A las mexicanas y mexicanos:

En nuestro país cada año son asesinadas 3 mil 800 mujeres, niñas y adolescentes, es decir, se cometen 11 femicidios por día; dos de cada tres mujeres son víctimas de violencia; 30.7 millones de mujeres mayores de 15 años han enfrentado algún tipo violencia y 43.9 por ciento sufrió agresiones del esposo o pareja sentimental; 8 de cada 10 mujeres sienten temor a ser agredidas física o verbalmente al transitar por las calles; diariamente 32 niñas de entre 10 y 14 años se convierten en madres, víctimas de violación. Los principales delitos cometidos contra de las mujeres son los relacionados con el abuso sexual (42.6%) y la violación (37.8%); y en el ámbito escolar, una de cada cuatro mujeres ha sufrido violencia.

Las mujeres mayoritariamente están excluidas del mercado laboral, se emplean en condiciones de precariedad, obtienen remuneraciones menores a las de los hombres por el mismo trabajo realizado, no tienen seguridad social y tampoco cuentan con estabilidad laboral. Además, realizan una doble o triple jornada de trabajo debido a las actividades del hogar y el cuidado de la familia; actividades no remuneradas ni reconocidas socialmente, lo que les impide desarrollarse y tener independencia económica.

Duele, cala profundo y enardece el alma
Duele, cala profundo y enardece el alma

Tanto en el ámbito privado como en el público, las mujeres padecen abuso, discriminación y exclusión; la violencia política, familiar, laboral, sindical, cibernética, escolar, sexual, económica y social que se ejerce todos los días y a cada minuto en contra de las mujeres, de las adolescentes y de las niñas, es intolerable. Violencia que en sus diferentes expresiones se ha agudizado a raíz de la pandemia de COVID-19.

La relatora especial de la ONU sobre la violencia contra las mujeres, Dubravka Šimonovic, señaló que “los feminicidios y la violencia de género son una pandemia ignorada” y, que “muchos de estos feminicidios podrían evitarse”, es verdad.

Antes de ser asesinada, Andrea denunció 26 veces a su agresor ante las autoridades y no pasó nada. Sofía, de 12 años, fue sustraída de su domicilio y apareció varios días después sin vida en un terreno baldío. Fátima, de 7 años, salió de la escuela caminando de la mano de sus victimarios. Ingrid fue desollada por su pareja sentimental. Ximena fue asesinada antes de concluir sus estudios de medicina. Abril fue golpeada con un bate en su propia casa y después acribillada frente a sus hijos en la vía pública. Detrás de cada uno de los miles de nombres de las mujeres que han sido asesinadas, existe una historia de horror que pudo ser evitada si ellas no hubieran tenido miedo o vergüenza de denunciar; si las autoridades hubieran actuado a tiempo y con diligencia cuando denunciaron; si alguien las hubiera ayudado al escuchar sus gritos de auxilio o si sus asesinos tuvieran la certeza de que el sistema de procuración e impartición de justicia funciona.

Más allá de las cifras y de las posiciones políticas, debemos reconocer que la violencia feminicida en México constituye una alarma nacional, ya que su generalización y alcance, evidencia una realidad estructural que sostiene al entramado institucional, jurídico, económico, social y cultural, que reproduce y ahonda las desigualdades que dan paso a los crímenes de odio, en donde las mujeres como género somos minusvaloradas desde nuestro nacimiento y sujetas a los peores abusos.

Cada feminicidio constituye un crimen aberrante y al mismo tiempo una representación simbólica de lo que las mujeres significamos para esta sociedad; la brutalidad extrema, el lugar donde son abandonados los cuerpos sin vida, las posiciones de estos y los cuerpos mismos, son el reflejo nítido de la cotidianidad que viven las mujeres en este país, independientemente de su edad, condición económica, nivel educativo o estrato social.

La violencia de género es estructural porque existe todo un sistema que la crea, la sostiene y la reproduce, el cual comienza desde la educación que reciben las niñas y los niños en la casa, en la escuela y a través de los medios de comunicación y, de alguna manera termina en las instituciones de procuración e impartición de justicia, para reproducirse nuevamente en sus orígenes.

Disminuir y erradicar la violencia por razones de género, requiere emprender una acción colectiva en el ámbito individual que trascienda a la ciudadanía, involucrando a la iniciativa privada y a los sectores sociales, ya que como personas y como sociedad tenemos que reeducarnos, lo que evidentemente involucra al Estado en su carácter de autoridad.

No podemos negar que los avances legislativos y las políticas públicas han sido muy importantes en la lucha por el establecimiento de la igualdad sustantiva y la erradicación de todas las formas de violencia y discriminación hacia las mujeres y las niñas; sin embargo, tenemos que señalar que en lo que respecta a la prevención, investigación, persecución y sanción efectiva del delito, aún nos falta mucho por hacer, ya que fundamentalmente es aquí donde la conformación estructural de la violencia se expresa en impunidad, lo cual alienta su normalización, al no haber castigos ejemplares que la inhiban.

¿Quiénes son, dónde están y cuál es el perfil de los feminicidas? Si no tenemos un registro nacional, si las investigaciones adolecen de perspectiva de género y no existen protocolos de prevención, medidas cautelares y órdenes protección efectivas, será muy difícil que las mujeres vivamos seguras y se nos garantice la salvaguarda de nuestros derechos y libertades.

¿De qué sirve visibilizar y denunciar la violencia si no pasa nada? Mientras los feminicidios y los abusos sigan convirtiéndose en expedientes y su estadística sea una herramienta de denostación política, el futuro no se vislumbra alentador.

Cada feminicidio duele, cala en lo profundo y enardece el alma. Este 25 de noviembre me manifiesto por todas las mujeres, las adolescentes y las niñas asesinadas. Me manifiesto por todas las desaparecidas, por ellas a las que ni siquiera se les puede nombrar como víctimas de algún delito, por las que no dejaron rastro y no hay un cuerpo para llevarles flores. Levanto la voz por ellas y sus madres que ahogan los gritos de rabia ante la esperanza de encontrarlas.

Este espacio hoy está dedicado a ellas, a su miedo, a su horror, a su dolor y a su esperanza, sentimientos que no me son ajenos porque yo también soy mujer, he sido y sigo siendo víctima de algún tipo violencia. Las mujeres exigimos y esperamos justicia.

Paola Félix Díaz

Titular del Fondo Mixto de Promoción Turística de la CDMX; activista social y exdiputada federal.

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