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William Moulton Marston (1893-1947), doctor en psicología e inventor del polígrafo —detector de mentiras—, creó en 1941 Mujer Maravilla, el cómic, para la empresa DC. Respondía a la abundancia de machos alfa que dominaban esta primera etapa clásica, de fundación, del llamado noveno arte. Mujer Maravilla, a diferencia de sus compañeros de nómina, Batman y Superman, tuvo mala suerte: en 1974, con los rasgos de Cathy Lee Crosby, fracasó en su primer TV-filme. Pero entre 1975 y 1979, con el rostro y la figura de Lynda Carter, fue un fenómeno televisivo.

Marston, convencido feminista, hizo que Diana, la Mujer Maravilla, naciera en la mítica Temiscira, ciudad griega que habitaron las amazonas. Hija de la reina Hipólita y Zeus mismo, es el arma secreta para acabar con Ares, dios de la guerra e hijo rebelde de Zeus. Diana, guerrera y semidiosa, pone sus poderes al servicio de la paz. Enfrenta la violencia y brutalidad que Ares desata por medio de sus adláteres, destacando el Dr. Veneno.

La mitología, pensada para la Segunda Guerra Mundial, ahora en Mujer maravilla (2017), apenas segundo largometraje en 14 años de la talentosa Patty Jenkins, tras Monster, asesina en serie (2003), y primero dedicado al personaje —y en que una directora maneja un presupuesto de 120 millones de dólares—, se pone en sincronía con los tiempos actuales para rehacer la mitología, no del origen de Diana Prince (Gal Gadot), sino sobre su ingreso al mundo en 1918, directamente en la Primera Guerra Mundial, “la guerra que acabaría con todas las guerras” gracias a su devastadora tecnología bélica.

Steve Trevor (Chris Pine), soldado que accidentalmente cae en la isla de las Amazonas, recluta a Diana en el año en que se peleaba en Inglaterra no sólo la llamada Gran Guerra sino que las mujeres obtuvieran el derecho a votar. La narración está llena de estos detalles (personajes, apuntes, microepisodios); el guión del debutante en cine Allan Heinberg, con larga carrera televisiva, hace un retrato complejo de la época, dándole juego a los villanos: la doctora Veneno (Elena Anaya) y el general Ludendorff (Danny Huston). La directora Jenkins equilibra humor con acción, mitología con historia; rompe esquemas del cómic adaptado al cine.

Desafortunadamente, previo al estreno, surgieron comentarios de odio sexistas (que demasiado bonita la intérprete —¡qué esperaban siendo hija de Zeus!—; que si aparece con las axilas depiladas, que no es exuberante), ociosos y absurdos ante una cinta con refrescantes personajes femeninos en trama sencilla, resuelta con inspiración y solvencia, lo que puede significar un antes y un después en el cine basado en cómics.

Luego de Superman, la película (1978, Richard Donner); Batman, el caballero de la noche (2008, Christopher Nolan); Capitán América, el primer vengador (2011, Joe Johnston); Avengers, los vengadores (2012, Joss Whedon); y Logan (2017, James Mangold), es el quinto mejor momento en la historia de los cómics filmados. Que funciona en los mismos términos del filme previo de Jenkins. En éste, uno de los dos personajes mostraba fortaleza, el otro fragilidad, e intercambiaban personalidades. En Mujer Maravilla sucede algo similar con Diana y la secretaria Etta (Lucy Davis, sensacional), dualidad de lo femenino en periodo histórico que el fotógrafo Matthew Jensen, la diseñadora Aline Bonetto y la vestuarista Lindy Hemming hacen emocionante.

Mujer Maravilla no es tan banal ni tan gratuitamente violenta. Podría transformar un género próximo al hartazgo.

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