Hay una escena en La Civil (México, Bélgica-Rumania, 2021) -ópera prima de la directora rumana Teodora Mihai- en que la protagonista, la señora Cielo (magnífica Arcelia Ramírez), cansada de ver cómo las autoridades del pueblo donde vive (algún lugar del norte de México) no mueven un dedo para buscar a su hija recientemente secuestrada, parece estar ya dispuesta a todo, incluso a una alianza (inverosímil pero sin duda interesante) con unos militares que acaban de llegar al lugar.

La escena en cuestión muestra a doña Cielo viéndose al espejo y cortándose el pelo a tremendos tijeretazos. Confieso que en ese momento estaba yo a punto de levantarme del asiento y aplaudir. Y es que pensé (¡oh soñador!) que este cliché hollywoodense de la mujer empoderada (G.I. Jane, Scott, 1997) era la señal que indicaba el paso definitivo hacia el delirio absoluto, cosa que la película hasta entonces pedía a gritos.

Y es que lo que vemos en la primera mitad de esta cinta es una funcional puesta en imágenes (lucidores planos secuencia del multipremiado Marius Panduru) al servicio de contar una historia “basada en un caso real”, donde Cielo es una mujer madura, divorciada, que vive con su coqueta, inquieta pero sin duda feliz hija adolescente Laura, que es secuestrada por unos malandros adolescentes que le exigen a la pobre doña Cielo un pago de $150 mil pesos y la camioneta que maneja su ex marido-medio-inútil Gustavo (Álvaro Guerrero, estupendo) quien a la sazón dejó a Cielo por una adolescente que, para rizar más el rizo, es la primera de muchas voces que les aconseja no avisar a la policía, mejor pagar y no hacerla de tos porque allá afuera “la cosa está muy fea”.

Cielo por supuesto no hace caso y luego de pagar dos veces el rescate, sin que los jovencitos caguengues (Juan Daniel García, perturbadoramente cínico) que secuestraron a su hija le den razón de ella, acude a las autoridades sólo para encontrarse con otra pared (“¿Y como sabe que su hija está secuestrada?”). Frustrada, un día en el tráfico ve a un pequeño convoy de militares y los encara, exigiéndoles ayuda para encontrar a su hija.

En un mundo real probablemente la película hubiera acabado ahí, con un balazo en la cabeza de doña Cielo por parte de los militares, pero es justo aquí donde nos damos cuenta que, no importando la cámara al hombro, no importando las locaciones en Durango, no importando el magnífico diseño de producción, esto es una ficción que se acerca al blaxploitation de los años setenta.

Porque contrario a toda lógica, los benévolos militares le proponen a dona Cielo que se convierta en una especie de guía de estos milicos ya que “acabamos de llegar y no conocemos bien el lugar”. Doña Cielo es la civil del título, quien de día va con su cochecito a investigar a quien le piden derecho de piso para así identificar a los delincuentes y luego en la noche, a bordo del convoy militar, perseguir malandros, buchonas, y todo aquel que esté involucrado, o que pueda dar informes sobre su hija.

Así, justo cuando doña Cielo se corta el pelo a lo G.I. Jane, pensé que se dejarían de cosas y entraríamos de lleno al terreno de las películas de venganza. Pensé que poco a poco Cielo se transformaría en una Vengadora Anónima y que iría repartiendo venganza muy a lo Charles Bronson o a lo Liam Neeson (Taken, 2008). De haber dado ese paso, probablemente tendríamos una genial película de balazos y oneliners con todas las de la ley (de Hollywood).

Pero al final, lo que La Civil entrega es un relato que no se decide entre lo fantástico y la cruda realidad. Es incluso en ese sentido una cinta tramposa, que toma un fenómeno de violencia dolorosamente real (ver Te Nombré en el Silencio, donde las mujeres que buscan a sus hijos desaparecidos sí que toman la tarea por sus propias manos) para hacer una ficción que jamás opta del todo entre ser denuncia o escapismo puro.

Y miren que si se hubiera decidido por lo segundo habría aplaudido sin temor, pero me resulta un embuste que se haga justo lo contrario. Bajo el manto del “basado en hechos reales”, La Civil es un producto en el fondo tibio e inverosímil, pero que al menos cuenta con dos instantes de ironía pura: la mamá de uno de los secuestradores llorando por su hijito así como una de las “buchonas” cómplices del narco reclamando el atropello a sus “derechos humanos”.

La ironía, claro, es que en esta realidad nuestra, el “Abrazos no balazos” los habría arropado. Porque ya saben, los delincuentes también son seres humanos.

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