Recuerdo hace mil años estar nadando en el lago de Valle de Bravo, y junto con un grupo de amigxs, decidir aventarnos de clavado de la torre de la presa. Sobra decir que el agua estaba helada y la torre bastante alta a decir verdad. Solo de recordar vuelvo a sentir esa ansiedad tan particular, misma que quizá los románticos llamarían sentir  mariposas en el estómago, otros más acertados vértigo pero yo más bien lo llamo miedo. Un miedo tremendo a sentir el vacío, lo desconocido o la nada. Un miedo sin fundamento, ( tener miedo a lo desconocido o la nada es por default pero aún así no quiere decir que haya fundamento)  pero al fin y al cabo presente invadiéndome hasta las puntas de los dedos de los pies. Así estuve un buen rato hasta que me dio frío y me incomodó a tal grado que era mejor aventarme de una buena vez.

Así que lo hice. Y podría decir que no pasó nada, pero sí pasó. Pude experimentar el valor, aunque fuera en una cosa muy inútil  como aventarse de lo alto hacia el agua. Desde ahí, cada vez que me tengo que reunir de valor para ejecutar alguna tarea, pienso en esa vez. Que por más miedo que sentí, fue mucho mayor el placer de sentir el aire en la cara y el splash en el cuerpo al entrar en el agua. Esa sensación de poder. De Yo Puedo. Ojalá esa decisión y valor duraran todo el tiempo, pero no es así. Una se acomoda en la incomodidad de la parálisis de una supuesta seguridad que impide que volteemos para otros lados. Esa aparente seguridad,  que a largo plazo representa un mayor riesgo para la salud mental que arriesgarse a lo nuevo y hasta fracasar, nos detiene a soñar y pero aun nos impide actuar.  Me parece que algo peor que fracasar es no intentarlo,  quedarse con la duda y el eterno “si hubiera”.

En parte para solucionar ese asunto, debemos  dejar de pensar que somos el centro del universo y que todas las personas están muy pendientes de qué hacemos y qué no. Mucho de ese temor a fracasar va combinado con ego y falsas expectativas. Cuando no actuamos para lxs demás, nos hacemos responsables de las decisiones y viceversa, hacernos responsables nos invita a actuar para nosotrxs mismxs y atrevernos a hacer cosas independientemente de los resultados.

El miedo al futuro es una enfermedad del alma pero sí tiene solución, un poco de autoobservación que nos permita evaluar cuánto vale nuestro bienestar emocional.

Una vez que das el salto te das cuenta que no era para tanto.

Twitter @reginakuri

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