Oaxaca de Juárez.— Rodeadas de libros y enciclopedias, 16 de las 171 mujeres privadas de la libertad que habitan el Centro de Readaptación Social Femenil de Tanivet, en Tlacolula, Oaxaca, aprenden artes plásticas.

El taller, que comenzó a impartirse en diciembre pasado, es una iniciativa del Taller de Artes Plásticas Rufino Tamayo, que pertenece a la Secretaría de las Culturas y Artes y la Subsecretaría de Prevención y Reinserción Social.

Entre las alumnas inscritas se encuentra Carla, nombre ficticio para proteger su identidad. Mientras dibuja con carboncillo la imagen de una mujer de cabello rizado, Carla comenta que las clases de pintura son una forma de distraerse en medio de la rutina en la prisión, que tiene como consecuencias depresión, soledad y desesperación.

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Del total de la población, sólo 49 mujeres tienen ya una sentencia, por lo que, explican las alumnas del taller, este tipo de cursos son para ellas un distractor de los procesos que enfrentan, y también una ventana al exterior.

Carla recuerda que siempre fue buena dibujante, desde niña le gustaba pintar y colorear. Sin embargo, sus padres le impidieron dedicarse al arte, por lo que estudió Derecho, pero no terminó su carrera, pues decidió casarse y ser madre joven.

“Desde niña siempre me gustó el dibujo, pero en realidad las únicas oportunidades que he tenido de llevar clases de dibujo ha sido aquí.

“Para mí es muy importante este tipo de talleres y cursos porque te abren una oportunidad. Lejos de estar en este lugar, te abre la oportunidad a ver el mundo exterior. Siento que con el arte viajas, te trasladas a otras partes, ¿no? Mentalmente te nutre, te satisface, aprendes y te cultivas. El arte es algo maravilloso para mí”, sentencia.

Al igual que otras mujeres privadas de la libertad, asiste a los cursos que iniciativas como el Taller Siqueiros —iniciado en 2017— facilitan para que las presas accedan a educación artística.

La Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) señala que la educación se encuentra ampliamente reconocida como un derecho humano; sin embargo, es una garantía de la cual las personas reclusas son habitualmente excluidas.

Añade que la educación y la educación artística les brinda la oportunidad de ampliar sus conocimientos y adquirir habilidades que facilitarán su reintegración sostenible en el mercado laboral y en la sociedad, reduciendo, al mismo tiempo, la reincidencia y los costos económicos y sociales que conlleva.

Rosa Mendoza, maestra del Taller Rufino Tamayo, reitera que el arte es fundamental, pues coadyuva a las mujeres privadas de la libertad en su proceso de sanar y tener una actividad que sea productiva.

Menciona que actividades como éstas sirven para que “como seres humanos podamos expresarnos a través de eso: los colores, los trazos. Y creo que lo interesante es que en cada pintura podemos ver historias, podemos observar un poco la personalidad”.

Este es el primer curso que el Taller de Artes Plásticas Rufino Tamayo realiza en el penal femenil, donde también hay un taller de pintura llamado Las dos Fridas, el cual es dirigido por dos mujeres privadas de la libertad.

De acuerdo con la maestra titular del taller, en esta oportunidad las alumnas podrán aprender conocimientos básicos de pintura, grabado y dibujo, distribuidos en módulos que concluirán a finales de marzo.

El taller se imparte una vez cada 15 días y como primer ejercicio las inscritas realizaron un autorretrato usando acuarelas y colores básicos que combinaron para obtener una colorimetría más amplia.

Como parte de su historia en reclusión, Carla eligió realizar su obra de una manera más profunda, reflexionando sobre el paso del tiempo en el centro penitenciario.

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“Entonces, como no me quise retratar yo, es mi hija. Ella está en un vagón de tren, viendo pasar el tiempo; ese es el propósito, que se entienda que aquí el tiempo pasa. Esa soy yo, la persona que está ahí, en espera, en ese viaje que no sé en qué momento va a terminar; me voy a bajar de este tren, pero ahí estoy, ¿no? Y es, al mismo tiempo, mi pasado, mi presente y mi futuro también”, reflexiona.

Para ella, el dibujo —además— es una manera de subsistir, pues en algunas ocasiones, por encargo, realiza obras para compañeras que le piden retratos de sus hijas e hijos, a quienes ven solamente en los días de visita o, en muchas ocasiones, a quienes dejaron de ver hace meses o años, cuando ingresaron al centro penitenciario.

De su lado, la maestra Rosa Mendoza afirma que el taller le ha permitido conocer la historia de mujeres sensibles, quienes relatan sus vivencias a través del arte, se conocen mejor entre ellas y comparten su visión del mundo, derribando las barreras del centro penitenciario, pues el arte, sostiene, traspasa los límites y es para todas.

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