El fin del sexenio del presidente Andrés Manuel López Obrador marca un hito significativo en la historia política del país del siglo XXI, así como una transición crucial hacia el futuro. Su presidencia ha estado marcada por una serie de reformas, controversias y cambios de raíz que han generado debate en la sociedad sobre el rumbo de México. El sexenio del presidente también ha sido objeto de reproches y desafíos. Su estilo de liderazgo, a menudo confrontativo, ha sido objeto de críticas. Los proyectos de infraestructura controvertidos, como el Tren Maya y la refinería de Dos Bocas, han generado preocupaciones sobre su impacto ambiental y su viabilidad a largo plazo, si bien de la refinería no me atrevería a hablar por nulo conocimiento del tema, del Tren Maya expresaré un par de ideas en otro momento.

A medida que el sexenio llega a su fin, es importante reflexionar sobre el futuro de México y los retos que enfrentará el próximo gobierno. En este contexto, es crucial que la próxima administración adopte un enfoque pragmático para abordar los problemas más urgentes de México. La violencia persistente y la inseguridad relacionadas con el crimen organizado representan una lucha continua para la estabilidad del país. Entre las acciones apremiantes se encuentran fortalecer las instituciones democráticas, promover la transparencia y la rendición de cuentas, y crear políticas económicas que fomenten el crecimiento sostenible y la generación de empleo. Esto que enumero es bastante trillado; sin embargo, es necesario para el mejor ejercicio del estado… de cualquier estado.

La próxima presidenta del país no recibirá una nación unida, sino dividida, lo cual es trágico para aquellos miembros de las comunidades mexicanas que urgían el cambio hacia un país de ideales de izquierda que no terminó por fraguar. Dentro del ideario de la gente de izquierda, por lo menos para aquellos que son honestos, debe ser desgarrador que todas las figuras políticas que abarrotan el universo público del momento sean políticos reciclados de otros partidos y los culpables hoy del declive ideológico. En lo personal, me parece risible cuando escucho a cualquier político oficialista decir: “Nosotros somos diferentes”. Perro viejo no aprende nuevos trucos… no existe el nosotros, ni lo diferente.

Guste o no, después de casi un sexenio, la victoria y presidencia de Andrés Manuel López Obrador marcó el comienzo de un nuevo capítulo necesario en la historia de México. Por otro lado, es él quien cederá el paso a una mujer independientemente del partido. No me queda claro si en su ideario estaba la estrategia de guiar a una mujer hacia la sucesión, no obstante, eso parece y esta idea es cuestionable. Para gusto o disgusto de las diversas opiniones y ciertos sectores de la sociedad, el presidente representa tanto lo peor como lo mejor que le ha pasado a México. Considero que, de manera similar a lo ocurrido en el año 2000 —con la alternancia que permitió el presidente Ernesto Zedillo— el paso que dio Enrique Peña Nieto, también priista, ha contribuido al avance en la madurez política del país y en su supuesta democracia. Debatible, pero los hechos hablan por sí mismos.

Hace unos días, un buen amigo planteó una pregunta bastante certera a un grupo de detractores acérrimos, no tanto de Morena como de López Obrador: “¿Por qué tanto odio, qué te ha hecho el presidente?”. Y así respondo a esa cuestión que, en principio no iba dirigida a mí. En lo personal, nada. Hay aspectos en los que no concuerdo, sobre todo en materia de cultura, y ciertos desaciertos regionales en la elección de los perfiles de gobierno deficientes; sin embargo, existen temas en los que podría compartir su punto de vista, y aclaro, desde el discurso. Defiendo la idea de que el gran fallo de este gobierno ha sido la pésima comunicación gubernamental. El presidente es un buen comunicador, no así quienes lo rodean y son responsables de gestionar e impulsar el trabajo del gobierno en general. Tengo claro que quiero ver a una mujer en la presidencia de México y también sé a quién podría cederle mi voto. La llegada de López Obrador a la presidencia era inevitable; el país necesitaba un cambio discursivo y también brindarles la oportunidad a todos aquellos que, por cualquier motivo, sintieran que jamás fueron escuchados… en este sentido lo más viable sería una alternancia que validara la libertad democrática “lograda” del país.

Ahora bien, de cara a las próximas elecciones, conviene reflexionar sobre la eliminación de los lamentos del discurso ciudadano. México aún no es y no será una dictadura, al menos no en este sexenio y dudo que lo sea en el siguiente. Hoy más que nunca, el voto, para quienes aún desean ejercer ese derecho, adquiere relevancia en un contexto donde existe un descontento “generalizado” con la administración en turno. Es a través de las urnas que la ciudadanía puede influir en la dirección del país y en las políticas que se implementarán. De nuevo, me molesta escribir algo tan trillado.

Así, la decisión de ejercer el voto como medio para impulsar un cambio histórico en contra del proyecto político de López Obrador recae en la voluntad de la ciudadanía y en su capacidad para organizarse y movilizarse. La abstención o la apatía electoral solo contribuyen a perpetuar el statu quo. Por lo tanto, quienes se oponen al gobierno del presidente tienen la responsabilidad de salir a votar y hacer valer su voz en las urnas. La oposición política al gobierno de turno es una expresión legítima de la diversidad de opiniones en una sociedad democrática, y el ejercicio del voto es el medio para canalizar esa oposición de manera efectiva y constructiva sin reclamos infantiles. Sólo el volumen de votos podrá derrotar verdaderamente al “régimen”, sin posibilidad de reniegos electorales.

Si acaso las encuestas plantean un déficit, digamos, de 30 puntos de desventaja de la candidata del frente amplio, si el país desea una alternancia real, el electorado sabe bien lo que debe hacer. Entre más votantes ejerzan ese derecho, menores posibilidades habrá de reclamar fraudes, habrá escasos reclamos y corazones rotos, y renacerá un sentimiento de lucha en los derrotados. La alternancia es también una forma de continuidad democrática y entenderlo es tarea de los mexicanos, no de los políticos.

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