Escho ne merla Ukraína, “Ucrania no ha muerto aún”, son las primeras palabras del himno nacional ucraniano, lo que no suena mucho a optimismo. Ciertamente no es el himno a la alegría de la novena sinfonía de Beethoven adoptado por la Unión Europea: Freude, schöne Götterfunke, Tochter aus Elysium... Me dirán que el himno nacional de Polonia empieza de la misma manera: “Polonia no ha muerto aún”. ¿Coincidencia? Durante siglos, del siglo XIV hasta fines del siglo XVIII, en el seno de una gran confederación, Polonia, Lituania y Rutenia (el nombre de Ucrania en aquel entonces), compartieron el mismo destino, hasta el triple reparto entre los imperios Romanov, Habsburgo y el reino de Prusia que la liquidó en 1795. El himno polaco fue compuesto en 1797 y el ucraniano unos sesenta años después. La presencia amenazadora de la muerte refleja una experiencia histórica común.

El gran historiador de Bonaparte y de Napoleón, Patrice Gueniffey, publicado por nuestro Fondo de Cultura, nos explica que el himno polaco fue primero un canto marcial, cantado por los batallones polacos que combatieron bajo el mando del joven general jacobino, Bonaparte, durante sus campañas en Italia. Soldados y oficiales polacos habían participado en el levantamiento de Kosciuszko, el polaco héroe de la guerra de independencia de los Estados Unidos (tiene su puente en Nueva York), y no se resignaban a la ruina de su propia independencia. ¿Pesimista el inicio del canto? Siguen en seguida las palabras: “Polonia no morirá mientras estemos con vida”. La nación sobrevive al Estado. Una nueva generación de patriotas en Polonia como en Ucrania, y en otras naciones europeas sin Estado, se negó a aceptar la ruina del siglo precedente. Bien dice el historiador ucraniano Serhii Plokhy: “Promovieron una nueva concepción de la nación como cuerpo político democrático compuesto por ciudadanos patriotas, más que como Estado territorial”.

Hoy, después de largos meses de suspensión de la ayuda militar estadounidense, para nada compensada por unas flacas aportaciones europeas, las fuerzas armadas ucranianas han de cantar “Ucrania no morirá mientras estemos en vida”. Hoy la artillería rusa dispara diez obuses cuando la ucraniana contesta con una y la aviación rusa, envalentonada por la disminución de la defensa antiaérea del adversario, machaca el frente, las infraestructuras y las ciudades de Ucrania, en particular la gran ciudad de Kharkiv.

La cuna del romanticismo ucraniano en el siglo XIX fue precisamente esa ciudad que tiene el honor de figurar entre los objetivos de la Operación Militar Especial definidos por el presidente Vladímir Putin. Hace poco nos lo recordó su eterno ministro de Relaciones Exteriores, Serguei Lavrov. En 1816 nació en Kharkiv la revista El Heraldo ucraniano, publicada, sin sectarismo, en ruso y en ucraniano. Desconociendo esa historia, Putin creyó en 2014 que, por el gran número de rusófonos que la habitan, la metrópolis iba a caer como fruta madura, a la manera de las ciudades de Donetsk y Luhansk en el Donbas. Se vengó en 2022 con terribles bombardeos que reanudaron hace dos meses, y siguen cuando el ejército ucraniano se encuentra en una situación muy difícil, frente al empuje de las fuerzas rusas.

Se rumora que el presidente ruso quiere una sonora victoria para el 9 de mayo, día del aniversario de la Victoria por excelencia, la de 1945 sobre el enemigo nazi. Puede que su deseo sea satisfecho, porque la ayuda occidental no recuperará su nivel de fines de 2022 y de los primeros seis meses de 2023, sino hasta que termine el año en curso. Sea la que sea la salida de la guerra en Ucrania, de ella depende el porvenir del país, de Europa y de las relaciones entre Rusia y el mundo occidental, con serias consecuencias para el resto del mundo. En el peor de los casos, los ucranianos cantarán Ucrania no ha muerto aún.

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