Pasado mañana es el último día de este año y, lo común, en esta época es hacer un balance sobre lo sucedido en los últimos 12 meses. Pero eso sería irse a la cómoda, y es que al 2020 se le puede definir muy fácilmente, en tres palabras: año de mierda. Además, hay que cumplir con la cuota de caracteres establecida y ni modo de mandar sólo esas tres palabras. Aunque la concisión sea uno de los valores del periodismo.

La verdad es que nunca entendí por qué se celebra la llegada de un año nuevo. Ni mucho menos esas frases hechas que se dicen en todas las fiestas tras atragantarse 12 uvas (yo nunca pude lograrlo). La realidad es que del 31 de diciembre al 1 de enero nada cambia, las circunstancias de cada quien permanecen exactamente igual, y el año que se termina para unos fue bueno, para otros malo y para tantos otros fue normal.

Pero como ya lo dijimos, este año fue una mierda. Así que todas esas frases que auguran un mejor horizonte tomarán un sentido verdadero esta vez. Sería presuntuoso pretender entender el dolor de aquellos que perdieron a un ser querido a causa de esta pandemia, o la angustia de aquellos que se quedaron sin trabajo o vieron cómo su negocio quebraba.

Cuando uno se abstrae de las cifras y le pone rostro a la tragedia provocada por la pandemia, es imposible no sentirse un tarado al hablar de algo tan irrelevante como el deporte. Por eso, no vale la pena escribir sobre lo que nos dejó este 2020 en materia deportiva. ¿A quién le importa si el León, el Bayern o los Lakers fueron campeones?

De lo que sí hay que hablar, es de la función social que los deportes cumplieron a lo largo de estos aciagos meses. El mundo estuvo detenido durante un largo tiempo, las calles estaban vacías, los negocios cerrados y las personas aisladas y con el ánimo por los suelos. Y, de pronto, las pelotas volvieron a moverse.

Y, mal que bien, el regreso de los deportes profesionales ayudó a brindar cierta sensación de normalidad. Ante la incertidumbre, los atletas que saltaron a los terrenos de juego nos regalaron momentos de distracción, cambiaron el foco de la conversación y nos dieron instantes de alegría.

Por eso, ¿a quién le importa quién ganó?, ¿qué más da si Messi sigue o no en el Barcelona? Lo verdaderamente importante son los valores que enarbola el deporte, que son, ni más ni menos, los mismos que nos hacen ser humanos. De igual manera no olvidemos que el 2020 fue un año de mierda.

Adendum. Knut no quiso colaborar para esta columna. Aunque está en su casa sin hacer nada, dice que “son mis vacaciones y no quiero ni pensar en mi Cruz Azul”. SU Cruz Azul, leyeron bien.

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