El conflicto de Medio Oriente está provocando una serie de manifestaciones estudiantiles de apoyo a la comunidad Árabe y de repudio al Gobierno de Israel. El fenómeno se está convirtiendo en algo global y no pocas voces empiezan a equipararlo con lo ocurrido durante 1968, que dicho sea de paso, fue también un movimiento internacional. Llama la atención que el país que se dice el paladín de la libertad esté reprimiendo a su juventud. No sólo eso, universidades que han fomentado el liberalismo económico y político, como Columbia en la Ciudad de Nueva York, están reprimiendo a sus alumnos. Una gran paradoja.

Ni el grupo Hamas representa a toda la comunidad árabe ni el Gobierno de Israel representa a la comunidad judía internacional. Dentro de este conflicto debe quedar claro que la parte que agredió al Estado Israelita es un grupo radical, el problema es que la respuesta del Gobierno del país agredido ha sido a todas luces extrema, lo que ha provocado una verdadera matanza de inocentes y de comunidades desplazadas por el conflicto bélico.

Como en tantos temas de la vida ordinaria, el problema no es quien tiene la razón, sino quien tiene la sartén por el mango, es decir, quien tiene el poder económico o político para hacer lo que le venga en gana. Esto es lo que al parecer ocurre con el Gobierno israelita, que además ha recibido el apoyo del imperio de Norteamérica, que no pocas ocasiones de modo implícito o explícito han dicho: “somos grandes y malos”.

Estudiantes de Estados Unidos, Francia y México están protestando, cada uno a su manera, por lo que está ocurriendo en Medio Oriente. La respuesta ha sido de represión. No puede menos que causar indignación saber que las autoridades académicas han optado por dar de baja a los alumnos que protestan. Represión pura. No sólo eso, autoridades académicas en Estados Unidos han llamado a la policía local para terminar violentamente con las manifestaciones, provocando cientos de estudiantes encarcelados por defender al oprimido.

Como docente universitario en muchas ocasiones, tal vez las más de las veces, me he opuesto a la suspensión de clases. Siempre he pensado que existen formas alternativas de protesta que no provoquen la suspensión de actividades docentes. Pero cuando ha ocurrido, simplemente he respetado las acciones de alumnos, docentes o administrativos. El contexto actual llama alzar la voz y hacer votos por regresar a la paz. Como humanidad tenemos problemas más grandes, como el cambio climático, que amenaza a la humanidad entera.

Las protestas se están dando en un año electoral, por lo que esto obligará a los candidatos a fijar una postura tanto sobre la situación de Medio Oriente como sobre las manifestaciones estudiantiles. Esto podría determinar quién será el próximo presidente del país más poderoso del mundo. Así es que las protestas no son inútiles: se traducen en votos y éstos en la designación del próximo presidente.

Por lo pronto es claro que el país que se ostenta como paladín de la justicia, la libertad y la democracia le está quedando a deber a su propia población. Las universidades que fomentan el liberalismo económico y político están siendo incongruentes al reprimir a sus alumnos. Por el bien de la humanidad lo mejor es evitar la represión y hacer un llamado a la paz. Si como humanidad no somos capaces de arreglar estos problemas, mucho menos podremos revertir el calentamiento global, lo que estaría poniendo en riesgo no a un país o región, sino al planeta y humanidad enteros.

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Apenas se publicó el decreto que modifica diversos ordenamientos en materia de seguridad social, “llovieron” los amparos. Quienes se ampararon deberían pensarlo mejor. El juicio implicará tiempo dinero y esfuerzo. Si el decreto no les afecta, lo más probable es los tribunales les nieguen el amparo toda vez que no son parte afectada. Los únicos que ganan en este perverso juego son los abogados promotores de los litigios, dudo que lo hagan gratuitamente. Con los amparos alguien está ganando y no son los trabajadores.

Docente de la maestría en Economía, FES-Aragón-UNAM.

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