Calle de Pitiminí tras la caída de Puebla en 1863. Foto: Twitter.
Calle de Pitiminí tras la caída de Puebla en 1863. Foto: Twitter.

El 5 de mayo de 1862 las armas nacionales se cubrieron de gloria en Puebla, dice el comunicado que el general Ignacio Zaragoza le envió al presidente Juárez, ya que Lorencez y sus seis mil franceses no pudieron aprovecharse de una ciudad defendida por un ejército inferior.

Y hubo fiestas. Y se dijeron discursos. Y la prensa resaltó la victoria. Y el gobierno entregó medallas e hizo homenajes a los triunfadores. Y el optimismo flotaba en el aire… hasta que el general Zaragoza cometió su única falla, ya que murió cuatro meses después y la defensa de Puebla, quedó en manos de Jesús González Ortega, quien se hizo célebre por derrotar a los conservadores en Calpulalpan y poner fin a la Guerra de Reforma.

Casi un año después de la victoria de Zaragoza, específicamente el 16 de marzo de 1863 los franceses y sus aliados conservadores se plantaron de nuevo frente a Puebla. Esta vez no hubo un ataque, sino un sitio que culminó con miles de muertos, la rendición del Ejército de Oriente y la captura de los militares más importantes de la República, como el mismo González Ortega, Mariano Escobedo, Porfirio Díaz, Epitacio Huerta e Ignacio de la Llave.

Pese a la derrota, el sitio de Puebla es uno de los acontecimientos más gloriosos de la historia de nuestro país, ya que durante 62 días cerca de 24 mil mexicanos —muchos con una

escasa o casi nula preparación militar—, detuvieron a más de 26 mil soldados franceses y conservadores que los superaban en capacitación, experiencia y armamento. Así, a lo largo del sitio hubo muchas muestras de valor y patriotismo entre los mexicanos, como cuando defendieron por el fuerte de San Javier, ya que de acuerdo con el teniente coronel Francisco P. Troncoso:

Los franceses penetran en los patios y en las horadaciones, revueltos con los nuestros, en cada paso de un patio a otro, se hacen nuevos esfuerzos para detenerlos, perdiendo siempre mucha gente; pero, a pesar de prodigios de valor y sacrificio, el enemigo no se detiene y llega hasta el primer patio. La pequeña reserva del 2º y del 6º hace un nuevo esfuerzo y logra arrojarlos hasta el segundo patio, pero vuelve a retroceder después de pérdidas enormes por una u otra parte.

Las reservas no llegaban, y puede decirse que no solo el fuerte, sino aún los edificios están perdidos, pues ya comienza la guarnición a salir para la plazuela del Paseo. En ese momento se oye un fuego muy sostenido en el primer patio, y los franceses hacen alto, retrocediendo muchos al segundo. Era que el teniente coronel Rosado, al retroceder, se había subido a los altos del edificio con unos 200 hombres, y acordándose que hasta el grado de Comandante había sido de artillería, se llevó un obús de montaña que situó en la escalera. Desde los altos comenzó un fuego vivísimo sobre los enemigos que llenaban el patio, quienes se arrojaron en gran número sobre la escalera, pero se les hizo un fuego nutrido a quemarropa y se disparó el obús, [por lo que] sufren grandes bajas y se retiran, vuelven a cargar por dos veces, y son nuevamente rechazados.1

Finalmente, y a pesar del esfuerzo de los defensores, la penitenciaría cayó en manos de los franceses. De acuerdo con el general Élie Frédéric Forey, entre los fuertes de San Javier y Santa Inés —que resistió los ataques sin caer en manos de los franceses— se dispararon más obuses que en la ciudad de Sebastopol en la Guerra de Crimea. Fue tan temeraria la defensa de Puebla que Forey le escribió a González Ortega se trataba de:

Una cosa inusitada y hasta cierto punto bárbara y reprobada por la civilización moderna, pues los edificios y casas de la ciudad están convirtiéndose en cenizas y escombros por su tenacidad […] en Europa se acostumbra según la práctica establecida en los sitios modernos, tan luego como se rompe la línea anterior de la plaza, entrar los defensores en ella en pláticas con los sitiadores y arreglar una capitulación honrosa.2

Estragos del sitio en la penitenciaria de Puebla (1863). Foto: Twitter.
Estragos del sitio en la penitenciaria de Puebla (1863). Foto: Twitter.

Al final la ciudad se rindió —y no por el mensaje de Forey, sino por la falta de municiones, agua y alimentos—, cayendo en manos de los franceses más de diez mil hambrientos soldados y cerca de mil quinientos generales, jefes y oficiales a quienes se ofreció dejar en libertad si firmaban un documento que los obligaba a no tomar las armas contra los invasores y a no intervenir en cuestiones políticas, proposición que fue desechada con indignación por los militares mexicanos, quienes fueron enviados al destierro.

De acuerdo con el general Agustín Alcérreca, quien en esa época era coronel y también cayó prisionero, el 20 de mayo salieron rumbo a Veracruz mil 466 generales, jefes y oficiales, escapándose muchos de ellos durante el camino, por lo que solo fueron embarcados rumbo al viejo continente 471 generales, jefes y oficiales… casi mil menos de los que abandonaron Puebla. La mayoría de ellos volvió a la lucha y cuatro años después atestiguó la victoria de la república frente al imperio.

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1 Luis Chávez Orozco (2013). El sitio de Puebla en 1863. Puebla: Gobierno Municipal e Instituto de Arte y Cultura de Puebla, p. 32. 2 Ibid., p. 65.

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