Pablo Neruda llegó a la Ciudad de México el 16 agosto de 1940, después de una tranquila travesía por las costas del Pacífico sudamericano a bordo del Rakuyo Maru, un vapor mercante japonés del que descendió en Manzanillo. De ahí se trasladó a Guadalajara y luego, por tren, a la capital del país. Desde joven pensaba en México.

“En una de las cartas dirigidas a Albertina de las Nieves Rosa Azócar, musa de los Veinte poemas de amor y una canción desesperada, le pedía, a poco de aparecer este libro en 1924, que se fueran ‘a México a quererse libremente’. A Neruda le atraía el México posrevolucionario. El país que entonces atisbaba el joven poeta era el de José Vasconcelos y sus colecciones de grandes tirajes”, asegura Gabriel Enríquez Hernández, coordinador del Centro de Estudios Literarios del Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM.

En 1939, Neruda era el encargado de la emigración española a Chile en Francia (es decir, estaba a cargo del traslado de los republicanos españoles que solicitaban asilo en aquel país sudamericano). A principios de 1940 regresó a su país. Muy atrás había quedado el enfrentamiento con Vicente Huidobro, así como el asunto del plagio a Rabindranath Tagore y la disputa con Pablo de Rokha. Un séquito de poetas lo admiraba, pero en Chile no encontraba la atmósfera vivida en España. ¿Dónde podía hallar lo que le interesaba? En México, sin duda, pues a este país se había dirigido la mayor parte de los poetas españoles partidarios de la República Española.

Dieciséis años después de aquel anhelo juvenil, el poeta finalmente realizó el primer viaje a nuestro país, como cónsul, y permaneció en estas tierras del 16 de agosto de 1940 al 1o de septiembre de 1943 (este año, la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo le otorgó el grado de doctor Honoris Causa).

Cónsul general

Apenas tocó suelo de la Ciudad de México, Neruda soltó una declaración polémica, pues descalificaba en ella a los poetas mexicanos preocupados por la forma. Dijo: “Yo persigo deshacer la forma que es propia de México.”

A la sazón cónsul general de Chile en México, Neruda participó de diversas maneras en la vida cultural de nuestro país: hizo revistas, dio recitales de poesía y alentó la tertulia literaria entre los personajes del exilio español y los mexicanos.

En el consulado, ubicado en la calle de Brasil, instaló una pequeña biblioteca con libros de autores chilenos y preparó el primer número de la revista Araucanía, en cuya portada aparecía el rostro de una muchacha araucana muy bella. Por esta razón, el gobierno chileno le ordenó clausurarla con el argumento de que “no somos un país de indios”.

“Los entonces jóvenes poetas mexicanos, entre los que destacaban Octavio Paz y Efraín Huerta, veían a Neruda, a decir de José Revueltas, como el hermano mayor. En esos años, el poeta era el autor no sólo de los leidísimos Veinte poemas y una canción desesperada, sino también de los extraordinarios poemas de Residencia en la tierra. Además, para los jóvenes escritores era el modelo de poeta comprometido con la República Española. El hermano mayor comenzó a escribir contra los nazis y a editar carteles con sus poemas que se pegaban por toda la ciudad, como los ‘Cantos de amor a Stalingrado’”, informa Gabriel Enríquez Hernández.

Neruda daba fiestas interminables en una casa que, se decía, había pertenecido a Ramón López Velarde, lo cual es impreciso. Neruda vivió en la Quinta Rosa María de Barranca del Muerto y, hasta donde se sabe, el poeta zacatecano no vivió en esa zona. Poco antes de que el poeta chileno saliera del país, Octavio Paz le criticó que, por un lado, le cantara al socialismo y, por el otro, se transportara en un automóvil de lujo.

