Por el resto del año, la encomienda de ser enlace del gobierno de Estados Unidos con Latinoamérica está en manos de la diplomática puertorriqueña Mari Carmen Aponte.

Y Aponte lleva la cuenta. Cumplirá  en total 240 días, desde su nombramiento interino como secretaria adjunta del Departamento de Estado para Latinoamérica hasta el 31 de diciembre, cuando vence la designación.

Aponte llegó al puesto el 5 de mayo después que, por tercera ocasión, republicanos del Senado bloquearan un nombramiento suyo como embajadora, esta vez para la Organización de Estados Americanos (OEA).

Contrario al pasado, no hubo disputas públicas. La bloquearon en absoluto silencio.

Justo cuando tiene en su cartera  de trabajo darle continuidad al restablecimiento de relaciones diplomáticas con Cuba, republicanos volvieron a levantar como excusa el romance que tuvo hace más de 25 años con Roberto Tamayo, quien por asuntos de negocios frecuentaba la entonces Sección de Intereses cubana,  sede de la embajada del gobierno de La Habana en la capital estadounidense desde julio pasado.

Por el mismo mal rato la hicieron pasar  entre 1997 y 1998, cuando el entonces presidente Bill Clinton la designó embajadora en República Dominicana, nombramiento al que renunció. También entre 2009 y 2010, cuando el presidente Barack Obama la propuso como embajadora ante El Salvador. Entonces, el presidente Obama recurrió a otro nombramiento interino, aprovechando un receso del Senado.

En 2011, después que Obama la  presentó por segunda vez como candidata a embajadora en el país centroamericano, entonces le dieron paso y fue confirmada por el Senado.

Parecería una broma pesada. Pero, a pesar de ejercer  cinco años como embajadora en El Salvador y de la apertura hacia Cuba, el fantasma de aquel novio que nunca más ha vuelto a ver se convirtió temporalmente en otro escollo legislativo que ha tenido, para ella, el giro positivo de abrirle la puerta de   la secretaría adjunta para Latinoamérica.

En su nueva posición, sustituye a Roberta Jacobson, confirmada días antes como embajadora en México, luego que su nombramiento también estuviera estancado por meses.

Asume el puesto en momentos de nuevas tensiones estadounidenses con Venezuela, de ebullición política en Brasil, y con sectores republicanos todavía quejándose por la apertura diplomática  hacia Cuba.

Aponte, no obstante, afirmó que el gobierno del presidente Obama busca hacer "irreversible" la nueva relación con La Habana.

La secretaria Aponte cumplió la semana pasada su primera gira oficial, con visitas a Uruguay y Brasil. En Brasil, se convirtió en la primera funcionaria estadounidense de alto nivel en visitar el país, tras la controvertida  destitución temporal de la presidenta Dilma Rouseff.

Muchos se sorprendieron de que haya terminado en su nuevo puesto.

-La nominación no se movía en el Senado. Cuando terminé en El Salvador, regresé a Washington D.C. y empecé  a trabajar con Roberta Jacobson como consejera 'senior'. Confirmaron entonces a Roberta como embajadora de México, y la Casa Blanca y otros aquí hablaron conmigo. Es un reto importante. Aquí estoy.

¿Enviarán su nombramiento al Senado?

-No hay intención de enviar mi nombramiento al Senado. Técnicamente, mi nombramiento para la OEA sigue pendiente.

¿Por qué se volvió a frenar un nombramiento suyo a un puesto diplomático?

-Entiendo yo que tiene que ver con las mismas razones de la vez anterior.

Las mismas razones. Es decir, por su exnovio. Es toda una contradicción luego de que fuera confirmada como embajadora ante El Salvador.

-Eso nos parecía a muchos, tanto en el Departamento de Estado como en la Casa Blanca, y  a mí, personalmente, que se reviviera un tema del pasado porque había sido confirmada y servido cinco años en El Salvador. Cualquier duda, sospecha, debió de haber sido manifestada. Pero hay senadores que tienen dudas.

¿Quién o quiénes?

-Esta vez, ni me dieron audiencia.

Pero, ¿quiénes le bloquearon?

-El presidente del Comité de Relaciones Exteriores es el senador John Barrasso (Wyoming). Tuve una reunión buenísima con él, muy amigable, porque lo que quería era aclararle cualquier cosa.

¿No intervino el senador Marco Rubio? La otra vez, él frenó inicialmente su nombramiento,  aunque  terminó dándole paso.

-El senador Rubio estaba en ese momento en campaña, y eran otras sus preocupaciones. Eso lo entiendo.

¿Pensó retirar su candidatura a la OEA?

-Se me ha ocurrido, y si no se me hubiese ocurrido, mi mamá, que tiene 91 años, me lo recuerda. Lo mismo han hecho mi hermana y mi sobrino.

Quizá debió traer a su mamá a la reunión con el senador Barrasso.

-Mi mamá es la que no entiende cómo funciona esto.

