El arribo de autócratas al poder haciendo uso de los propios mecanismos de la democracia, es una cuestión que ha ocupado a los estudiosos del derecho y la ciencia política desde hace décadas. Y más que sólo el arribo, la preocupación mayor viene de su permanencia. Una vez en el poder, el autócrata (populista, nacionalista, fascista) intentará por distintos medios quedarse en el poder de manera indefinida.

El sufragio universal, las campañas, las urnas y el voto libre y secreto, han abierto las puertas en épocas recientes, a nuevos populistas en la región latinoamericana. El hartazgo contra la clase política existente, la corrupción, las malas condiciones económicas persistentes, son las causales más señaladas para que la ciudadanía vote en consecuencia por aquel que promete un cambio radical. Aquel con el carisma suficiente para movilizar el voto y aparecer con piel de oveja ante los reflectores.

Gracias a la democracia mínima (utilizando el conocido término de Norberto Bobbio), los neopopulistas han encontrado pocos o nulos obstáculos para llegar y luego desmantelar, poco a poco, las estructuras de la democracia: instituciones independientes, transparencia, rendición de cuentas, periodos de gobierno constitucionalmente establecidos, mecanismos de control del poder, legitimidad en todas las etapas del proceso del poder político.

Esto último es de gran importancia para mantener un sano ejercicio del poder que muchos parecen no querer entender (convenientemente). En días pasados, uno de los académicos del nuevo oficialismo, Gibrán Ramírez, publicó un texto enmarcado en el debate sobre el desabasto de la gasolina.

A decir de Gibrán, las consecuencias que hoy viven los ciudadanos en México por las decisiones tomadas por el gobierno federal para supuestamente combatir el huachicol están plenamente amparadas plenamente por los millones de votos que obtuvo en las urnas en julio pasado.

Es innegable la legitimidad obtenida en las urnas, sin embargo, habría que explicarle a Gibrán y a otros académicos oficialistas, que el proceso del poder político no se agota en el origen (elecciones). La democracia adquiere su verdadero significado cuando la legitimidad se sostiene también en las siguientes etapas del proceso del poder, particularmente en el caso que nos ocupa, en la del ejercicio. Dos legitimidades completamente distintas una de la otra.

Es perverso, por decir lo menos, asegurar que la legitimidad de los votos es un cheque en blanco para afectar a los ciudadanos y hacer lo que se guste supuestamente por el bien del pueblo. Eso no es democracia. Lamentable que nuestro mal diseñado régimen político carezca, entre otras muchas falencias, de mecanismos efectivos de control del poder. Es una pena porque, está visto, nos harán mucha falta.

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