Espero que al terminar la década no acabemos celebrando que la lectura está en vías de extinción, pues era un hábito clasista y segregador y que el populismo cultural no interprete esa agonía como una expresión brillante del genio humano, que además del habla, divina facultad que nos ha permitido el progreso, podamos también decir que el conocimiento es una virtud inmanente a toda persona. Ahora que el relativismo nos invita a considerar que toda raya callejera es meritoria, que todo chillido es eufónico o que todo sonsonete merece la misma consideración que Chopin, todo puede ocurrir.

Digo esto con ironía, pero al mismo tiempo con enorme preocupación por ver el pobre desempeño que tienen nuestros estudiantes (que ha sido acreditado ya con los datos de PISA) y la pobreza del debate público que puede extraviarse en disquisiciones absurdas, como utilizar a la “santa muerte” en la propaganda y decir es una expresión de la libertad religiosa. Así estamos.

Mi inquietud proviene de los datos más recientes del Inegi sobre la práctica de la lectura. En términos generales, el 30% de la población alfabeta no lee ni libros, revistas, blogs, mucho menos periódicos. Uno de los “hábitos atómicos” (que es el título de un libro muy popular) es no leer. Igual de grave que el dato que el módulo de la práctica deportiva y el ejercicio del propio Inegi sugiere: solamente el 40% de la población tiene el hábito de ejercitarse.

Mala combinación eso de no tener ni lectura ni ejercicio como hábito. Sedentarios, pero no de biblioteca.

Lo más leído son los libros: 41% (crecen las ventas de los libros de autoayuda, ¿sorpresa?) casi al parejo de páginas de internet y blogs. El 22% declara leer revistas y tan solo 18% lee periódicos. Para llorar. El descenso se registra en todos los grupos de edad, siendo particularmente fuerte en los adultos. Entre 65 años y más el porcentaje bajó de 71% a 53%, entre 55 y 64 de 81% a 66% y entre 45 a 54 de 84% a 64%. En resumen, los maduritos hemos dejado de leer en promedio en un 20%. Afortunadamente las caídas en la población más joven han sido menores, pero no sorprende, por tanto, que la debilidad del consumo cultural (la preferencia por contenidos profundamente simplones) tenga el auge que tiene. En los últimos nueve años el número de lectores en México ha descendido 15 puntos, lo cual, en casi cualquier sociedad, sería motivo de enorme preocupación. Pero aquí pasó como una imperceptible corriente de aire.

Sin embargo, en lo que tiene que ver con la formación de ciudadanos y la cultura política, la caída en la lectura de periódicos debe verse con angustia. Este es un país que se alimenta de spots y TikTok, de memes y caricaturas. La lectura de periódicos disminuye en menos de 10 años en casi 32 puntos porcentuales. Ante audiencias tan poco informadas, los políticos pueden mentir sin ningún control, pues tienen los oídos acríticos de muchos. Yo sigo pensando que los diarios son fundamentales para fortalecer la conversación nacional. Sin embargo, constato que el periodismo de investigación, de datos, las editoriales reflexivas y los contrastes argumentativos son cada vez patrimonio de menos ciudadanos.

Hay inercias que deberían ser combatidas; una de ellas es no tener el hábito atómico de la lectura, aunque sea un placer burgués y profundamente individualista. Yo sigo creyendo que uno no es persona hasta que no ha leído el periódico y que (creo que lo decía Vasconcelos) sin 40 minutos de lectura tu jornada no está completa.

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