¿Cree que a un hombre le hubieran hecho lo que le han hecho a usted, si hubiese vivido una experiencia similar?

-¿Sobre el pasado romántico? Bajo otras circunstancias, si fueran otras las razones, no pudiera decirlo con tanta seguridad. Pero me sospecho que, para los hombres, relaciones románticas de hace 25 años no tienen la relevancia que obviamente han tenido en mi caso.

¿Cuáles son sus responsabilidades?

-Crear e implementar la política de Estados Unidos hacia el hemisferio. No la creo sola, pues se hace por medio de comités interagenciales. Pero somos la oficina que la implementa desde Canadá hasta Tierra del Fuego.

Le restarán sobre 200 días. ¿Cuáles son los retos que identifica?

- Para mí y la administración (del presidente Obama), es bien importante el tono y la sustancia de las conversaciones con Latinoamérica. El reto está en calibrar cómo Estados Unidos tiene una política pública pragmática, que no esté dictando ni sea para imponer, pero que se ocupe de que los países velen por sus propias democracias. Defender la Carta Interamericana de Derechos Humanos, que es la que promueve la democracia.

Si se reencamina su nombramiento como embajadora ante la OEA, ¿qué hará?

-En ese momento, tendré que tomar una decisión bien difícil.

Ese nombramiento continuaría hasta el próximo Congreso, y un próximo presidente o presidenta puede pedirle que continúe en el puesto.

-Eso es una posibilidad, pero hay mucha lluvia entre hoy y ese momento.

Si su función en este gobierno termina a finales de año, ¿se acabó para usted el servicio público?

-Tengo mucha gente a mi alrededor que ya quiere que me retire. Pero no he llegado a ese momento.

¿Cómo fue su experiencia en El Salvador?

-Tengo un gran cariño y respeto por el pueblo salvadoreño, que ha sufrido muchísimo y todavía sigue expuesto a mucha violencia, donde una mujer que sale en una guagua a un trabajo decente no sabe si va regresar con vida. Traté de hacer la diferencia,  por la ayuda técnica  y el ejemplo que dábamos, al salir a los pueblos más pobres, que eran los sitios a los que consideraba debía ir. Era dar un mensaje de que todos tenemos una responsabilidad compartida, de que Estados Unidos la tiene y la cumple, sin arrogancia y con entendimiento. Mis días de alegría en El Salvador era poder conversar con una mujer que no tenía mucho, que con lágrimas en los ojos me hablaba de un hijo que se había ido a Estados Unidos hace 20 años, y que le mandaba dinero. Para ella, tocarme y verme era tocar y ver a su hijo. Esos momentos jamás se me van a olvidar. Fueron los momentos que me daban la energía para seguir trabajando incansablemente y abogando por valores de democracia. Cada trabajo me ha preparado y enseñado para el próximo. Ha sido muy alentador. En este (como enlace con Latinoamérica), sin embargo, es como tratar de beber agua de una bomba de incendio.

En El Salvador, estaba a cargo de una de las oficinas diplomáticas más grandes de Latinoamérica.

-Es  la sede regional para Centroamérica de 19 oficinas, como la Agencia Internacional de Desarrollo (AID) y la DEA (el Departamento Estadounidense Antidroga). Un total de 605 empleados, sin incluir la seguridad del perímetro, que estaba en manos de otros 400 o 500 personas.

Como residente de Washington D.C., usted conocía ya la diáspora salvadoreña.

-Es increíble cómo la diáspora salvadoreña se ocupa de su país. Siempre que hablaba, mencionaba esa comunidad salvadoreña que se faja trabajando y pagando impuestos.

¿Pudo conocer el país?

-Siempre traté de mezclarme con la gente porque es lo que me daba energía. Aunque no iba demasiado a cines o teatros, porque la seguridad no me dejaba, insistía en que cuando se trataba de programas de Estados Unidos que rendían beneficios en los barrios más pobres, en que hubiese la forma de llevarme allí. No se hacía muy a menudo, pero por lo menos una vez al mes nos tirábamos hasta tres horas fuera de San Salvador.

Cuando el presidente Obama la nominó originalmente a la OEA, parecía que iba a llegar a tiempo a la Cumbre de las Américas de 2015, donde en marzo se dio la primera reunión oficial con el presidente de Cuba, Raúl Castro. ¿Cómo se recibió en El Salvador la reapertura de relaciones diplomáticas?

-Al igual que en muchos países de Centro y Suramérica, se ha recibido con beneplácito. No quiere decir que Cuba y Estados Unidos estén de acuerdo en todo, pues hay muchísimo trabajo por hacer. Todavía hay puntos de desacuerdo y hay puntos de acuerdo, como en el correo y narcotráfico. Hay mucho trabajo por hacer en el área de derechos humanos y la disidencia.

Por el tema cubano, hubiese sido hasta justicia poética haber estado en la cumbre de Panamá.

-Hubiese  tenido un gran simbolismo.

