Nací en un pueblito al norte de España, Arguedas, Navarra, lugar de buen vino y toros, ahí pasé los primeros seis años de mi vida, durante una posguerra que aunque diluyente, aún la embargaban esos recuerdos, se oía hablar de lo mal que se había pasado en aquellos momentos (Guerra Civil y II Guerra Mundial); entre jotas, relatos, fiestas con toros y Cole, pero todavía se sentía la escasez y el apoyo externo con algunos alimentos que se nos daban en la escuela. Partimos para México al encuentro de mi padre y mi hermano mayor, quienes por cuestiones de negocios familiares se habían trasladado para acá, si bien la situación en mi pueblo no era mala, obligadamente había que tener el impostergable e importante encuentro familiar. Cómo olvidar el viaje de poco menos de 20 días y la imborrable fecha de partida, 5 de enero de 1960; nos tocó parar en las Canarias y en la Habana, Cuba, en plena Revolución Cubana, donde estuvimos cinco o sies días. Algunos personajes subían a nuestro barco a la hora de la comida y ahí salieron nuestros aprendizajes del canto adquirido. Veníamos cuatro hermanos con mi madre y el capitán del barco nos pedía amenizar aquellas comidas con algunas jotas o villancicos que habíamos aprendido. Durante esa travesía ocurrieron algunas cosas que marcarían mi vida; una de ellas es que aprendí a nadar. Llegamos a nuestro destino final, el Puerto de Veracruz, y de ahí a una pequeña ciudad llamada Atlixco, donde estuvimos poco menos de un año, y justo ahí surge mi pasión por la química. Mi padre trabajaba en fábricas de hilados y tejido, donde un químico amigo de la familia nos enseñó a teñir telas; al poco tiempo, un juego de química llegó a casa, aquello era fascinante.

Mi encuentro con nuestra Alma Mater fue debido a mis desempeños en la natación. Tuve la fortuna de pisar el Estadio Olímpico Universitario al competir por el representativo de Veracruz en los Juegos Nacionales, cuya sede para la inauguración fue justo este estadio. La emoción que sentí de bajar por aquel túnel y aparecer en aquella cancha ha sido inolvidable, salir al centro de este hermoso recinto universitario lleno de espectadores, entre aplausos y gritos de apoyo a cada contingente, hizo que la emoción se desbordara y arranqué en llanto; esto me marcó para siempre. Nos dieron una vista al campus y desde entonces apareció en mi mente el estar ahí. Durante todos mis estudios previos se fueron fortaleciendo esos deseos y ese anhelo por estudiar en la Máxima Casa de Estudios, así que hice lo propio y, a mis 16 años, presenté el examen de admisión para estudiar Ingeniería Química, siguiendo los pasos de mi hermano mayor. Fui aceptado y formé parte de la enorme generación 72; digo enorme porque es el año en que la UNAM tuvo que abrir aún más sus puertas ante la creciente demanda de estudiantes que deseábamos estudiar una licenciatura en nuestro país. El bono demográfico del momento no perdonó, entramos alrededor de 2000 a la Facultad. Aquello era una locura, como no cabíamos en las aulas se improvisaron tres auditorios a los que concurríamos 250 alumnos por grupo; es decir, esa generación la conformamos ocho grupos de 250 alumnos cada uno, aquello fue único e irrepetible. La deserción no se hizo esperar, sólo quedamos poco más de mil al terminar el primer semestre.

Qué decir de mi amada Facultad y de la gloriosa UNAM, mis años de estudiante estuvieron llenos de muchas situaciones inesperadas. La primera fue la de una docencia, que poco tenía que ver con lo aprendido hasta estos momentos. Afortunadamente tuve una excelente plantilla de docentes a los que les aprendí mucho, pero algunos de ellos me hicieron ver mi suerte. Entendí que llegaba a una Facultad en que me enseñarían a transformar la materia para beneficio de la sociedad y eso siempre me entusiasmó, pero algo que fui descubriendo es que esto también te conlleva a obtener beneficios económicos. Muchos de mis maestros eran grandes empresarios o altos ejecutivos, así que me pude dar cuenta que efectivamente “la química estaba en todo”. No mencionaré nombres, pues algunos han fallecido y con muchos otros he llegado a compartir algo más que lo laboral, son entrañables amigos y, por lo tanto, no quisiera omitirlos o extenderme más en esta escritura. Adicionalmente y después de probar suerte en la iniciativa privada y sector gubernamental, mi primer jefe y amigo me invitó a participar de adjunto a mis 19 años, desde entonces y hasta la fecha sigo con el privilegio y placer de desarrollarme laboralmente en mi amada institución.

