o incluso en la hermosa mirada de una Léa Seydoux enamorada de la cámara.
En una cinta llena de silencios como lo es SPECTRE, Hoteyma es el encargado de llenarlos con imágenes bellas y encuadres perfectos.
Rayando en una solemnidad somnífera, confundiendo oscuridad con profundidad, SPECTRE parece ser el capítulo final del experimento que representaba Daniel Craig. La reinvención del personaje vía la exploración de su pasado y de su psique (el conflicto amoroso en Casino Royale, la confrontación maternal en Skyfall) dan muestras de un increíble desgaste.
Ha llegado el momento de decir adiós y Sam Mendes lo asume como tal. Bond, como siempre, volverá de entre los muertos, sólo queda la pregunta: ¿será con la misma piel o de nuevo -por enésima vez- tendrá que reinventarse en la figura de un nuevo 007?