“¿No te da vergüenza?”, “¿no te das cuenta que tu mamá y papá lloran por tu culpa?”, fueron algunas de las preguntas que le hicieron a Jorge Luis durante los tres días en los que estuvo en un retiro para “curar” su homosexualidad.

Acudió a una especie de campamento para alcohólicos donde no le permitieron dormir, ni comer, ni bañarse durante todo un fin de semana. Sólo escuchó charlas religiosas, rezos y leyó pasajes bíblicos. También le echaron agua bendita para que se le saliera el pecado. Jorge Luis fue llevado, a sus 17 años, a una terapia de reorientación sexual o de conversión. Querían volverlo heterosexual.

Estos talleres no están regulados legalmente en México, señala Iván Tagle, director asociado de la organización YAAJ, que defiende los derechos de la comunidad LGBT. Esta ONG, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), la Comisión Ejecutiva de Atención a Víctimas (CEAV), el Consejo para Prevenir y Eliminar la Discriminación de la Ciudad de México (Copred) y la embajada de Holanda iniciaron una campaña para sancionar y erradicar este tipo de prácticas en nuestro país. Ayer se celebró el Día Internacional contra la Homofobia.

“Queremos que sea un delito cualquier práctica que se utilice para fomentar la conversión o la reparación de la homosexualidad, porque daña los derechos humanos, la salud mental y sexual”, enfatiza Tagle.

Miguel Corral, sicólogo de YAAJ, indica que no hay estudios ni informes que ofrezcan cifras sobre cuántos centros o instituciones realizan estas prácticas.

La organización All Out informa que, de noviembre de 2015 al mismo mes de 2016, recibió 60 reportes de conferencias y congresos que promueven la cura de la homosexualidad, provenientes de 20 países.

Estas terapias han sido poco reguladas a nivel internacional. Según el informe Homofobia de Estado 2017 de la Asociación Internacional de Lesbianas, Gays, Bisexuales, Trans e Intersex, sólo tres naciones han prohibido estas acciones en su territorio: Brasil, Ecuador y Malta, es decir, apenas 1.5% del total de los integrantes de
la ONU.

“Sin instructivo para hacerse machín”

Exodus Latinoamérica, que promueve estas acciones en México, asegura que no buscan curar a nadie, sino acompañar a las personas que no se sienten cómodas con su sexualidad y apoyarlas mediante la religión. El método es personalizado y no hay “un instructivo para hacerse machín”, dice Daniel Farías, director de Cambio de Rumbo, la representación de Exodus Latinoamérica en la República.

Farías pide no ser llamado “homofóbico”, no condena la homosexualidad, la respeta, aunque tampoco la promueve. “Vienen los medios a juzgarme como homofóbico; sin embargo, respeto la preferencia de cada quien”, asegura.

Su postura es la de “contenerse” de tener este estilo de vida. A los jóvenes que se le acercan, explica, los escucha. “Me meto con la Biblia, con la palabra de Dios, que es a lo que me dedico, doy sesiones sicoterapéuticas. Cuando me dicen que esa vida no les llama la atención, ofrezco un acompañamiento individual, porque cada caso es distinto y no hay un instructivo para hacerte machín”, dice.

“Tu familia sufre por ti”

Jorge Luis fue a una terapia religiosa. Lo dejaron un viernes por la noche en un autobús que partió de una zona cercana al aeropuerto de la capital. Iban 70 personas, pero no podían entablar conversación alguna, estaba prohibido. Hombres y mujeres estaban separados.

Él nunca supo qué dirección tomó el vehículo. Recuerda que pudo observar un letrero que decía Toluca, pero no más. Llegaron a una hacienda. Los gritos y las groserías empezaron desde ahí. Siguieron charlas que le parecieron interminables en las que hablaban de los excesos. Luego los hicieron salir al jardín para que gritaran su pecado.

El joven se negó, una empleada se acercó y le dijo: “Sabes bien que estás aquí por ser gay”. A partir de ahí lo pusieron a leer la Biblia, a rezar, pero principalmente le hicieron sentir culpa por su orientación sexual. “Esto es completamente contra tu mamá y tus hermanos”.

Aseguró a los empleados del lugar que con la ayuda de Dios se había curado, luego lo hicieron besar una cruz gigante que había en el jardín, al tiempo que gritó: “¡Soy libre!”.

Los rezos no funcionaron, sigue siendo homosexual, pero ahora su familia lo acepta. No sabe qué organización fue la que hizo esta terapia y tampoco quién se la recomendó a sus padres. Reconoce que le tuvo rencor a su madre por unos meses, luego se reconciliaron.

Efectos contraproducentes

Ofelia Reyes, coordinadora del programa de Sexualidad Humana de la Facultad de Psicología de la UNAM, señala que la falta de educación sexual motiva que muchos padres manden a sus hijos a terapias de conversión.

“No hay información certera circulando que diga que ser homosexual no es una enfermedad. La razón de que los papás lleven a sus hijos a estas terapias es porque se supone que los curan, pero la homosexualidad no es una enfermedad”, declara.

Miguel Corral, sicólogo de la organización YAAJ, advierte que las personas sometidas a estas terapias pueden sufrir depresión, ansiedad y desarrollar conductas autodestructivas. “Vulneran los derechos porque justamente atacan y contravienen la dignidad de quienes son sometidos a esas prácticas y sobre todo porque en general van dirigidas para niñas, niños y adolescentes, quienes son llevados por sus familiares en contra de su voluntad”, dice.

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