Estrabón anotó en su Geografía que “Egipto es únicamente la ribera a ambos lados del Nilo”. Aquella autopsia parcial de una provincia romana establecía los límites de lo civilizado y desde entonces, son numerosas las metáforas orgánicas que describen la arquitectura sinuosa del río como el sistema nervioso de un estado centralizado. La acción exterior de Egipto es la propia de una potencia regional dependiente de una gobernanza transfronteriza de las aguas o de un ejercicio astuto de la llamada “hydro-diplomacy”.

Recorrer la geografía física/humana de Egipto ayuda a justificar los motivos que convierten su territorio en un corredor intercontinental de mercancías y las razones de que sus instituciones sean un freno secular contra el terrorismo islámico. Bajo la presidencia de Abdel Fatah al Sisi, el país ha ganado presencia internacional y figuras claves del gobierno, como el ministro de exteriores Sameh Shoukry o el director de inteligencia Abbas Kamel, han demostrado su capacidad de funcionar como catalizadores de intereses opuestos. Las decisiones en el “Octógono” -versión faraónica del Pentágono que albergará entre otros edificios el Cuartel General del Ejército- son muy relevantes para escenarios tan complejos como Irak o Libia.

El reciente agradecimiento de Antony Blinken -Secretario de Estado de EEUU- por la labor de mediación de Egipto en Gaza, incorpora un mensaje de alto nivel diplomático que no debiera pasar desapercibido: la renovación del compromiso de EEUU con la seguridad hídrica de Egipto. Recordemos que el mayor foco de preocupación para las autoridades en El Cairo es la puesta en funcionamiento de la Gran Presa del Renacimiento construida por Etiopía. Esto supondría una perdida objetiva de soberanía sobre el caudal del Nilo. Dicha obra majestuosa de ingeniería civil redibujaría el mapa de las fuentes de energía en el continente africano y debilitaría el primer recurso del poder egipcio, es decir, la hegemonía sobre sus aguas dulces.

Cabe señalar que Egipto considera un problema existencial la “violación” de sus intereses hídricos y de concretarse las siguientes fases del megaproyecto energético, todas las opciones de respuesta estarían abiertas. Desde el punto de vista etíope, la ventaja más clara es la superación del déficit eléctrico y la posibilidad de suministro de energía a sus estancadas zonas rurales. Cada estado ribereño esgrime argumentos para un uso equitativo de las aguas, valora el impacto medioambiental de las obras o emplea mecanismos de presión para reorientar a su favor el rumbo detenido de las negociaciones.

A la recuperación del lenguaje de “asociación estratégica” con Washington le acompaña la intensificación de la cooperación económica/militar con Kenia, Uganda, Burundi o Ruanda y la construcción de una base logística en Yibuti. Acciones que fortalecen sus posiciones dentro de la Unión Africana (arbitro cosmopolita en la disputa con Etiopía), mientras debilitan a su rival en otros campos de batalla cruciales. Sin embargo, fueron las maniobras militares conjuntas con Sudán -bautizadas con el sobrenombre de “Protectores del Nilo”- el ejemplo más claro de la disposición a hacer todo lo que sea necesario para impedir el desarrollo de un peligro real según su concepto de seguridad nacional.

Si la rivalidad por la “confiscación” hidráulica no se resuelve en una trama legal satisfactoria para todas las partes, solo quedará disponible la narrativa propia de un conflicto limitado. Pensar en condiciones de semi-independencia, para una nación con vocación histórica de imperialismo localizado, implicaría una amenaza que de ser naturalizada se traduciría en el lenguaje de la traición. El desajuste del “orden hidráulico” afectaría a la viabilidad institucional de un socio sin recambio; cerrar en falso la discusión -disfrazada o no de legalidad- representaría una muestra de debilidad inaceptable que haría prevalecer las tendencias internas despóticas sobre las corrientes más racionales.

Ganar tiempo a veces es sinónimo de templar los ánimos. Esta semana Jeffrey D. Feltman -enviado especial de EEUU para la región del Cuerno de África- realiza una visita oficial a Qatar, Arabia Saudí, Emiratos Árabes y Kenia, con la que expresa la voluntad de la Administración Biden de lograr un acuerdo sólido respecto a la cuestión del Nilo Azul. Diálogos multilaterales cuyo sentido es retrasar la catástrofe de un previsible enfrentamiento bélico y dibujar una salida óptima al creciente laberinto de intereses.

Egipto actúa como garante del “sistema informal de controles” que regula la intensidad de los conflictos en Oriente Medio, salvaguarda el paso marítimo hacia el Mar Rojo y es una pieza fundamental a la hora de corregir los balances del poder en el Mediterráneo Oriental. Por su parte, Etiopía gestiona la latencia de luchas intra-estatales o la inminencia de la hambruna en la provincia septentrional de Tigray y desea encontrar un puerto de salida al mar, elementos que pueden ser utilizados como bazas alternativas en la conversación internacional. Todas las condiciones geopolíticas mencionadas invitan a tratar de estabilizar los equilibrios funcionales de un mundo siempre a punto de desvanecerse.

Alfredo Kramarz

Doctor por la Universidad Carlos III de Madrid y colaborador en Globalitika, Análisis e Investigación.

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