Apatzingán.— La riqueza y fertilidad de lo que hoy se conoce como el , una actividad que inició en 1949 y fue el motor económico para la región. Sin embargo, a pesar de su importancia, nunca desplazó a la producción y comercialización de limón en esa zona de la Tierra Caliente.

En Apatzingán aún viven personas que trabajaron en los campos de algodón y las despepitadoras, entre ellos Antonio Mesina, quien se dedicó a la pisca. Foto: Carlos Arrieta
En Apatzingán aún viven personas que trabajaron en los campos de algodón y las despepitadoras, entre ellos Antonio Mesina, quien se dedicó a la pisca. Foto: Carlos Arrieta

La historia

María Luisa Prado Casillas, cronista del municipio de Apatzingán, relata que junto al limón, el cultivo de algodón era el motor económico de la región. Esas dos actividades agrícolas concentraban la mayor parte de empleos y jornaleros, que parecían ejércitos de siembra y pisca entre árboles y algodoneras.

La historiadora cuenta que todo detonó a raíz del programa Cuenca de Tepalcatepec, que el entonces presidente de México, Miguel Alemán Valdés, decretó en 1947, nombrando como titular de éste al general Lázaro Cárdenas del Río, quien le dio auge y desarrollo a la región.

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“Se ampliaron todas las calles de la ciudad y trajo la industria limonera, que fue la primera industria más importante aquí en Apatzingán”, señala Prado Casillas.

Destaca que a raíz de ese desarrollo, en 1950 llegó la luz eléctrica a Apatzingán y en 1952 se reconstruyó todo el centro de la ciudad, el cual fue consumido por un incendio un año atrás.

“Con ese plan ocurrió una transformación total en Apatzingán porque lo que era pueblo cambió a ciudad, a tener tecnología y energía eléctrica”, describe.

Prado Casillas explica que esa transformación fue muy atractiva para los extranjeros y empezaron a poblar Apatzingán.

Las primeras despepitadoras (procesadoras industriales del algodón) que llegaron a Apatzingán fueron de Banjidal, sujetas al gobierno federal a través de la Cuenca de Tepalcatepec, en 1952, fue entonces cuando empezó a llegar gente de todas partes del mundo a Apatzingán.

“Tanto así, que hubo una vecindad a la que la gente llamó la ONU porque ahí había de muchas nacionalidades: árabes, ingleses, palestinos y de muchas nacionalidades”.

A partir de ahí, señala, inició una nueva era para el Valle de Apatzingán, que ya estaba poblado por migrantes de otros estados del país.

Gracias a la llegada de las primeras despepitadoras, personas de diversas nacionalidades comenzaron a poblar Apatzingán. Foto: Carlos Arrieta
Gracias a la llegada de las primeras despepitadoras, personas de diversas nacionalidades comenzaron a poblar Apatzingán. Foto: Carlos Arrieta

“En el algodón conocí al amor de mi vida”

En Apatzingán aún viven habitantes que trabajaron en los campos de algodón y en las despepitadoras. Uno de ellos es Antonio Mesina Vázquez, originario del municipio de Tepalcatepec.

Don Antonio recuerda que desde los siete años, junto a sus hermanos, se dedicó a la pisca de algodón. Cuenta que desde Apatzingán hasta Tepalcatepec y Buenavista había cultivo y cosecha de algodón, por lo que había un desplazamiento importante de personas en toda la zona. La temporada de cultivo y crecimiento era de julio a septiembre y la pisca, de octubre a diciembre o en enero de cada año.

Relata que apenas se asomaba el sol, empezaba su jornada de trabajo hasta la 1:00 o 2:00 de la tarde, según alcanzara a cubrir su meta de pisca. Bajo el intenso calor, Antonio tenía que recorrer kilométricos surcos; después llevaba su primera carga a pesar, vaciaba lo piscado y regresaba al campo por otro tanto más.

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“Yo me acuerdo de que en aquel tiempo pagaban a 20 centavos el kilo y la pepena nos la pagaban a peso porque era ya juntar lo último que quedaba tirado en el piso”, relata.

Cuenta que su mamá les impuso una cuota mínima para llegar a casa, eran 10 pesos, por lo que tenía que piscar al menos 50 kilos diarios.

“Esa era la tarea que nos ponía mi mamá. Váyanse a la pisca, lo que hagan de 10 pesos para allá, eso es tuyo. Así que los 10 pesos de los 50 kilos eran para la casa”.

