Volvió a suceder. Un evento disruptivo está poniendo en jaque a muchas de las industrias más importantes del mundo, incluyendo la automotriz y la de productos electrónicos de consumo: la escasez de chips o microprocesadores. Lo que en varios medios han llamado el “chipagedón”.

El confinamiento y la distancia social han cambiado la forma en que trabajamos, consumimos y vivimos. Esto se traduce en nuevos equipos de cómputo, consolas, celulares, más horas de videoconferencias, de streaming y una mayor demanda de servidores y servicios en la nube y, a su vez, mayores requerimientos de componentes electrónicos, entre ellos los famosos microprocesadores y microcontroladores. La demanda ha sido tal que hemos vivido escasez de laptops, consolas de videojuegos de nueva generación y es probable que también nos encontremos con escasez de automóviles.

Los microprocesadores son pequeños circuitos integrados (CI) con una gran capacidad para hacer cálculos a una gran velocidad. Los microcontroladores son también CI pero diseñados para enfocarse en tareas más específicas, como encender o apagar un horno de microondas. En ambos casos, estos chips se producen a gran escala en fábricas con procesos de manufactura altamente sofisticados y que requieren grandes inversiones de capital. Se estima que el costo de construir una nueva planta de chips, con la tecnología más avanzada, ronda los 4 mil millones de dólares. Sin embargo, la gran mayoría de los chips se producen en Asia. De acuerdo con la firma TS Lombard, tan sólo Taiwán y Corea del Sur concentran alrededor de 83% de la producción global de semiconductores y atienden a todos los sectores.

En el caso de los automóviles, se estima que, en promedio, un vehículo moderno contiene alrededor de 100 microcontroladores que se utilizan en las unidades de control del motor, transmisión, sistema de frenos y muchos módulos más, incluyendo los sistemas de infotainment y aire acondicionado. Si se trata de vehículos de alta gama, el número de chips se puede incrementar aún más.

Sin embargo, y a diferencia de la industria de productos de consumo, los chips utilizados por los fabricantes de autos suelen ser de bajo costo, poco más de un dólar, con funcionalidades muy específicas y pensados en productos que tienen un ciclo de vida relativamente largo en comparación con una tableta o un Smartphone, en los cuales son de mayor costo, alrededor de 100 dólares o más y tienen funcionalidades más genéricas. Para una fábrica de semiconductores no hay duda: los proyectos más rentables están en los productos electrónicos de consumo y no en los automóviles.

Al igual que otros sectores, la pandemia impactó de manera importante la venta de automóviles y, con ello, la producción de coches y sus componentes. En contraste, la producción de laptops, smartphones, tabletas, consolas de videojuegos y servidores, se disparó. Cuando los fabricantes de vehículos reiniciaron producción, simplemente se encontraron que ya no había suficiente capacidad disponible en las plantas de semiconductores para poder satisfacer la demanda de todos. El problema está en que, como apuntan varios analistas, si un chip de un dólar puede detener la producción de un automóvil de 40 mil dólares, el impacto económico para la industria podría ser de miles de millones de dólares.

Esto nos recuerda la importancia de la gestión del riesgo en la cadena de suministros. No sólo identificar riesgos con anticipación y crear planes para mitigarlos sino también incrementar visibilidad, identificando los eslabones débiles y los impactos económicos en caso de disrupción del suministro en ellos. Es probable que veamos un nivel de inversión mucho mayor en semiconductores en los siguientes años para incrementar capacidad, pero también una reubicación de activos o el surgimiento de nuevas regiones con capacidades de producción. Estemos atentos.

*Profesor del área de Dirección de Operaciones de IPADE Business School

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