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“Ha sido costumbre el abrir siempre concursos para premiar la belleza de una dama; la inspiración de un poeta o la simpatía de una obrera, pero nunca los diarios y revistas se han preocupado por engalanar sus columnas con los rostros fuertes y hermosos de infinidad de indias que pertenecen a la clase baja del pueblo”. Este arrebato lírico formó parte de un anuncio publicado el 16 de enero de 1921 que informaba sobre el próximo gran concurso de EL UNIVERSAL, que buscaba encontrar a la india más bonita de México.

Siete meses más tarde, el jurado presidido por el antropólogo Manuel Gamio, emitió el veredicto: María Bibiana Uribe, “india pura de raza mexicana” que “nació en el pueblo de Huachinango, Puebla, y tiene actualmente 16 años”, había sido elegida como la india más bonita. “El color de su piel morena, su cabello lacio y negro y sus manos y pies finos”, fueron motivo suficiente para elegirla como una belleza autóctona”.

La fotografía de María Bibiana Uribe ocupó la primera plana de la edición del 2 de agosto de 1921. En la reseña de aquel suceso se informó: “Descendiendo de sus montañas dejando atrás el jacal en que ella vivía tan apartada del mundo y de sus lisonjas, la India Bonita ha venido, sonriente, tímida, sin sospechar que aquí le aguardaba el trocarse en heroína de un día, en personaje de actualidad palpitante, en princesa de ensueño cuyos ojos de obsidiana serán interrogados por todo un pueblo, ansioso de hallar en ella el halago de ancestral hermosura que brindó mágico hechizo a los ferrados paladines que pasaron con Cortés a tierras de Anáhuac”.

De acuerdo con las investigadoras María Teresa Fernández Aceves y Carmen Ramos Escandón, Bibiana Uribe fue elegida por su limitado uso del español… sus rasgos raciales, su vestido y sus características etnográficas. Ella encarnó para los editores de EL UNIVERSAL “los deseos patrióticos más fervorosos: el de asociar a la vieja raza, cuya sangre, tanto como la española, nos gloriamos todos de llevar en las venas”.

Para Ricardo Pérez Monfort los protagonistas del nacionalismo cultural posrevolucionario se toparon de frente con que lo mexicano era imposible de entender sin contemplar que gran parte de lo que formaba aquella masa popular ”esencia de la nación mexicana- era indígena o india”. En “Estampas del nacionalismo popular mexicano”, destacó que el certamen de “La India Bonita” se inscribió en un contexto en el que los regímenes posrevolucionarios “fueron reconociendo a los diversos grupos indígenas como miembros del pueblo mexicano y enfilaron muchos argumentos a favor de incorporarlos al proyecto nacional” a través de un ‘indigenismo popular’ que generó diversos estereotipos.

El certamen de “La India Bonita” recibió el respaldo del afamado antropólogo Manuel Gamio. En las primeras páginas de “Forjando Patria (pro nacionalismo)”, de 1916, escribió la siguiente arenga: “Toca hoy a los revolucionarios de México empuñar el mazo y ceñir el mandil del forjador para hacer que surja del yunque milagroso la nueva patria hecha de hierro y de bronce confundidos. Ahí está el hierro… Ahí está el bronce .... ¡Batid hermanos!”.

Gamio escribió en El Universal Ilustrado un artículo intitulado “La venus india”. En aquel texto, publicado el 17 de agosto de 1921, afirmó que la belleza de la India Bonita entrañaba “complejos problemas de estética bien difíciles de resolver”. “Para nuestro modo de pensar sí es Bibiana Uribe una mujer hermosa y encarna el tipo de belleza femenina en nuestro medio. Quizá a exclusivistas en materia de estética, no satisface esta opinión por más que sea justificada…”

Quien fuera alumno de Franz Boas dijo que en las “Academias” de las primeras décadas del siglo veinte, privaba una “implantación ilógica y artificial de cánones estéticos, basados en la belleza de culturas como la árabe o la grecolatina, “fuera de los cuales no existe ni ritmo ni belleza”. Tal tiranía estética… daba como resultado un “minorista criterio estético de tipo clásico” en el que se imponía el tipo de belleza helénica.

