En abril de 2020, muy temprano en la situación de la pandemia, el prominente empresario Ricardo Salinas Pliego (Tv Azteca, Elektra, entre otros), planteaba su distancia de las políticas instrumentadas por el gobierno mexicano frente a la pandemia. En una reunión con Grupo Salinas, destacaba que la economía se vería severamente afectada, lo que tendría como correlato que la crisis del Covid-19 sólo generaría hambre, delincuencia y rapiña: “Como van las cosas parece que no moriremos por coronavirus, pero sí moriremos de hambre”.

En el transcurso de la pandemia fue consistente con sus palabras, lo que se tradujo en problemas de salud en el personal que labora en su corporativo. La exigencia era priorizar la actividad económica. Los gobiernos que, sin soslayar ésta, privilegiaron atender el problema sanitario, recibieron, vaya paradoja, un castigo en las urnas, como lo demuestran las experiencias alemana y argentina (A. Merkel y A. Fernández, respectivamente).

A los planteos de Salinas Pliego le correspondieron editoriales y construcción de noticias ad hoc. Como planteaba el profesor de la UAM Xochimilco –ahora jubilado-, E. Guinsberg, en su libro Control de los medios, control del hombre, una parte de sus tesis se materializan en el accionar del periodista J. Alatorre, el cual reprodujo mecánicamente, en lo concerniente al contexto de la pandemia, desde ese cercano abril de 2020, cada uno de los dictados de su jefe: ¡quien paga manda, nada de que sugiere, manda!

Es el caso de la nota editorial de Tv Azteca, en la que J. Alatorre ligeramente apunta sobre la Universidad Nacional Autónoma de México, el Instituto Politécnico Nacional y la Universidad Autónoma Metropolitana, que el personal académico de estas instituciones cobra sin trabajar. Es una irresponsabilidad este manejo “informativo”, una mentira. Pero no es una mentira cualquiera, pues, vale decir, fue construida con una intención, a bote pronto, para generar presión, con ese sentido, fiel a la narrativa gerencial de Salinas Pliego de activar la economía y de generar inestabilidad política. Pero hay algunas otras cosas en el entuerto.

Quizá, sin ingenuidades, no se disocia la infausta noticia de la coyuntura de confrontación entre la dirección del Conacyt y un grupo de académicos ligados a la anterior dirección del Conacyt y al Foro Consultivo Científico y Tecnológico AC, que enfrentan causas judiciales, apuntando a generar animadversión hacia el medio académico, al interior del medio académico en general, y hacia un segmento ligado al gobierno de la 4T, en particular, con efectos múltiples.

La respuesta de las autoridades de la UAM señala que se aplica el Programa Emergente de Enseñanza Remota PEER desde abril de 2020, que “ha significado la continuidad docente de 4 mil 395 profesores” y profesoras (yo levanto la mano, soy uno de ellos). Dentro de los 55 mil alumnos de las licenciaturas y los posgrados, un puñado de muchachas y muchachos han sido y son mis alumnos. Que cambiaron las formas de hacer docencia, sin duda. Que implicó modificación de programas de estudio, el incremento en la demanda de lecturas de la biblioteca digital de nuestra casa de estudios y/o personal, sin duda. En muchos conversatorios, coloquios y seminarios se ha planteado que esta modalidad de trabajo exige mucho tiempo y atención, nada de que estamos en casa convocando a las musas: trabajos prácticos, lectura de materiales, comunicaciones sistemáticas con los estudiantes, aparte de la carga de tiempo concreto de docencia, es lo ordinario en la vida de profesoras y profesores. ¿Por qué estos periodistas no le preguntaron a alguno de los miles profesores que trabajan en la educación superior algo sobre su cotidianidad, sobre su permanencia frente a la pantalla?

Por lo pronto, las propias autoridades de la UAM plantean que esta institución “está plenamente comprometida con el regreso a las instalaciones en las próximas semanas”, siempre y cuando las cosas marchen bien en lo concerniente a “protocolos y medidas sanitarias”. ¿Qué se ha aprendido en este proceso? Este retorno a la nueva normalidad debe cuestionar lo que se entiende por ésta. Asimismo, desde la perspectiva universitaria, se debe tomar distancia de cualquier política subordinada a una presencialidad a rajatabla, que se subsume en la exigencia de retornar a las aulas a que alienta Salinas Pliego-Alatorre. Lo anterior no significa que las profesoras y profesores no queramos regresar a nuestra Universidad, recorrerla, sin disminuir el relieve de la importante experiencia digital en la que hemos transitado.

Sobre la carga de trabajo y sus afecciones, vale repensar el planteo de Byung Chul-Han en su libro El enjambre (2014), escrito antes de la pandemia, pero muy ilustrativo de lo que estamos viviendo: “los aparatos digitales traen una nueva coacción, una nueva esclavitud. Nos explotan de manera más eficiente por cuanto, en virtud de su movilidad, transforman todo lugar en un puesto de trabajo y todo tiempo es un tiempo de trabajo. La libertad de la movilidad se trueca en la coacción fatal de tener que trabajar en todas partes”. Fuera fatalismos, estamos trabajando.

Académico de la UAM Xochimilco

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