En 1952, un hombre originario de Cotija, Michoacán, con apenas 30 años de edad, trabajaba como mayordomo para George Vergara, alcalde de New Rochelle, Nueva York, y su esposa Allys. De su vida poco se sabía. Cuando era niño, la pobreza había orillado a su familia a reubicar su residencia en Quitupan, Jalisco, de donde posteriormente él se trasladó a la ciudad de Guadalajara para estudiar la preparatoria.

De ahí, el salto a la Ciudad de México parecía inevitable para quien estaba deseoso de forjarse un mejor futuro y ayudar a su familia. En la capital mexicana trabajó como elevadorista en la Compañía Nacional de Seguros y posteriormente se empleó en la Chocolatería Azteca, hasta que George y Allys Vergara, de visita en México, le dieron la oportunidad de abandonar la patria y buscar mejor fortuna en el vecino país.

Regresaría a su tierra de origen 52 años después, sin haber formado una familia. Instalaría su residencia en el barrio de San Cayetano, en la ciudad de Jiquilpan de Juárez, Michoacán. Una década después moriría a los 92 años de edad y en su acta de defunción se le identificaría como Antonio Valencia Barajas.

Fuente de información

Pocos meses antes de su muerte, Valencia Barajas le había expresado a Miguel Guerrero, amigo y vecino, su interés por donar sus documentos personales a una institución que pudiera resguardarlos. ¿Pero qué tenía de significativa la vida de un hombre que había sufrido las carencias de la pobreza de un entorno rural y que en su madurez se había visto en la necesidad de abandonar su patria y emplearse en un país extranjero?

Su archivo personal da muchas respuestas a esta interrogante: más de 400 expedientes y cerca de mil 500 fotografías dan cuenta de la labor de un hombre que durante cerca de 45 años se dedicó a fomentar la cohesión social y creó una red de colaboración que ayudó a cerca de 10 mil migrantes mexicanos, provenientes principalmente de los municipios de Jiquilpan, Cotija y Quitupan, a trasladarse a Estados Unidos en busca de mejores oportunidades de vida, como lo había hecho el propio Valencia Barajas en 1952.

La importancia de este archivo radica en que es una fuente de información que ayuda a conservar los testimonios directos o indirectos de miles de personas que tuvieron que experimentar la pobreza en sus regiones de origen y se vieron obligadas a abandonar su tierra para refugiarse en Estados Unidos.

Este archivo también es prueba de cómo se fue forjando la identidad social de los habitantes del occidente michoacano durante la segunda mitad del siglo XX; con él es posible dotar de sentido a la historia cultural y social de esta parte de la región Lerma-Chapala, Michoacán, donde la situación económica, la violencia, los cambios en los usos de tierra y los factores culturales e identitarios han ocasionado fuertes migraciones durante los últimos 70 años.

Cuando a mediados de 2012 se dieron los primeros acercamientos de Valencia Barajas con investigadores, personal del Archivo Histórico y autoridades de la Unidad Académica de Estudios Regionales de la Coordinación de Humanidades de la UNAM, de inmediato se reconoció el valor de su archivo que finalmente, mediante la suscripción de un instrumento jurídico y un acto formal para la entrega, se puso a disposición de esta casa de estudios.

“El Padrino”

El archivo en cuestión documenta con lujo de detalles cómo la red que formó Valencia Barajas —inicialmente con el apoyo del alcalde de New Rochelle y su esposa— lograba solventar los gastos de quienes, desamparados, pedían ayuda para ingresar en territorio estadounidense en busca de mejores oportunidades: pagos de pasaportes y visas, gastos de traslados, cartas compromisos, cartas de ofrecimientos de empleo, gastos funerarios y repatriación de cuerpos son algunos de los datos que conservó Valencia para dar testimonio y fe de sus actividades.

Como activista en pro de los migrantes, Valencia Barajas estableció conexiones con abogados y firmas de abogados en Estados Unidos que lo ayudaron a zanjar los obstáculos legales; conservó expedientes sobre cuentas bancarias, listas de donantes y todo tipo de recaudación de fondos para rifas o bailes que los miembros de la comunidad mexicana en New Rochelle organizaban en beneficio de los connacionales que se encontraban interesados en abandonar su región de origen y llegar al vecino país.

Teodoro Aguilar, especialista de la UNAM en migraciones en el occidente de México, estima que, durante los casi 45 años que la red operó, cerca de 50 mil migrantes salieron de los municipios donde tenía presencia la labor altruista de Valencia Barajas y que uno de cada cinco de esos migrantes fue apoyado por el hombre que sería conocido como “El Padrino”, el “Alcalde Hispano de New Rochelle” o el “Ángel Guardián de los Mexicanos”.

Con el dinero que Valencia Barajas fue reuniendo (Aguilar calcula que lo que la red consiguió en esas casi cuatro décadas y media fueron cerca de dos millones de dólares a precios actuales) también se hicieron aportes a las comunidades de origen de los migrantes. Con ellos se pudieron construir una primaria y una secundaria en la comunidad de La Guadalupe, y tres templos religiosos en las comunidades de Quiringual y Llano Largo, los tres ubicados en el municipio de Quitupan.

Bajo resguardo universitario

En 1972, Valencia Barajas fundó y se convirtió en director del Club Cultural Hispano Mexicano, asociación cuyo fin era ayudar a migrantes del occidente de México; participó también en otras asociaciones y redes en Estados Unidos y México, formó parte del Sub-Comité de Liturgia del Comité Guadalupano y fue presidente del Club Solidaridad La Guadalupe (gracias a él, la imagen de la virgen de Guadalupe se llevó a la iglesia de San Patricio, en la ciudad de Nueva York); asimismo fomentó las becas y los intercambios internacionales de alumnos del Instituto Cumbres, en la Ciudad de México, y la construcción de carreteras, entre otras actividades de cooperación y asistencia a migrantes y sus familias.

Los reconocimientos de la comunidad mexicana en Estados Unidos y de las propias autoridades de aquel país comenzaron a llegar cuando el 16 de octubre de 1985 el Condado de Westchester nombró esa fecha como el Día Antonio Valencia y de la Herencia Hispana.

Su nombre apareció en revistas y periódicos en los que se documentó su arduo trabajo en beneficio de los mexicanos radicados en Estados Unidos, lo que hizo que en 1996 la Secretaría de Relaciones Exteriores de México lo distinguiera con el premio Othil, el cual se otorga a activistas o ciudadanos mexicanos que realizan labor social y en beneficio de otros mexicanos en el extranjero.

El archivo personal de Antonio Valencia Barajas reposa ahora, junto con el Fondo Francisco J. Múgica, la Colección Lázaro Cárdenas del Río y la Colección del Centro de Estudios de la Revolución Mexicana, entre otros fondos y colecciones, en el Archivo Histórico de la Unidad Académica de Estudios Regionales de la Coordinación de Humanidades de la UNAM, en Jiquilpan de Juárez.

Además de ser testimonio y herencia viva de la región Lerma-Chapala, este archivo permite a investigadores y estudiosos de las problemáticas regionales de Michoacán comprender los procesos migratorios que se han dado en las últimas décadas y que han respondido a distintas causas, entre las que destacan la falta sistemática de empleo en las regiones rurales de nuestro país y el subsiguiente crecimiento de la pobreza y la violencia en el campo mexicano.

El archivo de Valencia Barajas sigue arrojando valiosos datos y forma parte de muchas estadísticas con las que ahora se construye el conocimiento sobre las migraciones en una parte del occidente de México.

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