Hace muchos años cuando salía al parque a correr o caminar,  notaba que habían ciertas personas que se sonreían o saludaban al cruzarse. Me parecía un gesto educado pero también me hacía pensar que esas personas ya se conocían. Aunque parezca tonto, genuinamente no creía que esas personas estuvieran de buen humor y compartieran un poco de amabilidad y empatía. Sinceramente no creía que dos personas que nunca se hubieran visto pudieran  demostrar un poco de alegría al verse. ¿Por qué se saludan? Quizá yo estaba demasiado enojada.

Una vez que comencé a practicar deporte al aire libre de manera frecuente, me percaté  que casi siempre veía a las mismas personas haciendo sus rutinas a la misma hora. Nos  sonreíamos ocasionalmente al cruzar las miradas, pero había bastantes que hacían cualquier cosa con tal de no dar el buenos días. Yo también lo confieso.   Pero poco a poco fui combatiendo mi sangronés. Notaba que dar los buenos días me ponía de buen humor, hacía que mis sesiones de entrenamiento fueran mucho más amenas  y me dejaba una alegría especial durante el resto día.

Al cabo de unos meses mi actitud y perspectiva habían mejorado muchísimo  y eso me permitía resolver más eficientemente los problemas cotidianos. Porque claro, el hecho de saludar a la gente en la calle o ir por la vida con buena actitud no quiere decir que los problemas se terminen, pero definitivamente dejan de tener el gran peso que una le da cuando está en un humor negativo.

Detenerme unos segundos para saludar a Hugo el que vende el periódico en el semáforo, o a la señora que está barriendo la calle o simplemente el hecho de sonreír en un cruce de miradas, se ha convertido en una terapia muy efectiva para mi bienestar emocional.  Una persona no puede volverse positiva de la noche a la mañana, es necesario ejercer algunas acciones que lo faciliten, pero principalmente tener el deseo de estar mejor.

Twitter @reginakuri

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