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Quienes criticamos a Donald Trump deberíamos dedicar más tiempo a observarlo y menos (relativamente, claro está) a analizar la naturaleza y particularidades de sus políticas. En una semana de furia y debate desatados en Estados Unidos en respuesta a la repugnante decisión de su administración de separar a menores de sus padres migrantes en la frontera, me dediqué a seguirlo en varios de los eventos y mítines que sostuvo con su base electoral y sus simpatizantes en distintos lugares del país. En tres discursos y a través de un par de declaraciones espontáneas a la prensa, Trump cargó en contra de los medios, los demócratas, México, la investigación del fiscal especial Robert Mueller y los países que se han aprovechado de EU, a la vez que destacaba que Corea del Norte “ya no era una amenaza nuclear” y que sus aranceles estaban defendiendo a los estadounidenses de las prácticas comerciales injustas de otras naciones. Esta narrativa de un perfomancero por excelencia le funciona, y bien, haciendo que su voto duro y un sector de la clase media estadounidense lo perciban como un líder fuerte, coherente y conciso. En televisión, el presidente les transmite autenticidad y congruencia, por lo menos consigo mismo. Y eso, como todo sicólogo nos diría, es lo que realmente importa al proyectar esas características a otros. En su interacción con su base, se muestra seguro de sí mismo y de su visión, y no pierde el hilo narrativo; la prensa, cuestionándolo sobre la sustancia de sus políticas, sólo abona la impresión —ante su base— de estarlo acosando.
Ciertamente jamás postularía que Trump esté diciendo la verdad o que sus políticas y decisiones no estén plagadas de demagogia y xenofobia o sustentadas en visiones deplorables y, en el mejor de los casos, erradas. Pero como fue patente en la elección presidencial de 2016 en EU, un importante sector del electorado formó sus opiniones más sobre la base de sentimientos que en datos duros y propuestas. No es exageración subrayar lo mucho que importan las percepciones y la óptica en una sociedad polarizada como la que hoy se palpa en EU desde Washington, cuando la mitad de los estadounidenses obtiene su información a través de la televisión y la mayoría de la mitad restante a través de redes sociales.
Por ello fue paradójico ver lo sucedido la semana pasada con la reversa que Trump tuvo que meter a su postura de cero tolerancia hacia los migrantes y la política disuasiva —y electorera— de separarlos de sus hijos. Un hombre que ha vivido de la narrativa y la percepción tuvo que recular como resultado de ella. Y es que si bien la narrativa de Trump mató a los datos duros de Clinton durante la contienda electoral, ahora fueron 48 horas de imágenes —y ocho minutos desgarradores de grabación de los pequeños sollozando en la oscuridad de los centros de detención, llamando a sus padres— las que mataron una política de Trump. De hecho, la nueva encuesta divulgada esta semana por Gallup muestra el costo: su aprobación cayó como resultado 4 puntos, a 41%, y su desaprobación subió 5, a 55%. Sin embargo, estos números a la par demuestran que más allá del voto duro de Trump (que ronda el 35%), hay un sector de votantes republicanos moderados e independientes que siguen arropando a su Presidente.
En la política el demonio bien puede estar en los detalles, pero un sector amplio de la opinión pública estadounidense (y las de otras naciones, México incluido) no es moldeado por datos duros; lo moldean impresiones. Es evidente que Trump, un maestro en conjurar imágenes, perdió esta batalla cortesía de imágenes para las cuales no estaban preparados ni él ni su equipo. Pero ha sido eso, una batalla. Es más que notorio, después de haber visto a Trump en acción en los días subsecuentes a su decisión de separar a los menores, que la guerra contra los migrantes, articulada en el discurso xenófobo y demagogo y la narrativa de un presidente que supuestamente defiende a una clase trabajadora ignorada, continuará como estrategia político-electoral central para motivar y movilizar a su base cara a los comicios legislativos de noviembre.
Y ojo, lo ocurrido esta semana debiera también finiquitar en nuestro país la idea voluntarista de que en el futuro inmediato se podrá hacer que Trump “respete a México”, premisa sin fundamento alguno en la realidad política en la cual se desenvuelve este mandatario estadounidense.
Consultor internacional