Pude ampliar mis conocimientos al cursar un par de posgrados; he tenido la fortuna de trabajar con y para queridos amigos, desde la docencia en la Facultad de Química, en donde he coparticipado en la formación de varios miles de egresados –una de mis pasiones– hasta la coparticipación en varios proyectos que han impactado positivamente en nuestra Institución y trascendido los límites de nuestra Universidad Nacional. Todo ello gracias a la invitación de quienes me han brindado la confianza, el apoyo, para ocupar los cargos desempeñados, y sobre todo, su amistad. He colaborado con todos los directores de mi Facultad desde el año 75, en el equipo de cuatro rectores, a los que agradezco la confianza, y con los que hemos llevado a cabo proyectos de largo alcance en pro de nuestra Alma Mater. Como ejemplo, en materia de divulgación llevamos a cabo la concepción de la Sala de Química en Universum, así como el desarrollo de cinco equipamientos –que alguno aún está vigente–, hasta el desarrollo de la Tabla Periódica Monumental. En lo académico-administrativo se me ha dado la oportunidad y confianza para participar en proyectos de gran envergadura para mejorar la situación de estabilidad y mejora laboral de los académicos y administrativos de la UNAM. En materia de educación, la participación en proyectos nacionales sobre el futuro de la innovación, el desarrollo tecnológico y la investigación; es decir, me ha tocado colaborar en muchos frentes, siempre en pro de la Institución que me acogió desde hace casi 50 años cuando ingresé y que orgullosamente puedo decir que no he salido. Gracias a la UNAM he logrado todo lo que un día soñé, conocimientos, trabajo y con ello construir una familia de universitarios, que hoy están dando frutos en el mundo: mis hijos.

“¡Cómo no te voy a querer!”

Todo ello me ha llevado a transitar muchos años de mi vida, trabajando cerca de grandes personajes que cohabitan en nuestra Institución, destacados humanistas, artistas y científicos de diversas disciplinas, así como académicos. Dentro de estos, la fortuna de compartir hasta la mesa con algún premio Nobel; con exitosos empresarios, honorables gobernantes y personajes de la vida pública en general. La UNAM ha sido para mí el camino laboral donde he podido enriquecer mi cultura y ampliar mi visión; me ha dado la oportunidad de rozarme con diversas personalidades que han abonado a mi desarrollo intelectual, laboral y personal, abriéndose un horizonte que me ha enriquecido sustancialmente. Dentro de estas enseñanzas, la Facultad de Química, impulsada por un visionario, arranca una Campaña Financiera con el propósito de fortalecerse en materia de docencia, investigación y difusión de nuestra cultura química; campaña muy exitosa y, para administrar este vasto recurso y dar transparencia, crea al Patronato de la Facultad de Química A.C., en el que participé desde su creación y que este año cumple su trigésimo aniversario. Poco después se crea la Fundación UNAM, proyecto en el que me tocó estar muy de cerca en la Administración Central, cuyo único propósito es apoyar con recursos económicos a nuestra querida Institución, con la que el Patronato establece estrechos lazos para que el manejo de los fondos captados por la Campaña Financiera fuesen administrados por la honorable Fundación, dando así mayor certidumbre y transparencia a quienes nos dieron la confianza y apoyaron dicho esfuerzo.

Con todo lo anterior, se da una estrecha relación laboral y amistosa con quienes dirigen la Fundación. Desde entonces y hasta la fecha nos hemos venido compenetrando, lo que nos ha permitido ir de la mano tejiendo esta entretela, buscando formas y caminos para lograr los objetivos de la FUNAM, de acuerdo a lo que establece en su loable misión, y todo esto, gracias a quien ha estado al frente de ella, lo que ha permitido que la Universidad Nacional haya podido cumplir con un buen número de proyectos que involucran a toda nuestra comunidad. La Fundación es un motor muy importante para nuestra institución. Gracias a los recursos que aporta, la UNAM ha podido lograr la movilidad que tanto se requiere en nuestro país, apoya con becas a estudiantes de bajos recursos para que tengan un alimento balanceado al día, con becas de movilidad a estudiantes de licenciatura o posgrado, con equipo de cómputo y conectividad, proyectos de investigación, todo encaminado a mejorar las labores sustantivas que se planteó la institución desde su creación, ofrecer docencia, desarrollar investigación y difundir la cultura, todo ello para lograr la movilidad social que tanto requiere nuestro país. Es así como la FUNAM se ha convertido en uno de sus pilares, razón por la cual te invito, haciendo alarde de nuestro lema, saquemos ese “espíritu” que se nos ha forjado, para apoyar a nuestra “Raza” y que siga “hablando” a través de los miles de egresados con los que contamos. Si cada egresado aportase $3 diarios, es decir $1000 anuales, sólo pensando en los casi 30 años que tiene nuestra querida Fundación, estaríamos hablando de una aportación multimillonaria, que sin duda servirá para tener un México MEJOR.

“POR MI RAZA HABLARA EL ESPÍRITU”

Académico de la Facultad de Química.

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