El domingo pasado se suscitó el primer debate de este proceso electoral. El formato fue abigarrado y desordenado. La polémica, materia prima del debate político, fue desplazada por una serie de diagnósticos, a veces falsos a veces sueltos, y algunas ofertas poco claras.

Un elemento esencial de toda democracia política es su carácter dialéctico. En primer lugar, la democracia implica competencia, rivalidad, discusión. Las elecciones son un concurso entre ofertas de futuro. El oficialismo defiende el presente, debiera reconocer algunos errores e insuficiencias y ofrecer rectificaciones. La oposición presenta un análisis crítico del régimen, poniendo énfasis en sus errores pero también, ofrece un futuro de concordia que pasa por la capacidad de gobernar para todos. Esto implica ofrecer un mínimo de continuidad en aquello que vale la pena sostener.

En las actuales condiciones, no se ve que la candidata oficial se esté distanciando del actual Presidente de la República. La sucesión por supuesto que presupone la continuidad con el pasado. Por eso se habla de una postura oficial. Pero también, se deben asomar los perfiles propios de la candidata cuando aspira a tener el mando presidencial. Debe dejar claro que no estará subordinada a los poderes actuales. De ahí, que se hable de ruptura. La candidata oficial ha de decidir si carga con todas las polarizaciones que ha generado el actual Presidente. Existe un enorme riesgo si decide ser la heredera fiel de los enconos López Obradoristas. Además, ha quedado claro que la corrupción política no fue extirpada durante el presente sexenio. Mal haría la candidata si decide hacerse cargo de las corruptelas presentes y tornarse en garantía de la impunidad de semejantes fechorías.

Por otra parte, estoy convencido de que la candidata de la oposición desperdició una oportunidad dorada para acreditarse como la líder social que es. Xóchitl ha construido un proyecto personal más allá de la política. Nacida en la pobreza supo generar un proyecto productivo que legítimamente le aportó prosperidad a ella y a su familia. Su patrimonio no se hizo a partir de la actividad pública. Ella llegó a la política ya haciendo algo productivo de su vida. Su insistencia en que es una candidata ciudadana, aspira a convocar una legitimidad democrática, al margen del desgaste de los partidos políticos que la apoyan. Esta tensión entre ciudadanía y partidos políticos debe ser resuelta a partir de una reforma electoral que la disuelva. Es necesario reformar el sistema de partidos para abrirlos a la participación ciudadana y evitar que se vean capturados por grupúsculos que han hecho de la tenacidad, y no del patriotismo, su principal táctica política.

Los perfiles propios de Xóchitl permiten sostener una oferta política de desarrollo social y de modernización económica que sean congruentes. Cuando ella dice que hay que apoyar a quien menos tiene para superar las condiciones de postración que significa la pobreza, habla de su vida. Cuando ella promueve que hay que apoyar a quien produce riqueza y multiplicar oportunidades para los demás, lo hace con la mirada puesta en su propia biografía. Esta historia en su doble dimensión no se transparentó el domingo. Al principio se le vio nerviosa, como dudando de sí misma. Ella debe recordar que su autenticidad es su principal herramienta política y que su integridad es su principal diferencia frente al oficialismo. Enfáticamente le aconsejo que ignore a los asesores que le quieren poner un disfraz, que funciona más como bozal, que como plataforma política.

El talón de Aquiles de la presente administración, ha sido el ambiente de encono y polarización política generado por el discurso cotidiano del presidente López Obrador. De sobra es conocido el narcicismo sobre el cual el Presidente se asume víctima de todas las conspiraciones y nunca acepta la responsabilidad de sus errores. La candidata que, de manera creíble sea capaz de ofrecer un esfuerzo honesto para superar este clima hostil y construir una plataforma de acuerdos nacionales, tendrá una ventaja con quien no esté dispuesta a hacerlo.

Los cuatro acuerdos indispensables que requieren la participación de todas las fuerzas políticas son: En primer lugar, la reconstrucción del sistema de partidos políticos para acercarlos a la ciudadanía. La representación política debe estar fundada en la legitimidad ciudadana. El esquema bilateral de toda representación hoy aparece roto, cuando prospera la política al margen de la sociedad. En segundo lugar, una reforma a la justicia para garantizar su imparcialidad y procurar su cercanía a la sociedad. Urge hacer pedagogía para acercar a los jueces con la gente. Desde el lenguaje a la explicación sensata de los fundamentos éticos de toda resolución. En tercer lugar, la seguridad pública no admite polarizaciones partidistas, ni los militares ni las policías pueden quedar supeditadas a intereses políticos o económicos. La política de seguridad debe estar apoyada en el máximo de legitimidad política para expulsar de las instituciones a los criminales y abatir la violencia y la impunidad. Y por último, urge un acuerdo nacional que libere a los pobres y a los más vulnerables del clientelismo político a partir del sostenimiento de programas sociales y aumento del empleo que garantice la movilidad social y con ello, un país de clases medias.

En este momento es importante recordar que frente a la popularidad que tenía Trump, en el 2020 perdió la elección por optar por la polarización que mejor acomodara a su narcicismo. Un político de viejo cuño y semblante sereno, habló de unidad y de la necesidad de reconstruir el consenso político y ganó. Esta es una encrucijada que se puede repetir en nuestro próximo proceso electoral.}

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