Más Información
Tras errores en lista, constitucionalista ve aún opacidad en nombres de aspirantes a elección judicial; lista puede estar inflada, dice
FGR asegura casi mil cabezas de ganado en cateo en Guanajuato; analizan posible presencia de clembuterol
Profepa asegura que amputación de extremidades a mono saraguato fue para salvarla; se había electrocutado en Tabasco
Ariadna Montiel celebra derecho de jornal seguro y justo a campesinos; darán apoyo directo y fertilizantes gratuitos
Claudia Sheinbaum supervisa carretera Mitla-Istmo de Tehuantepec; acusa abandono de gobiernos anteriores al de AMLO
Hay un lector que cada vez que cito a un autor o publicación extranjeros me regaña. Según él, yo debería solamente leer, escuchar y citar a mexicanos.
Hasta hoy nunca le había yo respondido, porque me parece una propuesta tan absurda, que no merece dedicarle atención. Hoy sin embargo lo hago, porque cada día descubro que esa manera de pensar la tienen muchos en nuestro país: desde el Presidente de la República que considera que no es necesario que los científicos y creadores viajen al extranjero para enterarse de lo nuevo que se hace y medirse con los de afuera para comparar la calidad y oportunidad de su trabajo, hasta los taxistas que en sus protestas contra las plataformas digitales argumentan “porque son extranjeras y nosotros somos mexicanos”, como si eso fuera de suyo y por definición algo mejor. Y no, no lo es.
Porque el ser de un país no significa tener que vivir aislado, mirándose solo el ombligo. No es posible (o más bien: no debería ser posible) no voltear a ver lo que hacen otros países en materias tan importantes como economía, educación, salud, generación de energía, combate al crimen, migración, problemas urbanos y del campo, e incluso estudios sociales y literatura. Y eso simple y sencillamente porque no podemos descubrir solos el camino. Los conocimientos en la humanidad son acumulativos y quien considere que no tenemos nada que aprender de los saberes, errores y aciertos de los demás está equivocado.
Hoy estamos viendo las consecuencias nefastas de este modo de pensar cuando por ignorancia nuestros gobernantes, funcionarios y legisladores dan metidas de pata que nos hacen mucho daño y que pagamos todos y paga el país.
Un ejemplo sin desperdicio sucedió hace algunos días, cuando el Instituto de la Juventud de la Ciudad de México sacó en sus redes sociales una publicidad con la efeméride del día. Esa resultó ser (aunque con la imagen equivocada, porque ni eso se tomaron la molestia de verificar) nada menos que del asesino Joseph Goebbels, cercano colaborador de Hitler y responsable de la propaganda del régimen nazi. Solamente un ignorante pudo haber hecho eso, porque alguien que está enterado de lo que se piensa en el mundo, no se habría atrevido.
Por supuesto y afortunadamente, se generó escándalo en las redes y se eliminó la dicha publicidad, además de que se pidieron disculpas. Pero esto último resultó peor todavía, pues luego de reiterar su compromiso con la tolerancia, el respeto y todos los blablás que se deben decir en el mundo de lo políticamente correcto, se agregó una frase que echó todo por la borda: “La intención de nuestras efemérides sólo buscan generar memoria histórica, sin exaltar ni reivindicar ninguna ideología”. Además de mal redactada, esa frase es tan grave como la publicidad misma. ¿Cómo que no se reivindica ninguna ideología cuando se pone una swástica y se festeja a un nazi? ¿De verdad puede haber tanta neutralidad en la historia que lo mismo da recordar a un individuo como ese que a alguien como Benito Juárez o Gandhi?
Por supuesto que no. Y por eso, para tratar de componer el entuerto, echaron de su cargo a quien hizo esto, pero a mi juicio, no basta. Deberían también despedir a la directora de la institución en la Ciudad de México, porque fue ella quien puso a esa persona en el cargo y le dio el poder para cometer esa barbaridad.
Según su director general, el Injuve tiene como misión, “Servirle a las juventudes de México y lograr el bienestar de los más de 37 millones de jóvenes que habitan el país”. La manera de conseguir eso, dice el mandato de esa institución, es “otorgarles las herramientas necesarias en educación”. Pero según lo visto, la palabra educación está tan vaciada de contenido, que puede dejar fuera o al contrario, incluir cualquier cosa, pues no discrimina entre lo importante y lo superfluo, lo malo y lo bueno. Y eso, por pura ignorancia.
Escritora e investigadora en la UNAM