En solidaridad con María Amparo Casar. Basta ya, como muchos han dicho.

Una de las estelas más perniciosas que heredará la presente administración es el sabotaje permanente a cualquier debate auténtico. Esa fórmula imprescindible en cualquier sociedad compleja que permite y fomenta la confrontación de evidencias, argumentos, proposiciones y diagnósticos que en su mecánica ayuda a la mejor comprensión de nuestros problemas y de sus eventuales soluciones.

El presidente ha preferido invariablemente descalificar a los mensajeros y de esa manera omitir el mensaje. De esa manera se dinamita la posible discusión y se demoniza a quienes no comparten los dichos del Ejecutivo y su corte. Un ejemplo reciente (hay centenas) es el del informe presentado por una comisión independiente sobre el impacto de la pandemia del Covid y su gestión. Lo único que no se puede decir de ese informe es que resulta impertinente o ha sido realizado por improvisados. Todo lo contrario: quien se acerque a él podrá apreciar la relevancia del mismo y el profesionalismo con el que fue elaborado. No obstante, el presidente ha decidido descalificarlo en bloque porque sus realizadores son, dice, “sus enemigos políticos”.

Es un recurso utilizado una y otra vez y su efecto está a la vista. “Las cosas de quien vienen” parece ser la consigna gubernamental, no importa que esa conseja popular sea profundamente errada. ¿A estas alturas no sabemos que un adversario político puede tener razón o razones en un punto determinado de la agenda? ¿No comprendemos que un amigo o aliado puede estar equivocado? O más aún, ¿no hemos asimilado que sobre un mismo asunto pueden existir disímiles acercamientos legítimos y preocupaciones e iniciativas diferentes?

La activación del resorte que descalifica al emisor sin nunca acercarse a sus planteamientos es una eficaz dinamita para destruir cualquier intento de controversia productiva. No se confrontan ideas, análisis, investigaciones, iniciativas, sino supuestas identidades inamovibles que, en esa retórica, marcan, como perversos, de una vez y para siempre los dichos de los contrarios. Así, basta con colocarle a alguien el sambenito de fifí, conservador, integrante de la mafia en el poder, y súmele usted, para construir un muro infranqueable que no deja pasar sus planteamientos. Se pretende descalificarlos e invisibilizarlos, dos objetivos, por cierto, incompatibles.

Esa mecánica de no discusión pretende y acaba por forjar bloques cerrados e incontaminados que son incapaces de apreciar las rugosidades y matices de la vida en común. Todo hay que situarlo en uno u otro bloque y sanseacabó. Eso simplifica lo que por naturaleza es complejo y la sociedad, multicolor, aparece en blanco y negro.

Ese “método” no permite apreciar la especificidad de los asuntos y todo lo que sucede debe ser colocado bajo el manto de “con melón o con sandía” (bonito juego infantil). Otro ejemplo: la concentración que se anuncia para el próximo 19 de mayo en el Zócalo es y no es una continuidad con las manifestaciones previas a las que se bautizó con el expresivo nombre de Marea Rosa. Lo es porque la mayoría de los que participaron en las primeras vuelven a convocar y anudan sus contenidos. Al mismo tiempo es diferente, porque las primeras fueron por la defensa de las instituciones electorales, la Corte, y la democracia y la del próximo domingo será, además, en apoyo a candidatos, No están reñidas, pero no son una y la misma cosa. Ambas son legítimas y robustecen nuestra vida en común, pero no está de más distinguirlas.

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