En el primer capítulo de la serie La búsqueda, estrenada por Netflix este pasado fin de semana, en la que se cuenta el cuchufleta manejo del caso Paulette, el personaje del procurador del Estado de México, Alberto Bazbaz, alecciona a su asistente sobre la diferencia entre salir en las portadas de las revistas y salir en los cartones políticos. Bazbaz, extraordinariamente interpretado por Darío Yazbek, hace referencia a una Quién, en la que aparece Miguel Ángel Mancera con el titular “El soltero de oro”. Incompetente pero bien informado, Bazbaz agrega una intuición casi irrefutable: “Este es el tipo de cosas q te vuelven gobernador”.
Previo a la era de las redes sociales, el mundo de los medios generalmente se dividía entre quienes leían las hard news (política, economía y negocios…) y quienes preferían las soft news (moda, belleza, viajes…). El mundo previo a la era digital, calculaba que sus audiencias eran más masculinas para los hard news y más femininas para los soft. Y sí, de alguna manera, históricamente siempre se ha creído que “a las mujeres les había tenía sin cuidado la política aunque les encantaba el chisme” —lo escribo y sigo sin creerlo—. La revista Quién (lanzada en 2000) estaba diseñada como un producto femenino pero llegó a ser leída igual por mujeres que por hombres. A diferencia del ¡Hola!, la Quién logró acaparar no solo la atención de las masas (llegando a ser la de sociales más vendida en México) sino que en el otro sentido, logró tronar esas ideas preconcebidas que los editores habíamos impuesto, creyendo que el mundo de la información era como los colegios de monjas y padres. La Quién era leída y codiciada por hombres de negocios y políticos, era también parte de los impresos que se colocaban en escritorios como el de Bazbaz, como el de Mancera y de tantos, obviamente porque siempre se colocaba en el de la oficina principal oficina de Los Pinos.
Y caminando por esas dos vías, la Quién hizo lo que pocos lograban en el mundo mediático. Si bien las masas adquirían la revista más por las celebridades, actores y actrices (que al cabo terminaron casándose con el mundo del poder político), que por las páginas que daban cobertura a los eventos de los pequeños círculos sociales, terminaban consumiendo y aprendiendo de aquellos inmersos en el círculo rojo. Y cuando los del círculo rojo se percataron de ello, nunca más le dijeron no al fotógrafo de la Quién. En contados casos tal vez, pero por la misma razón. En aquellos años, la penetración política no se daba a través de las telenovelas ni de los noticiarios, se daba a través de la Quién. Sin demeritar a las telenovelas ni a los periodistas y sus noticiarios, pero la gran parte de la población no era politizada. ¿La entidad donde más se vendía la revista? Ecatepec. Por su densidad poblacional, sí, también. En Polanco, las Lomas y San Pedro Garza porque era su primer Target objetivo, pero igual en Iztapalapa. México, como todas las sociedades cerrando el siglo XX era altamente aspiracional.
Y así, en la Quién dieron entrevistas y se dejaron fotografiar –felices y sonrientes– para las portadas, varios de aquellos interesados en volverse gobernadores y presidentes. Abrieron las puertas de sus casas y sentaron en sus salas a sus familias para posar, como mejor carta de propaganda política. Y si no alcanzaban portada, mínimo en la lista de los más guapos o las parejas del año, o un octavo de página en la esquina de la sección de sociales. Los políticos, sabiamente y como debe de ser, nunca despreciaban a esas audiencias.
Y no, nadie pagaba por ello. Ni la editorial, Grupo Expansión, ni los políticos a la editorial. No mientras yo fui editora, que es por el tiempo que puedo poner las manos al fuego. Y cabe aclarar que si bien en la redacción sabíamos de ese poder de formar personajes a través de la continua exposición en las páginas de la revista, no había una línea editorial más que la que dictaba el propietario, Time Inc. El lector es nuestro jefe. Así que siempre fue un juego del huevo y la gallina.
El lado humano de los personajes públicos era la fórmula. Aunque muchos, a decir verdad, no tan humanos como pretendían.
La Quién era el aparador ideal para alguien como Peña Nieto desde que enviudó, pasando por su cuento de hadas con Angélica Rivera, su boda telenovelera… Todo eso en las páginas de la revista. Pero entonces el caso Paulette: Un presagio de aquello en lo que se convertiría el peñanietismo, un sexenio de absoluta frivolidad en el ejercicio del poder.
¿Qué ha cambiado? Los contenidos del papel a la pantalla y punto. López Gatell no dio entrevista a la Quién, pero en su columna el periodista Roberto Rock contó cuán contento estaba el equipo del subsecretario de aquello de “rockstar”. La manera de entender el poder y ejercerlo no ha cambiado tanto. El establecimiento de una vitrina masiva es hoy en día la mañanera (o la “nocturnera”). Donde se reparten discursos morales, se ataca al enemigo, se presumen otros datos y se sigue diciendo de otra forma “ya sé que no aplauden”. Con una frecuencia diaria, a diferencia de la quincenal de aquel entonces. Con una audiencia aun muchísimo mayor a través de las redes sociales, a diferencia de los 120 mil ejemplares impresos de aquel entonces. La frivolidad en la comprensión del poder no se despeinó, al contrario.
Buscar las audiencias, las grandes audiencias es un acierto para cualquier político. Es parte de su tarea desde el poder. El gran error es pensar que colocarse en la vitrina o parlotear lo es todo. Y pensar que una niña aparecida entre el colchón y la base de la cama o un pico diferente para la curva de alguna pandemia se olvidarán en la próxima portada o la próxima tendencia en Twitter.
PD. La búsqueda no solo para quienes estamos en los medios o para cualquier ciudadano es cómo presionar para que haya mayor rendición de cuentas por parte de los gobernantes.





