Si se mantiene la esencia del dicho campirano “Pa’ los toros del jaral, los caballos de allá mesmo”, se podría suponer que: “para una vivisección crítica de una derecha desbocada, es útil una elaborada también por la derecha, pero sensata y con perspectiva histórica”. La “derecha desbocada” a examinar y a la que se refiere esta columna es la norteamericana trumpista, pero hay puntos que la conectan con la nuestra, la mexicana.

El Washington Post (24/04/24) acaba de publicar la síntesis de un libro de próxima aparición, Rebellion: How Antiliberalism is Tearing America Apart-Again (Rebelión: de cómo el antiliberalismo está destrozando a Estados Unidos-de nuevo) donde Robert Kagan, un connotado intelectual público neoconservador norteamericano explora, alarmado, las implicaciones del posible triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales del próximo noviembre.

La tesis de Kagan es clara: desde el inicio de su historia como república independiente, los “padres fundadores” de Estados Unidos consideraron que el sistema que ellos crearon sólo funcionaría en tanto la mayoría ciudadana aceptara como corazón de sus “virtudes públicas” a la libertad y a la igualdad políticas. Sin embargo, desde el inicio la estructura esclavista de su economía sureña era incompatible con el marco teórico de la igualdad y libertad.

Para buena parte de los blancos sureños, pero también para muchos norteños, los esclavos simplemente no podían ser considerados como iguales. La guerra civil de 1861-1865 resolvió el problema, pero sólo parcialmente. Los esclavistas fueron derrotados, pero nunca aceptaron la supuesta igualdad política de los antiguos esclavos ni de sus descendientes, así como una parte de los blancos del norte se negaron a considerar sus iguales a los blancos católicos (papistas) irlandeses o italianos. Obviamente las posteriores olas de inmigrantes asiáticos y latinos tampoco cabían entre los aceptables. Y es que, como argumenta Kagan, para quienes hoy apoyan a Trump, los Estados Unidos ideal es uno donde sólo tengan cabida los protestantes blancos.

Para un buen número de estos blancos e independientemente de su clase social —pobres, clase medieros o ricos—, la visión de unos Estados Unidos monocolor y sólidamente protestante es la utopía que dibuja el discurso de Trump y por eso su radicalismo en el rechazo a las interpretaciones liberales de la constitución de 1787.

El tema de la igualdad de derechos en una sociedad marcadamente multirracial y multirreligiosa como la norteamericana y con una historia de profundos conflictos raciales, ha llevado a que el Partido Republicano, antes identificado con los económicamente más afortunados y conservadores como Trump, tenga cada vez más apoyo entre blancos pobres o de clases medias que celebran un discurso que ofrece, por ejemplo, reconocer la legitimidad de la próxima elección sí y sólo sí gana su candidato. Esas bases populares trumpistas no rechazan la idea de volver a amotinarse como ya lo hicieron en enero de 2021 para derrocar al gobierno si no se le da el triunfo a su líder, un líder que promete, entre otras cosas, usar a la Guardia Nacional y al ejército para expulsar a millones de trabajadores indocumentados a los que de antemano considera delincuentes o desequilibrados mentales y que son ya una amenaza a la “pureza de sangre” de los verdaderos norteamericanos.

Para Kagan —que en 1997 fuera cofundador del ambicioso proyecto conservador e imperial de política internacional “El nuevo siglo americano”— el trumpismo es una auténtica distopía donde los conceptos clave de libertad e igualdad políticas sólo tendrían sentido para los blancos que, de acuerdo con las tendencias demográficas del país del norte, van camino a ser minoría pues en 2022 y según un censo los “blancos no hispanos” eran 58.8% y en 2060 serán 44.9%.

Como en muchos otros aspectos, la actual derecha norteamericana —la trumpista— aparece hoy como la madre de todas las derechas, pero ¿hasta qué punto en México la derecha sigue los patrones norteamericanos? Para empezar, hay una diferencia sustancial: aquí las filas conservadoras no se nutren, como allá, de los sectores populares. Sin embargo, las añejas divisiones coloniales —las “repúblicas de indios” y las “repúblicas de españoles”, las “gentes de razón” y “los indios”, etcétera— también dejaron huella. Las implicaciones políticas, sociales y culturales que están detrás de ese “primero los pobres” de la 4T, causan temor, resentimiento y rechazo en ciertos sectores de clases medias y altas que históricamente han considerado a los pobres como “clases peligrosas”, como enemigos potenciales y por tanto los espacios que les empieza a abrir la 4T en la estructura de poder lo ven como el inicio de un proceso sobre el que ya no tendrán control y lo consideran no un cambio positivo sino un peligro que se debe atajar pero no saben cómo.

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