El certamen de la India Bonita ha generado debates y polémicas en torno a la intención de sus promotores. En ese artificio, la imagen fotográfica fue utilizada como instrumento que participó de la mentalidad y el imaginario de una época que buscaba afanosamente imponer una identidad nacional, una supuesta esencia de lo mexicano.

De algunas reseñas y pies de foto se desprende que María Bibiana Uribe era una mujer dócil y silente: su boca diminuta expresaba pocas palabras, ella se comunicaba mejor con los ojos; su mirada se posaba con timidez en su interlocutor, mientras que sus manos se aferraban a una hermosa jícara laqueada con la cual acostumbraba beber agua fresca. En su edición del 4 de agosto de 1921, El Universal Ilustrado publicó una de las tantas fotografías de María Bibiana Uribe. La leyenda que acompañaba a aquella fotografía, publicada a página entera, confirmaba la pureza racial de la India Bonita, que había llegado a la ciudad acompañada por su abuela, “una india de pura raza ‘Meshica’ que no habla español. Viene de la sierra, donde nació, creció y vivió y aún trae el ‘huipil’ atado a su cintura…”.

Para subrayar la distinción étnica de Bibiana Uribe, y la originalidad de su atuendo, el 11 de agosto de ese mismo año se publicó una imagen en la que aparece acompañada del señor Palavicini y del matrimonio Pani. La llamada “India Bonita” aparece enmarcada por “los señores Pani”, que lucen atuendos occidentales que contrastan notablemente con el vestido y el tocado de
Bibiana, que sostiene con ambas manos su inseparable jícara. Tanto el matrimonio Pani como el ingeniero Palavicini esbozaron una leve sonrisa ante la cámara del fotógrafo anónimo que registró aquella reunión en un “aristocrático palacio”, que fungió como la sede de una recepción de honor y del “five o clock tea”. Bibiana lucía incómoda, abrumada.

Ocho días más tarde, la imagen de la “India Bonita” ocupó la portada de El Universal Ilustrado. En esa fotografía, elaborada por el Estudio de las Hermanas Arriaga, Bibiana miró de frente a la cámara, aparecía sentada, con parte de los hombros al descubierto. Lucía su cabello lacio, engalanado con unas trenzas, una de ellas le caía sobre el hombro derecho. Sus manos sostenían una jícara laqueada con el nombre de Julián. Al fondo de la imagen destacaban unas grecas que se asociaron a la figura de Bibiana. Una pequeña leyenda anunciaba que ella usaba el jabón “Flores del campo”.

La India bonita fue retratada en los más afamados estudios de la ciudad de México. Sus fotografías fueron elaboradas por las Hermanas Arriaga, por Juan Ocón y por Ismael Rodríguez Ávalos, cuyos gabinetes se encontraban entre los más elegantes de la metrópoli. Esas imágenes contienen un discurso iconográfico tal que no deja lugar a dudas de la reconfiguración a la que fue sometida su persona, una reconfiguración elaborada exprofeso para las aspiraciones y necesidades de una época. “La India Bonita” fue retratada en un ambiente de artificio, de ensueño, propio de los estudios fotográficos. El retrato elaborado por Rodríguez Ávalos, es la imagen en la que lució más relajada: miró de frente a la cámara, esbozó una hermosa sonrisa mientras cruzaba sus manos para tocar las largas trenzas. Parece la imagen de la virgen india.

Aquella historia de ensueño concluyó el 19 de septiembre de 1921. Bibiana fue invitada a participar en un desfile de carros alegóricos. Un cronista anónimo no dudó en afirmar que “La India Bonita” constituía “la glorificación definitiva y unánime de la púgil y heroica raza india mexicana”. La fama fue efímera, la India bonita regresó a la tranquilidad de San Andrés Tenango, en la Sierra de Puebla. De acuerdo con Jacobo Dalevuelta, Bibiana, no sabía qué iba a hacer con los tres mil pesos, producto de su triunfo en aquel concurso. Ni siquiera sabía si era feliz. “¿Eres feliz, Bibiana?… quién sabe señor, quién sabe. ¿Sabes lo que es ser feliz?… No, señor, ¿qué es eso?”.

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