A todas horas, los spots sobre el primer informe de gobierno dejan la impresión de que el presidente no tiene nada que informar. Sin embargo, sí tiene mucho para presumir, siempre y cuando no hable de economía, donde tiró el PIB del 2.5 al 0.0 por ciento; ni de seguridad, pues el suyo ha sido el primer semestre más violento de los últimos 20 años; ni de salud, pues escasean las medicinas, ya regresó el sarampión y no hay vacunas; ni de empleos, pues miles de albañiles y obreros han sido despedidos.

Sus éxitos no están en la administración pública, donde ha colocado a sus amigos y a los hijos de sus amigos, sino en la política. Sus éxitos son de ese linaje: López Obrador ha sabido conducir con destreza y visión, una estrategia bien pensada para construir una dictadura en México. Avanza con paso seguro hacia ese pasado que añora, lleva en alto las banderas de la regeneración y va dejando heridas a las instituciones, la división de poderes, las libertades, la democracia, la transparencia.

La simulación es, sin duda, su segundo mayor éxito. El gobierno rentó unas cuantas oficinas en los estados y, por arte de magia, la administración pública quedó descentralizada. Al mismo tiempo se desperdigaron unos cuantos pupitres en los estados. En abril, en el Plan Nacional de Desarrollo, adelantó por escrito que ya estaban en operación las 100 universidades que prometió en campaña. No hay ilusionista que se le compare.

López Obrador ha logrado colocar al pueblo en el centro del discurso político. Justo como en su época lo hicieron el nazismo en Alemania, el fascismo en Italia, José Stalin en la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, Francisco Franco en España, Juan Domingo Perón en Argentina, Hugo Chávez en Venezuela, por citar sólo algunos de los casos más conocidos.

Que todos los discursos centrados en el pueblo hayan concluido en una tiranía no es mera coincidencia.

Ha colocado la propaganda como el quehacer principal de su gobierno. Dos horas de homilía de lunes a viernes, diversas repeticiones en los estados, ceremonia masiva para conmemorar el día del triunfo, modificaciones a los libros de texto, estados completos entregados a sus aliados electorales de la CNTE, medios públicos convertidos en un descarado aparato de culto a la personalidad, miles de bots y trolls esparcidos por las redes sociales para silenciar voces críticas, centenares de funcionarios pegados a las redes sociales en lugar de trabajar. Eso, sin duda, ha sido un éxito para él.

Ha consolidado su liderazgo carismático. La nueva élite del poder ha rebasado los límites de la decencia vigentes durante la dictadura perfecta para expresar su admiración al líder. El crítico interno de Morena, Porfirio Muñoz Ledo, se refirió a él en los siguientes términos: “López Obrador está más allá del poder y de la gloria, es un personaje místico, un cruzado, un iluminado…un auténtico hijo laico de Dios y un servidor de la patria. Sigámoslo y cuidémoslo todos”.

Otro, no menos obsequioso, Víctor Manuel Toledo, titular de Semarnat: “AMLO es una luz que ilumina el firmamento tras la larga noche neoliberal”.

Ha mejorado su conocimiento sobre sus colaboradores. Nos ha dicho con todas sus letras que requieren uno por ciento de capacidad y noventa y nueve por ciento de honestidad.

El subejercicio del gasto público en todo el gobierno federal, la falta de promoción de inversiones y del turismo, la presencia de una vendedora de ropa interior en un nivel de dirección, encuentran ahí su explicación. La incapacidad está plenamente demostrada, eso sí, pero la honestidad está bajo sospecha cuando el 74 por ciento de los contratos del gobierno se otorga a discreción de quienes compran.

Ha obtenido aplicaciones prácticas a su conocimiento de la historia. Se dice juarista, pero aplica el dicho de Ignacio Comonfort: “no se puede gobernar con la Constitución” y de inmediato ordena cambiarla. Empezó modificando la ley para colocar a sus amigos en la Fondo de Cultura Económica y en el Sistema de Administración Tributaria, luego su mayoría legislativa echó a la basura la reforma educativa que pretendía una educación de calidad y, más tarde, le concedió la facultad de manejar a su leal saber y entender más de 100 mil millones de pesos, más lo que se acumule por “ahorros”.

Logró todo lo que propuso. Después borrará el principio de no reelección y la posibilidad de protesta, y para eso ensaya con los casos de Baja California y Tabasco.

López Obrador ha tenido también un éxito notable en su vocación de polarizar al país en buenos y malos. Son buenos todos los que estén con él y malos todos los que disientan, esos son reaccionarios, enemigos del pueblo y, por tanto, no tienen derecho a la existencia.

Vocero del PAN

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