Desde el Antiguo Testamento el éxodo puede marcar a un hombre, a un pueblo, a una religión. Quizá el Homo sapiens no ha dejado de ser nómada. No pocos abandonan el lugar en que han nacido por razones varias que no siempre obedecen al peligro o a la amenaza de enemigos o criminales, a la persecución de sus creencias, a la guerra, a la necesidad o el deseo de prosperidad y bienaventuranza en otro territorio.También algunos dejan el paraje en que han crecido, su calle, su pueblo, su ciudad por aburrimiento; otros, por curiosidad; no pocos como una aventura; alguno como una iniciación semejante a aquellas que han propiciado un género literario: Bildungsroman.

En la introducción, “La era de las invasiones” a su volumen Las invasiones. Las oleadas germánicas, Lucien Musset sostiene que “la estabilidad de Europa occidental y meridional, que tan fácilmente aceptamos como un hecho inconmovible, es un estado relativamente reciente que la Europa oriental aún no ha alcanzado. Nuestra visión tradicional considera el perIodo de las ‘grandes invasiones’ como un intervalo de perturbaciones entre dos eras de estabilidad normal: la del Imperio romano y la nuestra. Sería más prudente adoptar una actitud inversa y considerar la época romana como una excepción, un descanso en medio de un torbellino de invasiones.

En el principio de El nacimiento del mundo moderno, Paul Johnson advierte que después de las guerras que llaman “napoleónicas”, “en el mundo entero, los últimos desiertos, en las pampas y las estepas, en el valle del Mississippi y Canadá, en los Himalayas y los Andes, estaban siendo colonizados por las sociedades más avanzadas; se sometía a sus poblaciones y en algunos casos se les aniquilaba. Antes o después, nunca hubo tierra tan barata, y los pueblos hambrientos de Europa emigraban en gran número para adueñarse del territorio”.

No han dejado de sucederse teorías y conjeturas acerca de la emigración, que tampoco han dejado de sucederse de formas varias y que ha incitado diversas historias, a veces épicas, a veces sentimentales, a veces dramáticas, a veces trágicas, a veces cómicas. El cine mexicano, por ejemplo, ha deparado films como La familia Dressel de Fernando de Fuentes, El baisano Jalil, El barchante Neguib, Los hijos de don Venancio y Los nietos de don Venancio de Joaquín Pardavé, Un beso a esta tierra de Daniel Goldberg.

Aunque el guionista Emilio García Riera aseguraba que no se proponían “hacer una crónica de lo que son y representan la guerra y la emigración española como fenómenos políticos y sociales. Todo ello no es sino el elemento contingente que hace más dolorosa y definitiva la ruptura en la infancia para la protagonista, la línea que la separa de su pasado irreconciliable”, En el balcon vacío, dirigida por Jomi García Ascot, es también una película del exilio en el espacio y en el tiempo; de la tierra nativa y de la infancia. Su origen se halla en textos autobiográficos de María Luisa Elío. Se filmó “durante unos cuarenta domingos de 1961-1962”, en ella el antiguo Ateneo Español, en la calle Morelos, el Parque Lira, una de las casas en Mixcoac de José Ives Limantour, donde estuvo el Colegio Madrid, el edificio Condesa se convierten en el recuerdo de Pamplona, de una travesía por España, los Pirineos y Francia.

En 1988, María Luisa Elío publicó en Ediciones del Equilibrista Tiempo de llorar, reeditado en la colección Vindictas de la UNAM en 2022, en el que recrea su retorno a Pamplona, en cuya primera frase confiesa: “Y ahora me doy cuenta que regresar es irse”.

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