El año pasado, a causa del terrorismo, murieron unas 32 mil personas en el planeta (IEP, 2015). No es poco, es muchísimo. Cada víctima inocente es lamentable y debe hacerse todo por impedir que ocurra. Sin embargo, resalta que, en el mismo período, 437,000 personas fueron asesinadas en otros tipos de violencia, un número trece veces mayor que a causa de atentados terroristas. En otras palabras, el terrorismo no es el más grande de los problemas que padece la humanidad –al menos en términos de muertes-, aunque a veces pareciera que lo fuera. Esa es la sensación que nos da cada vez que nos enteramos del horror que provoca, cada vez que leemos los tuits, miramos las fotos, o cada vez que alguna organización produce un video para amenazarnos, porque sentimos que cada uno de nosotros es una víctima en potencia. Lo mismo en medios y audiencias que entre tomadores de decisiones, pareciera que el terrorismo siempre termina ocupando los primeros espacios en la agenda, colocándose como la máxima de las prioridades, la preocupación esencial. Y se entiende, pues el impacto de esa clase de violencia es producido menos por el daño material, y mucho más por la afectación a la psique colectiva. Así es como una organización de entre 30 y 40 mil combatientes, y otro tanto de “funcionarios” y operativos varios, tiene hoy en jaque al planeta entero, al borde de lo que muchos sienten es un verdadero apocalipsis, y otros sienten es la tercera guerra mundial. Pero este es el punto donde se requiere un pensamiento más complejo para entender en donde se ubican los riesgos reales de una conflagración de mayores dimensiones.

Actores no-estatales de carácter violento. Hay, en efecto, una situación enormemente delicada en esta temática. La debilidad estructural de muchos estados-nación, su incapacidad para garantizar la seguridad y para ofrecer satisfactores básicos en lo político, en lo económico y en lo social, además de una serie de condiciones internacionales –ejemplos: la existencia de redes de lavado de dinero, de tráfico de armas a bajo costo, tráfico de productos ilícitos o tráfico de personas-, han contribuido a la proliferación de operaciones de actores no-estatales de carácter violento en una gran cantidad de regiones del planeta. Estos actores a veces chocan entre sí, y a veces luchan contra actores estatales o contra coaliciones de estados. Si observamos con cuidado, nos daremos cuenta que la mayor parte de los conflictos existentes en el mundo actual, incluyen a uno o más de estos actores. Muchos de estos actores, desde organizaciones criminales hasta grupos terroristas, se proyectan como invencibles, como todopoderosos. Es verdad que algunos de ellos están amenazando a más de un solo país, y también es verdad que se requiere de esfuerzos multilaterales para poder contenerlos. Pero concluir que, debido a ello, debido a que sus operaciones son transnacionales, debido a que logran atraer seguidores de muchos países, o debido a que consiguen penetrar, corromper y/o coaccionar a gobiernos y sociedades, estamos ante un escenario de guerra mundial, parece exagerado si lo contrastamos con las conflagraciones que la humanidad ha vivido en otros tiempos. Veamos por ejemplo la manera de operar de ISIS (o “Estado Islámico”):

Gracias a su manejo de la violencia -y/o amenaza de violencia- para dominar las conversaciones y la agenda en muchos medios y redes sociales, esta organización comunica exitosamente su omnipresencia e invencibilidad. Una revisión más cuidadosa de sus operaciones, sin embargo, indica que ISIS no es un cuerpo unitario y ordenado en el que, al estilo de una corporación, algún comando centralizado planea, financia, coordina e implementa atentados terroristas. Sus componentes incluyen más bien: (a) un órgano central, ubicado en su base de operaciones, Siria e Irak, que consta del liderazgo, un ejército y una “burocracia” para gobernar los territorios que controla, (b) una serie de grupos no nuevos, sino preexistentes, algunos de quienes anteriormente eran leales a Al Qaeda y ahora simplemente han adoptado un nuevo nombre: “ISIS”, y (c) un gran número de células pequeñas e individuos que se autoafilian o autodeclaran seguidores de esa organización. En la gran mayoría de esos casos no existe evidencia alguna de flujos de dinero o flujos de armamento, mucho menos una red de actividades coordinadas entre la “matriz” y las células. Boko Haram opera y se financia como siempre ha operado y se ha financiado, aunque ahora ya no se autodenomina “Boko Haram”, sino una “provincia” del “Estado Islámico”. Deducir que los atentados de Boko Haram en Nigeria (los más numerosos del planeta en 2014) o los de Ansar Bayt Al Maqdis, grupo que opera en el Sinaí, forman parte de un mismo plan coordinado con las células europeas de Bélgica o París, o que responden a instrucciones orquestadas desde Siria, es impreciso. Varios de estos grupos se mantienen atacando objetivos desde hace años, incluso antes de que el ISIS que hoy conocemos existiera. Lo hacen si no a diario, sí varias veces por semana o por mes. La contención de todas esas amenazas, por ende, no es la tercera guerra mundial, si bien requiere de esfuerzos multilaterales en materia de inteligencia, y colaboración de muchos países en los campos diplomático, político, militar y económico, para su resolución.

El riesgo real. Al margen de los actores no-estatales, sin embargo, hay un riesgo real que no puede ser minimizado. Estados Unidos se encuentra en fase de repliegue relativo, no de expansión. Ese repliegue ha ocasionado entre muchos actores, la percepción de un vacío que puede o debe ser llenado. Esa percepción tiende a provocar competencia, conflictos, choques potenciales, alianzas y carreras armamentistas, entre otras cosas. Dos escenarios como ejemplo. El primero, Asia-Pacífico, en donde la expansión de China en sus mares colindantes está generando no solo inquietud, sino medidas para contenerla. En más de una ocasión, aviones chinos y japoneses se han rozado las alas. Washington, buscando revertir la percepción que se tiene de su rol para mantener sus compromisos de superpotencia, ha decidido responder y hacer sentir su presencia. El segundo, Siria, donde la sobresaturación de los cielos está a la orden del día. Los cazas rusos y los de Estados Unidos y la coalición que lidera, están volando cada vez más cerca. Ya la semana pasada fuimos testigos de un incidente en el que Turquía decidió derribar un avión ruso. Y es ahí donde está el riesgo de una confrontación entre las potencias. Un mal manejo de una crisis, la repetición de incidentes como el que vimos en la semana, una mala decisión en un mal día para un general japonés, o chino, o estadounidense, podría desencadenar una serie de eventos, la invocación de alianzas y pactos de defensa, y consecuencias que podrían salirse de las manos de todas las partes. No sería la primera vez en la historia que algo así ocurriría. Por tanto, los esfuerzos multilaterales al más alto nivel deben estar enfocados a evitarlo, y a encontrar soluciones negociadas para, por lo pronto, desactivar el escalamiento en la confrontación entre las (ahora tres) superpotencias y sus respectivos aliados, y posteriormente buscar terrenos comunes para la resolución definitiva de los conflictos que las enfrentan.

Internacionalista

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