Entusiasmado, dice que todavía recuerda que le echaba ganas para hacer los 50 kilos y quedarse más tiempo para que le quedara algo de dinero para él.

Don Antonio describe con nostalgia que fueron épocas de mucho sufrimiento, aunque también cuenta con felicidad que gracias a los campos de algodón conoció a la mujer que desde hace muchos años ha sido el amor de su vida y con quien lleva 51 años casado.

Las instalaciones de la despepitadora aún existen y quienes han podido entrar describen que está como cuando fue cerrada cerca del año 1980. Foto: Carlos Arrieta
Las instalaciones de la despepitadora aún existen y quienes han podido entrar describen que está como cuando fue cerrada cerca del año 1980. Foto: Carlos Arrieta

El fin

Una vez que llegó la luz y con ello la modernización de la ciudad, un empresario franco-árabe de apellido Tellitud puso en marcha la primera despepitadora llamada Tepalcatepec.

Tellitud tuvo la despepitadora más grande de ese tiempo, donde se extraía y empacaba el algodón para ser exportado.

A la par del crecimiento de la industria algodonera había una inconformidad de los productores de limón porque cada vez eran más las huertas infestadas por el gusano barrenador que generaban los algodonares.

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En la despepitadora Tepalcatepec trabajó desde muy joven Rogelio Cuevas Aguilar, originario de Tumbiscatío. El señor de 86 años enfatiza que llegar a trabajar a Apatzingán, en esa empresa, fue un golpe de suerte: “Tuve la oportunidad de trabajar ahí cuando llegó un ingeniero francés; él venía a dar servicio y me dio oportunidad de ser su ayudante a cambio de enseñarle a hablar el español”. Señala que en el tiempo de despepite las jornadas laborales eran de 7:00 de la mañana a las 7:00 de la noche.

“Yo básicamente trabajé en el mantenimiento eléctrico de las cinco plantas. Había muchos motores y siempre había que arreglarle algún detallito, siempre había trabajo”. Esa despepitadora fue instalada sobre una superficie de más de 30 hectáreas, en las que además de los campos se construyeron 129 naves.

Sus instalaciones todavía existen y quienes han tenido la oportunidad de entrar describen que la despepitadora está como cuando fue cerrada cerca del año 1980.

Don Rogelio relata con gran tristeza que esa época de bonanza se terminó cuando empezó a agravar el problema de las plagas que invadían los campos de la región.

“Lo que falló fue el control de plagas; se invadió de plagas y los ingenieros agrónomos no fueron suficientes para combatirlas. Así acabó el cultivo del algodón en los 80.

“Todas las empresas cerraron a la vez. La Secretaría de Agricultura [fue] quien prohibió todo de golpe y todo era una locura. Muchísimas personas se quedaron sin trabajo”, lamenta don Rogelio.

Sobrevive el limón y entra el melón

Para María Luisa Prado Casillas, la cronista de Apatzingán, el cierre de la industria del algodón fue muy triste y un golpe económico para Apatzingán y sus alrededores.

“La calidad del algodón que se producía aquí era magnífica y muy solicitada por los extranjeros. También se producía borra, que era muy utilizada para colchones. [Eso] ayudó mucho a la economía de Apatzingán; la ciudad creció e hicieron escuelas”, señala.

Mientras todo acababa para la actividad agrícola e industrial del algodón, la citricultura sobrevivía y crecía otro producto para los campos de esa región: el melón.

La historiadora refiere que el auge limonero en Apatzingán empezó con la familia Cruz, en 1928. Después llegó la industria del aceite de limón, en 1949, con la Planta Industrializadora de Vegetales, la primera empresa de aceite de limón que hubo.

Ya en 1952 viene la industria del algodón y poco tiempo después el melón, que, junto con el limón, se convirtieron en frutas que se exportaban a otros países.

Sin embargo, cuenta que después vino una situación precaria con el cierre de las despepitadoras y una crisis en el cultivo de melón, lo cual generó que se perdieran muchos más empleos.

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“También por los años 80 termina el auge melonero, decayó porque las tierras bajaron de calidad por el exceso de cultivos. Se quedó sólo el limón y muchos extranjeros se fueron, pero con esto repuntó el limón”, relata Prado Casillas.

Con eso, se dio por terminado el cultivo e industria algodonera en Apatzingán; sólo quedan los recuerdos y nostalgias, como con el que finaliza la cronista:

“Era algo hermoso salir a los campos; ver los carros cuando llegaban con el algodón. Yo me imaginaba que eran nubes y verlas convertidas en pacas de algodón era algo bellísimo”.

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