El arresto de Rafael Caro Quintero es el más reciente episodio de una trama que se extiende por más de 37 años. El reparto, singularmente, incluye a viejos jefes de las mafias del narcotráfico y a políticos de resonancias actuales, entre otros Manuel Bartlett Díaz. El caso desnudará el tono real de la relación entre los gobiernos de México y Estados Unidos, y proyectará luz sobre la captura del crimen organizado sobre estados como Sonora. La “mañanera” de este lunes podría arrojar nuevas claves.

A inicios de 2014, tras un año de ser liberado por orden judicial bajo secretismo, Caro Quintero estuvo a punto de ser recapturado en un peliculesco operativo de fuerzas militares, en un minúsculo poblado de Badiraguato, similar al también sinaloense caserío de San Simón, donde el viernes pasado fue aprehendido. En octubre cumplirá 70 años.

Un video tomado desde un helicóptero militar en aquella oportunidad daba cuenta que el despliegue de fuerzas de la ley por tierra y aire había fracasado por una delación, cuando antes de iniciar se vio partir de la ranchería a decenas de motocicletas de montaña, en cualquiera de las cuales huyó el narcotraficante más buscado por la justicia norteamericana.

Contrastar dicha escena y la de ahora, con Caro descubierto atrás de unos arbustos por un perro de la Marina, exhibe dos realidades complementarias: la marginación a la que estaba ya sometido, traicionado por sus jefes, incluso por su guardia personal. Más una cadena de inteligencia y traiciones que solo puede ser aceitada por dólares de la agencia antinarcóticos estadounidense, la DEA.

Anne Milgram, su propia directora, firmó un raudo comunicado para reivindicar la intervención de la dependencia, lo que fue leído por sectores del gobierno mexicano como una bofetada ante los desencuentros recientes. Fue necesario que el embajador Ken Salazar intentara desmentir con un “tuit” a Milgram para atribuir el mérito al gobierno López Obrador. El comunicado de Milgram exhibió que los captores de Caro están entre los 14 marinos muertos durante el extraño choque del helicóptero que los trasportaba cuando alistaba ya su aterrizaje.

Caro Quintero fue un capo mediano, reputado como audaz, en el Cártel de Guadalajara, un desprendimiento de la mafia sinaloense. El 7 de febrero de 1985, por órdenes de jefe, Miguel Ángel Félix Gallardo —al que se atribuían vínculos con funcionarios federales— secuestró, torturó (en presencia, dice el expediente, de los entonces secretarios de Gobernación, Manuel Bartlett, y de la Defensa, Juan Arévalo) y asesinó al agente de la DEA Enrique Camarena y a su piloto Alfredo Avelar. Los hechos ocurrieron en una finca de Rubén Zuno, cuñado del recién fallecido presidente Luis Echeverría. Caro huyó a Costa Rica, pero fue detenido seis meses después “temblando como pescado”, según testimonios. Tenía 33 años. En 1989 se le condenó a 199 años, que se redujeron a 40. Purgó sólo 28.

Tras su liberación —otra historia enigmática— se le ubicó como lugarteniente en Sonora y Chihuahua bajo las órdenes del Cártel Jalisco Nueva Generación, la mafia que más creció durante el sexenio de Enrique Peña Nieto. Este grupo y “Los Salazar”, ligados a Sinaloa, tienen arrinconado al gobierno sonorense del morenista Alfonso Durazo, cercano a Palacio.

Todo indica que Caro se volvió un fardo inútil para ese grupo, de interés solo para la justicia norteamericana, que ha esperado 38 años vengar a uno de los suyos. Ello otorgaría al gobierno Biden una medalla importante en un momento electoral…, si Caro les es extraditado pronto. Pero eso dependerá de la lectura que otorgue Palacio. Le sugiero guardar espacio para más enigmas.


rockroberto@gmail.com
 

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