Chile y Argentina, por mediación de la Santa Sede, hicieron del confín algo “inconmovible” a través del Tratado de Paz y Amistad ratificado en 1985. Aquella ordenación del espacio -bendecida con una referencia al Papa Juan Pablo II y formulada “en nombre de Dios Todopoderoso”- estableció las coordenadas de la soberanía en el Mar Austral. El pacto tuvo como objetivos principales la defensa de los recursos naturales nacionales y el diseño de procedimientos de arbitraje o conciliación que obligasen a las partes a una resolución pacífica de los conflictos.

Dicho acto contractual se suscribió en la Ciudad del Vaticano e incorporó una visión cristiana de la historia: la capacidad eclesial de regular las disputas interestatales. Esquema de neutralidad u objetividad que sirvió para que Roma certificase el cese de las hostilidades y tesis cuya base teológica-política recuerda a la distinción schmittiana entre “rayas” (partición geográfica donde los Estados soberanos reconocen la misma autoridad espiritual) y “líneas de amistad” (decisión sobre las fronteras de la beligerancia fuera del orden europeo). Acontecimiento que invita a formular un pensamiento contrafactual: ¿Hubiera pasado lo mismo si el Papa de entonces tuviese origen argentino?

Gracias al ascenso notable de candidatos anti-establishment en las recientes elecciones celebradas en Chile y Argentina, las preguntas más absurdas se vuelven hipótesis racionales. Tras el naufragio de las coaliciones políticas tradicionales en el Cono Sur la historia parece un expediente abierto y las relaciones bilaterales se resienten con la presencia de liderazgos que provienen de los bordes del arco parlamentario. Ante este nuevo clima político comienzan a transmitirse relatos que agravan los sentimientos de perjuicio y la excesiva polarización provoca que se resienta la confianza en las reglas acordadas para resolver temas de gran alcance como son las disputas territoriales.

Cada derecha extrema diseña el camuflaje retórico más idóneo para fusionarse con su entorno y si bien es posible su clasificación con intención universal, siempre resulta en algún punto insatisfactoria. José Antonio Kast, vencedor en la primera vuelta presidencial en Chile, desarrolla un discurso salpicado por ideas similares a las que escuchamos en Trump o Bolsonaro: la anti-política en su versión institucionalizada, atención a la creciente inseguridad ciudadana e incidir en la incertidumbre como horizonte vital. Kast manifiesta sus simpatías por la dictadura de Pinochet y comparte argumentos clásicos del revisionismo histórico conservador para juzgar la realidad del continente.

Quizá sea Argentina uno de los actores internacionales que más preocupación siente por las consecuencias de la elección chilena. Recordemos que su embajador en Santiago afirmó que si Kast llegase a La Moneda veríamos su verdadero anti-argentinismo. Comentario que obligó a una llamada entre los Cancilleres respectivos para zanjar la polémica con el clásico todo lo dicho fue a título personal : una vía intermedia entre “la intromisión inaceptable en los asuntos internos” y la voluntad de “trabajar con el gobierno que resulte ganador una vez finalice el proceso electoral”.

Kast es transparente en sus intenciones cuando habla de la familia, los asuntos morales, el Estado mínimo o los márgenes del actual proceso constituyente chileno. Con respecto al ámbito exterior sus afinidades también son claras -desde VOX a Javier Milei- y sabemos quien es su principal enemigo: las opciones englobadas bajo el epígrafe “la gran patria bolivariana”. No obstante, sorprende que sus observaciones respecto a Argentina sean casi tan severas como las destinadas al régimen de Nicolás Maduro; circunstancia que convierte en razonables las inquietudes bonaerenses, aunque sus autoridades tengan la ventaja que concede la experiencia previa con Jair Bolsonaro.

Ambos líderes -Bolsonaro y Kast- comparten una interpretación sobre su vecino que podría resumirse así: Argentina es un ejemplo de populismo, corrupción e incompetencia. Las desavenencias con Brasil, más allá de las simpatías declaradas hacia Lula, intentaron articularse a través de Mercosur y afectaban fundamentalmente a la industria automotriz o la cuestión arancelaria. Por el contrario, Kast sitúa la tensión bilateral con el lenguaje de la pura soberanía territorial y en sus palabras subyace el interés por una delimitación marítima alternativa o el querer redefinir la titularidad del suelo/subsuelo en determinadas zonas fronterizas. Incorpora un peligroso sentido de cruzada al abordar los límites de la Antártida chilena o la realidad geológica del Mar Austral Circumpolar . Asuntos propios de cumbres internacionales que en su caso, combina con afirmaciones del tipo “hay que frenar los delirios expansionistas de la izquierda radical argentina”. Es cierto que algunos elementos de su discurso ya estaban presentes en anteriores dirigentes chilenos, pero su expresión en fase democrática nunca alcanzó en el espacio público estos niveles de agresividad.

La segunda vuelta presidencial en Chile es una incógnita y su cercanía, domingo 19 de diciembre, apremia a los candidatos a forjar alianzas plurales. Situación a la que acompaña una inquietud geopolítica: si el temor al desprestigio o la correlación de fuerzas no rebajan los niveles de vehemencia, si el Papa sigue siendo retratado como un peronista por sus críticos e incluso por algunos de sus afines, sólo nos resta confiar en que actué el principio del equilibrio de poder y que de su comprensión nazca el fracaso de las expectativas más amenazantes.

Doctor por la Universidad Carlos III de Madrid y colaborador en Globalitika, Análisis e Investigación

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