En uno de los hechos más bochornosos en la historia reciente de nuestra endeble democracia, el Tribunal Electoral le ordena.

La sentencia del Tribunal pasará a la historia de la ignominia, de quienes anteponen intereses particulares al bienestar de la Nación, de quienes irresponsablemente y con absoluta falta de sentido común, pusieron a un tramposo en la boleta electoral. Y habrá quienes en los próximos meses quieran culpar al INE por los fallos del Tribunal, porque la cara más visible de las instituciones electorales es el Instituto. 

El propio Tribunal reconoce que casi 1 millón 200 mil firmas presentadas por el Bronco que tienen inconsistencias, un 58% de las firmas que presentó eran falsas según lo detallado por el propio Instituto, razón de peso para negarle la candidatura. Entre las irregularidades encontramos que cientos de miles de firmas provenían de ciudadanos que no estaban en la lista nominal, más de 150 mil eran claramente firmas simuladas y más de 200 mil se presentaron con copias de firmas y no firmas autógrafas. 

Una vergüenza la decisión del Tribunal Electoral de obligar al Instituto Nacional Electoral a poner en la boleta a un hombre que, probadamente, ha hecho trampa para llegar a la boleta y sin embargo, tal vez no debería de habernos sorprendido tanto. Ya antes ha avalado las trampas electorales como en Coahuila cuando el Tribunal determinó que el rebase de campaña del PRI había sido infinitamente menor (9 veces menor) al determinado por la fiscalización del INE.

La decisión del Tribunal tiró por la borda la posibilidad de anular la elección en Coahuila como debería haber sido luego de tantas irregularidades y dando el triunfo al mayor infractor de las leyes electorales en aquella elección. Y así podríamos hablar también del manejo en el caso del proceso electoral del Estado de México. 

El daño causado por el Tribunal es para todos los mexicanos pues destruye la credibilidad en las instituciones y teje un velo de duda sobre todo el proceso electoral a pocos meses de que se celebren las elecciones.  Es, por tanto, un daño severo a nuestra democracia.

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