Las políticas públicas son, en términos simples, decisiones sobre un asunto público que le encomendamos al gobierno. La idea es que los actores gubernamentales tienen este encargo porque sus prioridades y valores son, técnicamente, los mismos de la ciudadanía que representan. No sólo eso, dado que los problemas públicos son muy complejos, necesitamos humanos que, además de entender y compartir nuestros valores, tengan las habilidades administrativas y políticas para atender esos problemas.

Las políticas públicas como decisiones pueden ser muy variadas incluso tratando de atender el mismo problema. Tú puedes pensar que la inseguridad se reduce aumentando el número de policías en un cuadrante. Alguien más puede sugerir que es más efectivo y barato incrementar el número de luminarias, y otra persona más pensará que una mejor inversión es crear programas de deporte y cultura en los vecindarios. No se trata de hacer una lluvia de ideas nada más ni de salir con una lista de puntadas. Afortunadamente, la gobernanza es una actividad vieja y le hemos metido mucho estudio a ella. La estadística, arquitectura, sociología, psicología organizacional y un montón de disciplinas más nos ayudan a saber qué funciona mejor entre las posibles soluciones a los problemas. La cosa es complicada porque, incluso con todas esas herramientas científicas, no hay una respuesta correcta única y lo que funcionó en determinado tiempo en un lugar puede no ser tan efectivo en otro por un montón de factores contextuales.

En esta maraña de complejidad puede entenderse que las políticas públicas no son decisiones sencillas y no hay manera de complacer a todo el mundo, dado que nuestros valores, preferencias, conocimientos y experiencias son distintas incluso perteneciendo a la misma comunidad. La democracia entendida en el sentido más amplio, representa por un lado eso mismo: nuestros representantes encapsularán en mayor o menor medida los valores y prioridades de la mayoría y tomarán decisiones basadas en esos valores. Por otro lado, la democracia como poder del pueblo lleva consigo la responsabilidad de ese poder: es nuestra tarea informarnos para elegir no sólo a quien mejor refleje nuestros valores y prioridades sino que tenga ese otro lado técnico y político de saber resolver problemas públicos. Todavía más, después de una elección -gane o no la persona por quien votamos- la responsabilidad colectiva es exigirle que decida de la manera más inteligente y atienda los asuntos más urgentes usando nuestros recursos tan bien como se pueda.

No es sencillo, es cierto. Informarnos sobre las ideas que gobernantes potenciales tienen sobre cómo resolver los problemas, y después exigir que rindan cuentas y estén haciendo lo que proponían en campaña implica tiempo, energía. El problema se hace más grande cuando tratamos la política como si fuese entretenimiento o una cosa parecida al futbol donde uno es aficionado de un equipo, así juegue bien o no y sin cuestionárselo mucho. Si invertimos el poco tiempo que le dedicamos a la responsabilidad democrática de elegir y hacer que los gobernantes rindan cuentas en ver quién le cae mejor al papa, difícilmente quedará algo de tiempo para saber quién ha trabajado en el mejor plan para enfrentar la falta de agua en las

ciudades mexicanas inminente, o para detener la violencia en todas partes. Los medios hacen su parte reproduciendo este tipo de notas que ayudan muy poco a informarse mejor, elegir mejor y exigir mejor, pero tampoco estamos siendo ese público que busque servicios y plataformas de comunicación que vayan a preguntarle a candidatas y candidatos qué van a hacer con el cambio climático, los feminicidios, la inequidad en el acceso a la vivienda. Llevamos tanto tiempo en ese nivel de discusión en el que la política y las políticas públicas son un reality show que uno se pregunta qué cosa provoca la otra: si nuestra apatía y consumo de contenido irrelevante causó que las candidatas se olviden de comunicarnos lo importante o al revés. Aunque encontrar quién es el huevo y quién la gallina en esta historia suena interesante, no es necesario saberlo para remediarlo. Basta con centrarnos más en quién parece menos artificial tomándose fotos con artistas y celebridades y quién habla de mejorar el sistema de impartición de justicia, los retos y complicaciones de la justicia transicional, las oportunidades que se asoman cuando Estados Unidos trata de depender menos de China.

Al igual que las personas que gobiernan, uno no tiene que ser un experto en todo, pero hay una probabilidad harto más alta de que las cosas cambien para bien si permitimos que nos importe lo importante.

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