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Francisco Toledo trajo su Duelo a la Ciudad de México hace cinco meses. Cuando la muestra está a punto de concluir en el Museo de Arte Moderno (MAM), donde ha sido visitada por más de 153 mil personas, el artista habla de cómo se construyó, de los significados de la serie y del país:

“El duelo en México no acaba. Se renueva cada día. El duelo, en este país, creo que va a seguir no sé por cuánto tiempo. No vemos que se acabe. Estamos renovando el duelo cada día, cada mes. Lo de Veracruz es como si estuviera planeado, es como si estuviera para todo México”.

Sólo este fin de semana la muestra se podrá ver en la ciudad; luego, las cerámicas muestra se exhibirá en Casa, en el Centro de las Artes de San Agustín, donde las obras fueron realizadas por Toledo con apoyo del ceramista Claudio Jerónimo López en el Taller La Canela, anexo a Casa.

Duelo, a través de 95 cerámicas, constituye un relato, uno de los más incisivos y confrontadores de un artista en los últimos años, respecto a la violencia en México. En sus grabados, acuarelas y gouaches, el artista y activista no se había referido al tema con tal énfasis. En la cerámica expresó su sentir por las desapariciones en México, la violencia y, en concreto, por dos de los hechos más graves de los últimos años, las matanzas de Ayotzinapa y Tlatlaya.

Urnas cerradas con huesos de perros, platos con objetos que remiten a pertenencias de seres humanos que ya no están y que quedaron abandonadas, partes de cuerpos, rostros que expresan el dolor y el terror, y la constante de los colores rojo y negro más el naranja del barro, articulan el relato que Toledo desarrolla con una gran riqueza de soluciones plásticas. En algunas, el propio artista ha descubierto referencias a mitos prehispánicos, en otras hay una suerte de homenajes, y en muchas la memoria de duelos muy antiguos.

La muestra, dice Toledo en entrevista telefónica, fue la expresión de muchos duelos. “Creo que es un duelo que no se acaba, que va a estar ahí comiéndonos el alma, cada vez en las noticias aparecen fosas, muertos, familiares protestando, inconsolables. Este duelo es un duelo nacional. Seguimos sin saber si están desaparecidos, ejecutados”.

Fueron los hechos de Ayotzinapa y de Tlatlaya, pero también pérdidas de amigos que causaron muchas lágrimas a sus madres.

“Estos duelos están en México, en todo el país. Cuando estuve en Juchitán, cuando se inauguró la casa de la Cultura, que el lunes cumplió 44 años, en ese momento nacía también un movimiento político de la COCEI (Coalición Obrero Campesino Estudiantil del Istmo de Tehuantepec) que tuvo mártires, desaparecidos; desde ese entonces hay, muy cercano a mí, este duelo de señoras con hijos desaparecidos, en particular el líder Víctor Yodo, al que le dediqué algunos grabados; su mamá murió de tristeza. Entonces estos duelos vienen de muy atrás. Después, de Michoacán, del Norte, por los migrantes, que si en otros estados. Y cuando hubo lo de los 43 desaparecidos, hubo una reacción para esta serie”.

—¿Debía ser en cerámica?

—No fue una decisión de que tenía que ser en cerámica. El taller de Claudio López estaba en un momento, tal vez, con poca actividad y entonces como también depende un poco de Casa, tal vez por ahí empezó.

Voy a aventurar algo que se me ocurre ahorita, pero sin estar tan seguro: en las cerámicas prehispánicas hay cerámicas de gente que le han quitado la piel, en Ayotzinapa sucedió que le quitaron la piel a una persona. Hay unas ceremonias que dedicaban a Xipe Tótec (dios de los plateros y orfebres), que nacieron en el México prehispánico, en lo que hoy es Guerrero, de un grupo de gentes que les llamaban yopes. Ese nombre en Oaxaca significa salvaje o ignorante o indio, es un despectivo. Todavía, para describir a alguien como indio, ignorante, se usa yope o yopi. Cuando llegué del istmo a Oaxaca, que es un lugar muy racista, a todos los que veníamos de comunidades nos decían yope o hueles a yope. Hemos visto en colecciones de arte prehispánico estas figuras de desollados; se vestían y bailaban con las pieles de desollados. Toda una cosa muy bárbara. A lo mejor también por eso quise hacer esto.

Las urnas. Una primera urna realizada por Francisco Toledo fue la del gato, en homenaje a Carlos Monsiváis, que conserva las cenizas del artista en el Museo del Estanquillo. Como homenaje a la fotógrafa Mary Ellen Mark, fallecida el año pasado, el artista creó una urna diseñada con huesos de perro que se encuentra a la entrada del Centro Fotográfico Manuel Álvarez Bravo. Recuerda que ella quería mucho a los perros que tenían allí en Oaxaca, uno de los cuales era xoloitzcuintle y murió casi al mismo tiempo que ella. Luego creó otras urnas, que expone en el MAM.