El caso Trosky

“Por supuesto, el gobierno mexicano sabía que llegaba Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto, mejor conocido en el mundo de las letras como Pablo Neruda, un comunista destacado, como advirtió el embajador mexicano en Chile. En ese momento, el país, en particular la Ciudad de México, vivía un momento notable en los ámbitos cultural, político y económico. Aquí estaban André Bretón, impulsor del surrealismo, la élite de la intelectualidad del exilio español y León Trosky, asilado desde 1936 por el gobierno del general Lázaro Cárdenas”, dice Enríquez Hernández.

Neruda se presentó en este escenario casi tres meses después del atentado encabezado por David Alfaro Siqueiros en contra de Trosky (se dice que ese 24 de mayo de 1940, los pistoleros que ingresaron en la casa del dirigente ruso dispararon más de 100 tiros, ninguno de los cuales causó daño a nadie).

Siqueiros siempre sostuvo que sólo quiso atemorizar a Trotsky, mientras los demás implicados señalaron que iba con la consigna de liquidarlo (finalmente, Trosky sería asesinado el 21 de agosto por Ramón Mercarder).

Pese a que Neruda siempre negó haber conocido a Siqueiros antes de su llegada a México, Jorge Edwards consigna en sus memorias que ambos asistieron a una comida en un restaurante parisino antes de 1940.

“Con todo, parece ser que el poeta no estuvo inmiscuido de manera directa en el atentado a Trosky, aunque quizá tuvo conocimiento de él, pues incluso, como es bien sabido, ejerció sus buenos oficios diplomáticos para otorgar la visa chilena a Siqueiros y, como establecen varios documentos epistolares, exploró las alternativas para conceder el visado de refugio a Vittorio Vidali, alias Comandante Carlos, quien conoció a Siqueiros en el Quinto Regimiento de las Milicias Populares y también estuvo involucrado en dicho atentado”, indica Gabriel Enríquez Hernández.

Canto general

Neruda regresó a México 10 años después, en 1950. Venía huyendo del entonces presidente Gabriel González Videla. Desde mucho tiempo atrás, tenía en mente la idea de escribir un canto a Chile. Se sabe que para ello consultó libros sobre la flora y la fauna chilena. Pero el impacto de la cultura mexicana despertó en él la conciencia del pasado indígena de algunos pueblos latinoamericanos y, aun más, del vínculo del hombre con la tierra, presente desde el siglo XIX en las novelas Don Segundo Sombra, del argentino Ricardo Güiraldes, y Doña Bárbara, del venezolano Rómulo Gallegos.

Neruda trascendió esa vertiente y, a partir de la naturaleza y el devenir político de América, propuso la identidad latinoamericana; de este modo transformó el canto a Chile en el Canto general. En ese caudaloso canto también podía advertirse su intención de convertirse en el poeta de América.

Mención aparte merece la relación con Revueltas, que se prolongó hasta 1949, cuando el novelista mexicano publicó Los días terrenales, una crítica a la praxis política del Partido Comunista.

“Eso hizo que Neruda rompiera con él. Revueltas, que lo adoraba (a uno de sus hijos lo nombró Pablo), se dolió de la reacción nerudiana, según relató su hija Andrea”, apunta Enríquez Hernández.

Crítica y reconocimiento

Neruda fue, y seguirá siendo, criticado por su carácter sibarita y, a veces, excéntrico. En París pedía vinos chilenos y algunos biógrafos de Delia del Carril, su segunda esposa, lo acusan de haber dilapidado la fortuna de ésta.

“Tuvo la fortuna de contar con la ayuda de varios mecenas. Para pagar el costo de la primera edición del Canto general, raro y bello libro con dibujos de Siqueiros y Rivera impreso en los Talleres de la Nación, se abrieron suscripciones y después se entregaron los ejemplares. Uno de los suscriptores fue Carlos Obregón de Santacilia, precursor de la arquitectura moderna en México. Hay noticia de otro libro, el Canto general de Chile, que salió de una imprenta mexicana a principios de 1943 en un tiraje de sólo 100 ejemplares que fueron distribuidos entre amigos. Habría que buscar algún ejemplar numerado, si es que lo hay, en la casa del arquitecto Obregón Santacilia”, concluye Enríquez Hernández.

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