No es fácil para la candidata oficial ir modelando su propia identidad y afirmando su autoridad sin reconocer dos paradojas de dimensiones crecientes.

La primera es la necesidad de asumir, con todas las consecuencias, la ventaja que las encuestas le dan y el tratamiento de “proto presidenta” que muchos sectores le han dado desde la precampaña y, al mismo tiempo, tener a un presidente con síndrome de abstinencia previo a que se acabe la fiesta. Además de las expresiones públicas de AMLO y las rayuelas que le han mandado en el sentido de que no fue suficientemente reconocido y defendido, está el ánimo de legislar rápido y mal en los últimos días de la Legislatura para arañar todos los centavos que se puedan gastar en este gobierno; literalmente se están comiendo hasta las migajas.

Tener a un jefe que le incomoda tu desempeño y te exige mantenimiento constante, es decir, quemarle incienso, es un problema serio para cualquier mortal. Porfirio Muñoz Ledo me decía: “Dios te conceda jefes equilibrados y seguros de sí mismos para que tu desempeño no los opaque o perturbe y se conviertan (por encono y envidia) en tus principales detractores”. Tan viejo como la humanidad es el delirio del poderoso (y más si lo hacen sentir Ramsés II, construyendo grandes obras para la eternidad) que empieza a sentir inseguridades hasta con la propia hija e imagina que, como en el antiguo Egipto, su efigie y jeroglíficos serán borrados por el sucesor.

La segunda es que la narrativa de Claudia se ha basado en mostrar, como carta de presentación, una gestión exitosa en la capital. Habla de sus premios y sus éxitos con mucha frecuencia y pondera la repercusión que tuvo la gestión de García Harfuch al frente de la Secretaría de Seguridad. Sin embargo, el derecho a un buen gobierno, que ahora ofrece en el plano nacional, sólo existe en la propaganda. El agua, el Metro, las obras inconclusas, los trámites en la Semovi, todo eso nos recuerda una burocracia partidista e ineficiente. Más allá de valoraciones puntuales, el asunto es que su partido, que tan buenos números tiene en el plano nacional, no tiene el mismo desempeño en la capital. Por tanto, su proyecto que se vende a nivel nacional como oferta, no tendría el apoyo mayoritario en la capital. Ganar con un proyecto en lo nacional y que el mismo sea derrotado allí donde fue aplicado, es un severo contraste.

Es evidente que en lo local tenemos todavía muchas cosas que ver. Si en Tabasco y Chiapas el oficialismo puede refrendar mayorías holgadas, en la capital eso no ocurrirá y por tanto se reforzará la tesis de que más que convencer a los estratos no incluidos en los programas sociales, la fuerza de Morena reside hoy más en la chequera pública que en la gestión o en el debate de ideas y propuestas innovadoras.

En todas las campañas hay contradicciones, pero en la de Sheinbaum, que ha podido surcar la interna y a pesar de las críticas de Marcelo y Monreal, estas dos últimas despuntan con filo. Resta por ver cómo acompasará estas paradojas dando al presidente su lugar de semidiós (tal vez como Deng Xiaoping se lo dio a Mao) y tomar distancia en los temas en donde, a pesar de la propaganda, el país tiene un fracaso clamoroso como salud y educación y tratar de ir afirmando su autoridad, aunque en la capital le recuerden que su proyecto ya tiene muchas millas para que nos lo vendan como una prometedora novedad.

Únete a nuestro canal ¡EL UNIVERSAL ya está en Whatsapp!, desde tu dispositivo móvil entérate de las noticias más relevantes del día, artículos de opinión, entretenimiento, tendencias y más.