—¿Cómo trabajó con Claudio López?

—Digamos que Claudio es un técnico, como se dice en términos de los ceramistas, en el torno. Levantaba una pieza, una olla, y yo llegaba y la transformaba, le hacía y le pegaba formas; cada quien tenía un trabajo.

Él amasaba el barro. Yo no lo sé hacer. Cuando fui a La Ciudadela a tomar clases de cerámica, en los cincuentaytantos, iba muy entusiasmado pero cuando me dijeron que tenía que amasar barro, dejé de ir, me daba flojera. Nunca, técnicamente, lo aprendí. Claudio amasaba el barro, preparaba y mezclaba los colores, mezclaba los pigmentos con el agua. Siempre lo tenía al lado para que me dijera más o menos “hay que hacerlo así. Si pones demasiado grueso el vidriado se craquela”. Yo no he podido dominar la técnica, y si todas las piezas salieron es porque el horno es grande, por no decir que porque Dios es grande…

Toledo disfrutó volver a la cerámica con tanta disciplina, sin embargo, reconoce que “después de un tiempo se acostumbra uno a los horrores que hace uno en cuanto al tema, de pintar de rojo la sangre, de poner negro”.

“Salía de aquí muy temprano y a las nueve iba a desayunar con Claudio a un restaurante de San Agustín, luego regresábamos a trabajar y como a las dos, tres de la tarde me regresaba y él se quedaba con sus alumnos en el taller a trabajar. A veces me traía barro para trabajarlo y, al día siguiente, a pegar las cosas en los platos.

“Hay que decir que Claudio es muy buen tornero. Lo conocí en los 70 en Cuernavaca. Trabajé en el Taller de Hugo Velázquez y de Aurora Suárez, y él era uno de los torneros ahí, los ceramistas oaxaqueños son muy famosos”.

Lamenta que no haya otras sedes para la muestra: “Es muy delicada. Son muy caros los seguros, los transportes, y hay que llevar un comisario. Viene a Oaxaca y creo que ahí muere”.

Previo a las cerámicas de Duelo, Toledo estaba terminando la serie de las Fábulas de Esopo, y trabajaba una serie sobre La niña y el oso, que nació del descubrimiento de una lectura acerca de que en Europa hubo un gran culto al oso, como el animal más fuerte.

—¿Continuará la cerámica?

—Siempre me voy, vengo en los diferentes talleres. No sé en qué momento caí en el taller de Claudio, ahí me agarró la cerámica y el tema se dio. Tuve una constancia que no había tenido en mucho tiempo de ir diariamente al taller, el tema me jaló.

En Oaxaca, en los últimos meses, Toledo ha estado dibujando, leyendo, y pintando y vidriando otras de las cerámicas. “Espero retomar otras técnicas. Ahorita estamos haciendo una planta tratadora de aguas negras para una ampliación de San Agustín, del Centro de las Artes, se va conectar con el kinder y la parte que se amplió de Casa; doy vueltas, pregunto, creo que muy pronto se va a inaugurar”.

Sobre Duelo. Para el artista Manuel Felguérez, la muestra de Toledo en el MAM tiene la doble cualidad de comunicar una emoción estética y un sentimiento: “Es extraordinaria. Plásticamente me gusta mucho la creatividad, la cantidad de posibilidades que ha sacado a través de la cerámica. Pero más importante es que es tremendamente emocionante verla, que sea un duelo para uno significa mucho.

“El chiste de la obra de arte es que comunique, en este caso comunica de una manera extraordinaria todo un sentimiento de algo que está sucediendo. Ojalá saliera por México; es una exposición que tendría, en este momento, un tremendo impacto nacional e internacional, sobre todo por su originalidad, por lo diferente a cualquier otra exposición en este momento, por lo que significa y por su capacidad de comunicar un sentimiento de duelo. Es muy importante ver la muestra como un conjunto, no individualizo”.

El galerista Ramón López Quiroga destaca que Toledo siempre ha venido trabajando con historias, “como tejiendo tramas y en este caso va tratando de describir esta cosa pavorosa que ocurrió con estos muchachos, una historia que va contando a través de las piezas. Es un trabajo muy impresionante. Otras veces acompaña a un autor, una investigación, ahora es un hecho, un episodio. Toledo es un poco especialista en eso, en algún momento ilustró a Chilam Balam, a Sahagún, a Wallace Stevens, a Monsivais. Lo que aquí establece es una denuncia. Me parece un trabajo de una valentía y un talento enorme. Es una lección de lo que cada gente puede hacer en su campo para no dejar pasar estas cosas desapercibidas, es un poco la indignación que genera, es como lo puede explicar a través de medios que domina. La muestra es muy impresionante, difícilmente puede ver uno una cantidad de piezas de esa calidad en una exposición. Hay piezas bellísimas, pero tremendamente fuertes. Sólo Toledo reúne esa capacidad de soñar, de imaginar y de poderlo hacer”.

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