La identidad de un grupo humano es su relato de sí mismo. De dónde viene, a dónde va.

Somos el pueblo elegido por Dios, para volver el decálogo moral que nos entregó en el desierto, real en la especie humana.

Somos los mestizos nacidos de una mujer morena y un cruel conquistador rubio, y estamos construyendo un hogar mestizo.

Somos los trabajadores de Honda y somos felices con las 3 alegrías: crear, vender y comprar mejor tecnología.

En una Democracia, el relato central de la tribu se pone a debate cada X tiempo entre dos o más facciones —generalmente dos facciones principales—, para corregirse. Luego de un periodo de intenso debate, la población vota por la corrección que más le conviene y los líderes de la corrección que gana heredan los bártulos poderosísimos del gobierno para aterrizarla en hechos, mientras los líderes de la otra corrección se vuelven la Oposición, que critica lo que el gobierno hace.

En el siglo XX, de esa contienda entre el gobierno y la Oposición nos enterábamos cada 24 horas en el noticiario de la mañana, y si acaso en el de la noche, pero llegado el internet —y la multiplicación de los medios y sus capacidades instantáneas de comunicación—, el ciclo de esa contienda entre partidos dejó de ser de 24 o 12 horas. Cada hora pasaba algo.

Y hoy en el siglo XXI, cada minuto pasa algo que corrige, avanza, critica o combate al relato gobernante: vivimos a diario en un debate de dimensiones que antes eran solo electorales.

Algo más: la abundancia de medios ha vuelto imposible la verificación de lo que se dice en ellos —y el periodismo serio y los relatos inventados hoy se confunden.

La verdad se ha vuelto irrelevante, dijo famosamente un periodista en México. Más famosamente, hoy el presidente de los EUA inventa a diario datos para justificar su relato de futuro —y nadie se escandaliza ya.

“Se comen a los gatos y a los perros”, dijo Trump para justificar su guerra contra los inmigrantes resididos en los EUA. ¿Quiénes y dónde se comen a los gatos y los perros?: nunca se supo, pero las redadas para sustraer de sus hogares a los inmigrantes ocurren a cualquier hora hoy en EUA.

Hoy no sabemos cuál es la verdad. Así de llano.

En una Dictadura la gente sabe que el relato oficial y único es una mentira.

En una Democracia hoy solo alcanzamos a creer que adivinamos para qué facción miente cada fuente de información.

Hemos perdido la confianza en la verdad y muchos temen que no hay regreso de esa incertidumbre y esa discordia interminables: la Democracia parece estar destinada a ser una locura social: voces vociferantes tronando de forma continua con “verdades” incompatibles entre sí.

Y sin embargo sí hay un regreso a la confianza y a la certidumbre. Y el medio es la misma tecnología que nos llevó a la desconfianza.

Es un camino que pone la inmediatez del internet al servicio no de la lucha por el Poder, como en las democracias occidentales, sino al servicio de la Democracia real —y de su transparencia.

Me cuenta Audrey Tang, la primera Ministro Digital que hubo en Taiwán:

—Fui elegida (en 2016) por la Primera Ministra para conectar al Pueblo con el gobierno de una forma fácil y continua.

Linda frase. Y más linda porque Audrey lo logró.

Y de cómo lo logró escribiré el siguiente domingo. Un cómo que podríamos empezar a implementar en México mañana.

Solo agrego un dato de consecuencia. Audrey no se considera a sí misma parte de un cierto partido político —solo es pro-Democracia—, como no se considera parte de un género sexual específico.

—¿Te llamo en femenino o en masculino? —le pregunté cuando hablé con él: un hombre biológico con todas las señas externas de la feminidad —pelo largo y lacio, un arete, y una voz suave y cálida.

—No importa —me contestó ella. —El caso es que sí me llames y que sí conversemos.

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