●Con su ópera prima, Isaac Ezban nos lleva a un lugar sorprendentemente oscuro, un brillante mindfuck donde el asombro y la angustia son ineludibles.

En Inception -aquel emocionante thriller sobre un grupo de ladrones que a través de los sueños era capaz de insertar una idea en el cerebro de sus víctimas- su director y guionista Christopher Nolan introducía el concepto de “Limbo”, un espacio donde el tiempo pareciera estar detenido y que, sin embargo, todo aquel que llegara a ese lugar estaba condenado a no escapar y vivir en carne propia el inclemente paso del tiempo hasta ser rescatado, o encontrar la muerte.

Claramente influenciado por aquel limbo de Nolan, los dibujos de M.C. Escher, algún relato de Philip K. Dick y la serie Twilight Zone, el director y guionista mexicano Isaac Ezban narra en su ópera prima, El Incidente, una inquietante historia sobre el inclemente paso del calendario, el inevitable encontronazo entre generaciones y aquella máxima que reza: el tiempo lo destruye todo.

México, en alguna fecha y lugar indeterminados, un par de adolescentes huyen de un fiero detective (el siempre eficaz Raúl Méndez) quien los persigue arma en mano hasta el cubo de las escaleras de emergencia de un edificio.  Es entonces cuando sucede lo inexplicable: ninguna de las puertas de salida abre, nadie pareciera escuchar sus llamados de auxilio y, lo más alucinante, no importa que suban o bajen, el lugar parece ser infinito, repitiéndose una y otra vez los mismos nueve pisos del edificio.

Corte a, una familia, padrastro (Hernán Mendoza), mamá (Nailea Norvind) y dos hijos pequeños, todos van en un auto rumbo a la playa. De pronto, cierto accidente los obliga a dar la media vuelta  pero, tal y como en el caso de las escaleras, la familia se da cuenta que ya ha pasado varias veces por la misma gasolinera. El fenómeno se repite, en este caso con una carretera infinita que no pareciera tener salida alguna.

Durante el primer acto de la cinta, el director plantea el enigma de forma por demás eficaz, contagiando al público la desesperación de los personajes, generando angustia y jugando con la expectativa de la audiencia: aquel fino cuidado con los múltiples detalles que parecen secundarios pero empiezan a sugerir que, tal vez, ambas historias están conectadas.

No obstante, aquello es apenas el inicio; el cénit del relato llega con el segundo acto donde  Ezban, asumiendo con entereza las consecuencias de su planteamiento inicial, nos lleva a un lugar sorprendentemente oscuro, un brillante mindfuck donde el asombro y la angustia son ineludibles ante el destino cruel y desesperanzador que le aguarda a todos sus personajes. La sorpresa es absoluta y el pasmo inevitable.

Más sorprendente aún, todo este rango de emociones se logra sin artificio alguno, sin el uso de efectos digitales o por computadora, tan solo un magnífico trabajo de cámara (fotografía a cargo de Rodrigo Sandoval), una edición que privilegia el misterio (aquellos constantes cortes a negros) y la imaginación desbordada en un diseño de producción que cuida meticulosamente los detalles.

Decíamos al inicio que Ezban pareciera compartir obsesiones con el cine de Nolan, desgraciadamente también comparte con él uno de sus peores defectos: la sobreexposición. La ambición termina por desbordar el relato. El director reta al público en los dos primeros actos y por alguna razón pareciera sentirse obligado a compensarlo en el tercero con una serie de explicaciones no pedidas en una secuencia bien armada pero innecesaria que, además, termina con una moraleja respecto al espíritu inquebrantable de la juventud frente a la desesperación de la vejez.

Un error a todas luces dado que los infiernos no se explican, al contrario, se viven, se sufren.

Con todo el balance sigue siendo positivo. Isaac Ezban demuestra tener oficio y entusiasmo, haciendo un cine personal, fiel a sus obsesiones temáticas y de género pero con un conocimiento de aquellas claves que lo hacen funcionar más allá del simple cliché.

Si nos quejamos de la falta de originalidad y osadía del cine mexicano, aquí tenemos algo completamente fuera de lo común, un reto a la audiencia con una manufactura impecable en un género que históricamente ha sido de los menos afortunados en el cine nacional.

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