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Con una carga de al menos 20 kilos en sus mochilas, más el peso de su arma, cada uno de los cadetes del Colegio Militar trotaba a baja velocidad, recorriendo durante el primer día de competencia el Chimaltlalli, el campo de batalla para los antiguos mexicanos que los demás competidores deberían seguir.

Algunos jóvenes apretaban los dientes, intensificaban el paso y trataban de no rezagarse mientras recorrían una pendiente de subida y, a la hora del descenso, la carga no les facilitaba el trayecto a cuesta.

Escalonados en lapsos de 15 minutos, a partir de la salida del primer equipo, los siguientes competidores tratarían de reducir esa brecha entre ellos y los mexicanos, que fueron los primeros en iniciar; un derecho ganado el día de la inauguración del evento, al haber sido los mejores tras un concurso de tiro.

Los nueve representantes del Heroico Colegio Militar sabían que tenían demasiados perseguidores, por lo que no debían confiarse y realizar cada una de las pruebas lo más rápido posible.

Esa es una ventaja sicológica con la que se cuenta. Para cada uno de los competidores lo anterior puede significar algo diferente.

Como equipo, todos los competidores debían completar la carrera de cinco kilómetros a través del campo con fusil; la natación, uniformados de combate; el tiro de precisión, salto de decisión y transporte de abastecimientos fueron algunas de las pruebas que debieron superar todos los grupos comandados por las diferentes delegaciones que participaron.

En caso de alguna contingencia, en el Chimaltlalli se preve que cada equipo tenga dos competidores suplentes, quienes podrán integrarse en el momento en que sea necesario.

La delegación estadounidense fue la primera en hacer uso de ese derecho, y a los cadetes emergentes los debieron trasladar hasta donde se encontraban sus compañeros. Los dos que salieron fueron evaluados por el equipo médico.

“¡Vamos! ¡vamos!, ustedes pueden, van bien, sigan así”, fueron algunos de los gritos de apoyo que recibían de la gente del Heroico Colegio Militar durante su recorrido.

Los cadetes chilenos y los salvadoreños fueron a parar al cuarto lugar, se ubicó el segundo equipo representativo nacional, integrado por cadetes de la Heroica Escuela Naval Militar.

“¡Soto! ¡Soto! ¡Vamos!”, decían los cadetes chilenos hacia sus compañeros que trataban de completar una de las pruebas, en la que el grupo debía superar una barranca.

Por un momento la cuerda, que fue utilizada durante “la construcción de un puente”, no quedó lo suficientemente tensa, y los cadetes andinos debieron volver a colocarla, y de a poco comenzaron a cruzar, terminaron y se alejaron.

La presión aumentó cuando los cadetes de El Salvador llegaron, tomaron su material y comenzaron con el mismo ejercicio; echaron mano a sus cuerdas, sus arneses y sus eslabones; un error de cálculo los obligó a repetir nudos y amarres, pero a diferencia de los chilenos, los centroamericanos optaron por cruzar primero sus mochilas.

Los cadetes de la escuela alcanzaron a los salvadoreños, y con diferencia de algunos minutos, cada una de estas tres delegaciones se seguían el paso, detrás de la del Heroico Colegio Militar.

Los demás equipos de Estados Unidos, Brasil, Canadá, Honduras, Rusia y Venezuela no cederían tan fácil, tratarían de superar esas mismas pruebas con mayor precisión y rapidez que los primeros.

Atrás quedó el momento en que la jornada del jueves inició con una vuelta a la pista del estadio del Colegio Militar, con lo que se inició la marcha forzada y se dejó atrás a los contrincantes, pero que continuará hasta el día siguiente.

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