La República Democrática del Congo es uno de los países con más riquezas en el mundo y al mismo tiempo uno donde la pobreza campa a sus anchas. Diamantes, oro, tungsteno, madera, estaño y coltán son sólo algunas de las muchas reservas de piedras preciosas y minerales sobre los que descansa un país que ha estado en guerra desde la década de los 90 con un saldo de más de 5 millones de muertos.

Detrás de cada teléfono inteligente, de cada tableta, de prácticamente cada aparato tecnológico que adquirimos hoy está, casi siempre, la explotación de miles de niños que mueren en las minas del Congo.

Las minas no son más que hoyos clavados en la tierra donde a diario cientos de hombres, mujeres y niños se adentran sin ningún tipo de protección y con apenas herramientas para sacar el coltán oculto en las piedras. El mineral más importante para la elaboración de las pilas que alimentan nuestros “smart devices”.

Distintos documentales en la red dan cuenta de las terribles condiciones en las que trabajan niños tan pequeños como de 4, 5, 6 o 7 años y adolescentes de 11 o 12, sin zapatos, sin guantes ni máscaras de seguridad, sólo con sus pequeñas manos arrancando el coltán de la piedra, metidos hasta la cintura en el barro, buscando el brillo del mineral que llenará sacos y sacos y que será vendido por apenas unos centavos.

Luego de diez, doce o catorce horas de trabajo el dinero recibido apenas alcanza para llevarse un mendrugo de pan a la boca y en los peores días ni siquiera eso. Son más de 40,000 menores en las minas según datos de Amnistía Internacional. Pequeños cuyos rostros son la cara más triste de la miseria, cuyas manos terminan destrozadas por sacar los pedazos de metal que servirán para que podamos tener lo último en tecnología en nuestras manos pero la cual ellos probablemente jamás llegaran a ver ni conocer pues en sus pueblos ni siquiera existe la electricidad.

Empresas como Apple o Samsung han sido cuestionadas por mantener en su cadena de suministro estas redes de explotación en el Congo a través de triangular la compra del mineral a empresas chinas a miles de kilómetros de ahí. Empresas que, hay que señalarlo, no establecen mayor estándar para comprar el coltán que el precio más bajo.

Nadie revisa las condiciones de trabajo en las minas, a nadie le importa. Si bien es cierto que en los meses pasados Apple se comprometió a revisar su cadena de proveeduría y a trabajar por la erradicación del trabajo infantil, también hay que señalar que en el mundo hay pocos lugares con reservas de coltán como en el Congo.

Queda pues en manos de los consumidores la presión para exigir que las empresas de tecnología vigilen y exijan estándares éticos a su cadena de suministros. Es inconcebible e hipócrita que el respeto a los derechos humanos se mida de manera distinta de acuerdo al país de que se trate.

El coltán en el mercado internacional se vende en unos 80 a 100 dólares por kilo, sin embargo las empresas lo compran a los locales a 10 dólares de los cuales los niños, si tienen suerte verán apenas unos centavos.  Congo es un país tan lejano que cuesta trabajo imaginarlo, sin embargo, valdría la pena tomar conciencia y pensar que el problema del Congo lo tenemos también nosotros justo entre nuestros dedos.

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