“Diecinueve años había vivido como quien sueña: miraba sin ver, oía sin oír, se olvidaba de todo, de casi todo.”, confiesa Irineo Funes en un Funes el memorioso firmado por la pluma de Borges.

¿Cuántos años hemos vivido así? Postradas y postrados ante la violencia estructural que sufren las mujeres de nuestro país: mirando sin ver, oyendo sin oír y olvidando casi todo

La historia se ha convertido en una aliada poderosa de las mujeres. Especialmente cuando hablamos de la lucha que nosotras hemos emprendido contra la desigualdad y la violencia estructural.

Los cuerpos de las mujeres asesinadas no reconocen espacio ni tiempo; están en todas partes y se hallan a todas horas. Expuestos en lugares públicos, arrojados en barrancos, ocultados en sus casas o confinados en contenedores de basura. La sangre de las niñas y mujeres se ha vuelto el triste paisaje cotidiano que nos recuerda que, en México, no existe un lugar seguro para la ciudadanía, pero sobre todo para las mujeres.

La violencia es el pan nuestro de cada día de todas las niñas y mujeres mexicanas. El acoso sexual cohabita con las mujeres en todos sus espacios. El estado de alerta se ha convertido en el compañero de viaje (así, en masculino) asiduo cada que se usa el transporte público, se ha convertido en el compañero de escuela y aula en la universidad cada que se lanzan comentarios soeces y misóginos; así, lo cotidiano se ha vuelto amenazante.

Y aunque todas lo sabemos; también se ha ido constatando gracias a movimientos como #MiPrimerAcoso o #MeTooMx, que han servido para quitarles la venda a todos aquellos que se negaban a creerlo y calificaban el tema como exageraciones, a quienes han querido negar que esta es la realidad que vive una persona por haber nacido con cuerpo de mujer.

Las mujeres luchamos por erradicar esta epidemia que es la violencia de género; las mujeres exigimos que se vea el problema y que se haga justicia. Pero ¿qué se entiende por justicia? Hoy las mujeres buscamos (re) construir su significado, de forma que el género de la palabra no sea lo único femenino que encontremos en ella.

La justicia ha sido (mal) entendida como cárcel para un sector de la población, no para los infractores de la ley; la justicia ha sido entendida como penas más altas por crímenes que alcanzan un 94% de impunidad. La justicia ha sido entendida bajo el mismo sistema que día a día nos oprime. Hoy, buscamos transformar lo que se entiende por justicia. Buscamos que la justicia se entienda como ausencia de dominación, como empoderamiento, como posición contraria al sometimiento.

Si no entienden qué pedimos, ¿cómo podrán ser parte de la solución?

Hoy, más que nunca, tenemos que recordar que lo personal es político, lema clave de nuestra lucha feminista. “Ninguna sociedad trata a sus mujeres tan bien como a sus hombres” (https://bit.ly/2VU0Qmn) se lee en el informe sobre Desarrollo Humano del PNUD de 1997, y la realidad, con su cotidiana brutalidad, nos confirma que esta aseveración sigue siendo vigente.

Uso este espacio para recordarles que optar por el desánimo no es opción. No debemos olvidar el poder que tiene el Derecho para concretar los cambios por los que tantas hemos trabajado. El Derecho tiene el poder de transformar la realidad no por su lugar en una estructura de fuerza o incluso de autoridad, o porque establece precedentes que se aplicarán en casos futuros.

El Derecho puede cambiar la realidad gracias al significado que las personas le otorgan. Si no creyéramos que el Derecho puede actuar como un instrumento de reparación del daño o de restauración, éste no funcionaría para el cambio. Hablar de la ley, el Derecho y el Estado debe significar hablar de comunidad, de colectividad; estos conceptos deben estar ligados a la realidad y al contexto social.

De acuerdo con la teoría del caos, partiendo de dos atmósferas idénticas, que solo se distinguen porque en una existe una mariposa aleteando y en la otra no, su situación a largo plazo puede resultar en ambientes muy diferentes. Mientras que en aquel donde no existe la mariposa no sucederá nada que lo altere, en la otra atmósfera podríamos presenciar un tornado. En la frontera de significados que nos ofrece la lírica, el feminismo es una mariposa que agita sus alas con fuerza.

Catharine MacKinnon señala justamente en Butterfly Politics que en la vida diaria las mariposas se pueden reducir a un ornamento o se puede tomar por sentado su aleteo. En su viaje, una mariposa puede chocar contra un parabrisas, morir por desnutrición o ser recolectada y categorizada, clavada en una caja. Pero lo que las mariposas pueden juntas, a veces incluso el efecto que tiene uno de sus aleteos, puede poner en movimiento efectos que no se pueden detener (MacKinnon, Catharine. Butterfly Politics. The Belknap Press of Harvard University Press, Cambridge, 2017).

Este 8 de marzo, Día Internacional de las Mujeres, quiero recordar a las mujeres que aletearon con fuerza. A las que se atrevieron a romper el silencio y denunciar condiciones salariales discriminatorias. A las que pudieron alzar la voz, pero la infame violencia silenció con su muerte. A las que con su activismo transformaron la realidad de quienes las heredamos.

Hoy aplaudo a las mujeres que le pusieron nombre a la discriminación y violencia que sufrían, propongo reconocer a quienes delinearon el concepto de acoso sexual, propongo conmemorar a las mujeres que vinieron antes que nosotras y a las que vendrán después. Que las que vengan, puedan concluir su camino, tengan claro porque recordamos este día y donde todas tengamos el mismo derecho que ellos: el respeto a nuestra dignidad.

Concluyo retomando a Funes el memorioso, porque es cierto que vivimos postergando todo lo que nos creemos capaces de posponer, pero hoy, atender la violencia contra las mujeres y garantizar un mundo donde la igualdad sea la regla, no lo es.


Magistrada de la Sala Superior del Tribunal Electoral del Poder Judicial

Google News