¿Qué tareas cumple ya sobre Cuba?

-Hay que seguir trabajando en temas de común interés, como inmigración,  democracia y negocios. Aunque se ha hecho un poco de avance, ese tipo de cosas todavía hay que moverlas hacia el frente y seguir hablándolas. Esta administración está comprometida a seguir la conversación  y hacer los cambios irreversibles, aunque entiendo que hay áreas de desacuerdo que son importantes.

¿Veremos el fin del embargo económico?

-No sé si en el futuro inmediato vamos a ver un cambio, pues queda (en este año final del cuatrienio) muy poco tiempo legislativo. Pero es una de las cosas que va a cambiar.

¿Le preguntan por Donald Trump?

-He tenido muchas preguntas. En todos los países, hay candidatos que la gente entiende que son extremos o que no están cualificados.  Siempre me refiero a la importancia que tienen las elecciones y la participación electoral.

Una puertorriqueña a cargo de los asuntos de Latinoamérica del Departamento de Estado de EE.UU. es un hito. Bajo la presidencia de John F. Kennedy, Arturo Morales Carrión ocupó la subsecretaría adjunta, un rango  jerárquico por debajo.

-Imagínate eso. Arturo Morales Carrión, por quien siempre he sentido una gran admiración, a quien conocí cuando era más joven y me mudé a Washington a principios de mi carrera profesional. Con alguna frecuencia, nos veíamos, salíamos a comer, y siempre lo admiré como un gran representante de Puerto Rico.

¿Qué significa para usted ser las persona puertorriqueña de más alto rango en la historia del Departamento de Estado?

-Muchísima responsabilidad. Reconozco mucho lo que significa, pues para mí, siempre ha sido bien importante abrir puertas, ser pionera, la primera mujer puertorriqueña en ser admitida a la práctica del Derecho en Pensilvania, en ser presidenta de la Asociación de Abogados de EE.UU. Después ha habido otros, y de eso se trata. Creo que muchas veces nosotros nos imponemos límites, y a menos que veamos que hay otros que ejercen esos cargos de forma responsable y efectiva, como que no pensamos que es posible. Pienso que lo mismo pasó con el nombramiento de Sonia Sotomayor, a quien conozco hace muchísimos años. Jamás pensé, y creo que Sonia tampoco lo pensó, que en nuestra vida veríamos a una (mujer boricua) en un puesto como el de ella.

Usted, por haber sido embajadora ante El Salvador, tiene experiencia diplomática y en la región. Pero, ¿qué aporta una boricua a la política pública de EE.UU. hacia Latinoamérica?

-Para mí, el experimento de Puerto Rico es una cosa extraordinaria, por lo que se hizo en Puerto Rico especialmente durante el desarrollo del Estado Libre Asociado. Obtener   autonomía para decidir muchas cosas internas, fue para mí un ejemplo de democracia maravillosa. Pienso mucho en eso cuando veo otros países que tienen su propio debate interno sobre su futuro y hacia dónde van. Pienso en la democracia y sus valores, el valor de la transparencia, del estado de derecho, el valor de rendición de cuentas, en contra de la corrupción.

La democracia en Puerto Rico está en debate ante la intención del  gobierno federal de imponerle al gobierno de la Isla una junta federal de control fiscal por encima de los funcionarios electos.

-Así mismo es.

¿Habló de autonomía con toda intención debido a lo que pasa en Puerto Rico?

-No. Lo menciono por lo que representó Arturo Morales Carrión y el impacto que tuvo en ese momento de mi vida.

¿Qué le dicen en Latinoamérica sobre Puerto Rico?

-Todo el mundo conoce a Puerto Rico y lo ven con muchísimo cariño. Conocen los artistas, su arte y que -frente a EE.UU.- no tiene problemas de inmigración.

¿No le dan quejas por considerarla una relación colonial?

-Claro que sí, pero yo soy diplomática.

El próximo día 20 es la tradicional audiencia anual del Comité de Descolonización de las Naciones Unidas sobre el caso político de Puerto Rico. ¿Le consultan?

-Tendré algunas conversaciones informales, pero Puerto Rico no está bajo mi responsabilidad.

Y ante la crisis fiscal, que sé está en manos del Departamento del Tesoro, ¿piden su opinión?

-He tenido conversaciones con el Departamento del Tesoro, la Casa Blanca y el Congreso, pero totalmente informales.

¿Qué representa volver a Washington?

-Volver a  mi casa, a mi cuarto, a una vida con mis amistades. Llevo aquí mucho tiempo desde que llegué durante la administración del presidente Jimmy Carter. Para mí, es también estar con mi familia, aunque nunca me sentí sola en El Salvador  porque muchos amigos  me visitaban y había muchos puertorriqueños. Hasta lechón hacíamos.

¿Qué le falta por hacer?

- No sé lo que tendrá el futuro para mí, pero sé que estaré abierta a retos.

jdelgado@elnuevodia.com

@JoseADelgadoEND

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